Periodista-Sacerdote
Párroco de Santa María del Mar-Grao Valencia
Consiliario Junta Diocesana de Hermandades de Semana Santa.
HOY TIENEN SENTIDO las palabras que en el nuevo libro-entrevista a Benedicto XVI ‘Luz del mundo’ escrito por el periodista alemán Peter Seewald en 2010, donde afirmaba que un Papa puede dimitir “en un momento de serenidad, no en el momento del peligro”. En el mismo documento, ya señalaba que notaba cómo sus fuerzas iban disminuyendo y temía que el trabajo que conllevaba su misión “sea excesivo para un hombre de 83 años”
Decía Benedicto XVI: “Si el papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar”. Ese día ya ha llegado
El último Pontífice en renunciar fue Gregorio XII, el veneciano Angelo Correr, que dimitió en 1515, dos años antes de morir. Los otros casos de renuncia al pontificado han sido los de Benedicto IX, elegido en el 1032 y Celestino V, que renunció en 1294 al declararse carente de experiencia en el manejo de los asuntos de la Iglesia. Bemedicto XVI es el primero en abdicar después de 600 años.
El Papa ha cogido de sorpresa a la Iglesia universal. Ha sido un gesto profetico y de humildad, como el que tuvo Juan XXIII al convocar el concilio Vaticano II.
La del Papa es una decisión personal, profunda, tomada en un clima de oración. El motivo undamental es el examen de consciencia sobre sus fuerzas en relación con el ministerio que debe llevar a cabo.
Benedicto XVI ha renunciado el ministerio y dejará su puesto el próximo 28 de febrero.
Una decisión histórica, que tiene pocos precedentes en la época moderna. Los casos históricos de renuncia, como sea, no faltan, sobre todo en los Papados del pasado lejano. A partir del día 1 de marzo, Benedicto XVI se ocultará en la clausura y guardará silencio viviendo en un clima de oración y estudio. A partir de entonces su figura ira creciendo día tras día.
Hace siete años, en el momento de la elección, sobre Joseph Ratzinger, durante más de veinte años prefecto del antiguo Santo Oficio gravitaba el cliché que le daban los medios de comunicación del «panzerkardinal» conservador, del inflexible guardián de la ortodoxia que habría «detenido» los estímulos innovadores de Juan Pablo II, del cual en cambio había sido un fiel y dócil colaborador.
La reconciliación con los tradicionalistas lefebvrianos, ya inminente, precedida por la decisión de consentir la celebración de la misa antigua, le ha costado a Benedicto XVI un disenso difundido incluso entre algunos obispos: El Papa pretendía favorecer la posibilidad de que el viejo rito preconciliar y el nuevo rito posconciliar se enriquecieran mutuamente, haciendo recuperar en mayor medida al primero el sentido de lo sacro y del encuentro con el misterio -a veces demasiado reajustado por la dejadez y por los abusos litúrgicos- y haciendo descubrir al segundo la riqueza de las Sagradas Escrituras introducidas en la nueva misa.
El intento, solo en parte ha sido un éxito: A causa de las reacciones no siempre compuestas y comprensivas a la voluntad del Papa, pero también por el nacimiento de formas de esteticismo que no tienen que ver para nada con la esencia de la liturgia.
Pero Benedicto XVI ha sido acusado, por otra parte, también por quien se esperaba de él «mano dura» y un «enderezamiento doctrinal», además de una reafirmación de la identidad cristiana europea de frente al islam. Y si a la izquierda está considerado demasiado proyectado en el pasado e incapaz de leer las señales de los tiempos, a la derecha se le considera demasiado débil.
Tanto los «progresistas» como los «ratzingerianos» desilusionados, terminan olvidando el corazón del mensaje de Benedicto XVI. Un Papa que en mayo de 2010, en Fátima dijo: «Cuando, para muchos, la fe católica ya no es un patrimonio común de la sociedad y, a menudo, se ve como una semilla insidiada y ofuscada por “divinidades” y señores de este mundo, muy difícilmente esta podrá tocar los corazones mediante simples discursos o referencias morales, y menos todavía a través de referencias genéricas a los valores cristianos. La referencia valerosa e integral a los principios es esencial e indispensable; sin embargo el simple enunciado del mensaje no llega al fondo del corazón de la persona, no toca su libertad, no cambia su vida. Lo que fascina es sobre todo el encuentro con personas creyentes que, por medio de la fe, atraen hacia la gracia de Cristo, dando testimonio de Él».
Palabras de un obispo de Roma que al principio de su pontificado había dicho: «el nuevo Papa sabe que su función es hacer resplandecer ante los ojos de los hombres y las mujeres de hoy la luz de Cristo: no su luz, sino la de Cristo».
En una Iglesia donde siguen resonando diariamente tanto referencias éticas como insistentes llamamientos a descubrir de nuevo los valores cristianos, en una Iglesia atravesada por una profunda crisis, flagelada por el escándalo de la pederastia, por el cisma silencioso de los llamamientos a la desobediencia firmados por sacerdotes en varios países europeos, por el afán de carrera desgraciadamente difundido entre los eclesiásticos, por las fugas de documentos y por las grietas en la organización del aparato de la curia, el anciano Papa alemán sigue llamando a la conversión, a la penitencia y a la humildad.
“La Iglesia, el cristiano, y sobre todo el papa, debe contar con que el testimonio que tiene que dar se convierta en escándalo, no sea aceptado, y que, entonces, sea puesto en la situación de testigo, en la situación de Cristo sufriente”, decía Benedicto XVI en su libro-entrevista.
Ahí está como testigo.