El tiempo pasa inexorablemente. El reloj de arena, cuando se invierte para todos, deja pasar la fina arenisca marcando nuestras vidas. Para unos pasa más rápido, para otros más lenta pero al final toda se acaba. Y eso ocurre con los edificios y con las calles que una vez fueron, que antaño vivieron otros seres.
En Valencia hay calles que aparecen, otras que desaparecen o están en vías de extinción sujetadas por paredes de la ruina. Vestigios del pasado de los que tan sólo queda el asfalto ya quebrado.
Hoy hemos estado en un área de apenas 200 metros en la calle de Sagunto, antigua de Morvedre, vía de paso del “6” antiguo tranvía hoy convertido en bus. Nuevos edificios sirven como muro de este cementerio de calles moribundas, que pronto desaparecerán a nuestros ojos. Entonces ni un GPS avanzado podrá indicarnos su presencia, tal vez hoy ya no lo haga. Hay al menos cuatro de estas calles: la de Tarra, Duato, Xaboneria (Jabonería) y la del Pare Palau i Quer, junto a la del Duque con soportal y sin salida engullida por nuevas edificaciones.
Hoy hemos estado en un área de apenas 200 metros en la calle de Sagunto, antigua de Morvedre, vía de paso del “6” antiguo tranvía hoy convertido en bus.
Hay al menos cuatro de estas calles: la de Tarra, Duato, Xaboneria (Jabonería) y la del Pare Palau i Quer…
En el plano adjunto se aprecia el óvalo que recoge este cementerio. En la calle de Tarra, junto a la de San Guillem, tan sólo permanecen unas vallas y bloques prefabricados ya que las antiguas piedras hace tiempo que se ausentaron. La de Duato que tenía un trazado irregular, hoy sólo es un almacén de escombros y desolación. La de la Xaboneria la conocimos aún como calle enferma, hace apenas una década. En el edificio de una de sus esquinas tenía un pequeño altar vestigio, tal vez, de “ les festes de carrer” en honor a un santo pintado de piedra. Sin duda existió un obrador donde hacían jabón, de ahí su título. El título de Palau i Quer languidece, engullido por la calle de Lérida.
La de la Xaboneria la conocimos aún como calle enferma, hace apenas una década. En el edificio de una de sus esquinas tenía un pequeño altar vestigio, tal vez, de “ les festes de carrer” en honor a un santo pintado de piedra.
Un horno, que ya cerró, indica que estamos en el club de las desapariciones. Es el del Árbol, bollería y pastelería. ¿Del Árbol? ¿Dónde está? Tal vez habría que plantar un ciprés que diera rollitos de anís.
Bella mañana de sol, de cualquier mes mediterráneo. Me gusta pasear por los cementerios junto al requiescat in pace grabado en lápidas que hieren recuerdos. Un gato negro roza mis piernas indicándome que ése es su territorio. Lo acaricio.