Quizás el aspecto más relevante sobre el pasto inmaculado del Estadio de La Cerámica fue el regreso de Roger Martí al eje del vértice del ataque azulgrana. Su retorno se produjo en los minutos iniciales del capítulo definitivo.
El Pistolero emergió desde las catacumbas del banquillo con el semblante serio, pero henchido de orgullo para relevar de sus funciones a Jason. Atrás quedaba un páramo marcado por la gravedad de la lesión que se produjo en el transcurso de la pretemporada en un choque sin apenas trascendencia, ni brillo ante el Almería. Su rodilla se resquebrajó y el expediente de Roger, uno de los jugadores capitales en la consecución del ascenso a la elite del ejercicio pasado, quedó sin muescas hasta la jornada de hoy en el feudo del Submarino Amarillo. Roger canonizó su vuelta rasgando las mallas contrarias desde el punto de penalti. El Pistolero no ha perdido la efectividad que le caracteriza desde los once metros. Roger regresó con las alforjas cargadas. La diana contiene un valor mucho más anímico y emocional. Así lo entendió Morales. El Comandante le ofreció la posibilidad de estrenar su casillero como anotador con el tiempo ya expirando.
Era el minuto veinticinco y el Levante parecía alojado en el limbo. No había excesivas noticias de la escuadra azulgrana en su paso liguero por tierras castellonenses. Oier había decidido agigantar su enorme figura para mantener con respiración a la entidad levantinista. El arquero era el cordón umbilical que mantenía al club granota asido a la vida y también al partido. Sus guantes estaban haciendo continuos milagros, principalmente en un remate a bocajarro después de un disparo mordido de Enes Ünal, tras impactar en la bota de un defensor, que chocó hasta por dos veces contra el larguero. Oier tiró de instinto, de fe y también de voluntad para salvaguar la integridad del marco que resguardaba ante la mirada entre atónita y atribulada de la grada. Y los delanteros amarillos surcaban el verde como aviones plateados en constante progresión siempre con el objetivo y el punto de mira focalizado sobre la portería defendida con sobriedad por el cancerbero vasco.
Nadie mejor que Samu Castillejo simbolizaba esa tendencia. El jugador andaluz se expresaba con determinación en ese espacio en el que el vértigo preludia la acción del gol. Atrás Trigueros y Fornals manejaban los tiempos. El rubito, con el diez a la espalda, sembraba el pánico en cada incursión que ideraba. De hecho, vio el camino despejado entre un bosque de piernas para plantarse en las inmediaciones de Oier. Potencia en la zancada y calidad con el cuero pegado a sus pies para acabar tendido sobre el césped del coliseo amarillo. Antes se revolvió para darse de bruces con el palo. Todo concluyó con Trigueros retando al guardameta vasco desde los once metros. El centrocampista tocó con suavidad para dinamitar la meta azulgrana por el centro. En ese instante de la confrontación, cuando restaba un océano todavía que cruzar, la oscuridad parecía cernirse sobre el grupo blaugrana. Ningún indicativo parecía fortalecer su imagen.
El colectivo salía perdedor de cada batalla cuando las agujas del reloj no se habían posicionado sobre el minuto treinta. Paradójicamente el Levante repuntó, quizás cuando más lejos parecía del encuentro. Lejos de amilanarse y de sentir la contundencia del golpe dio dos pasos al frente para merodear la portería de Asenjo. Liderados por Coke, desde el perfil derecho de la retaguardia, el bloque de Muñiz fue reduciendo las distancias con la meta de Asenjo. El lateral cedido por Schalke 04 tiene cuajo y oficio. Hay hechueras de futbolista desde que se planta sobre el verde. Es un hecho que se antoja innegable. Y su experiencia puede ser determinante para afrontar una segunda vuelta que se presagia repleta de dificultad y también de complicaciones. El defensor madrileño probó con una sutil vaselina desde la frontal del área que rozó el travesaño de Asenjo.
Pese a su condición de defensor no cejó en su empeño de recorrer la banda con el fin de convertirse en un atacante más. Por la orilla contraria de la superficie del verde, Morales percutía sobre su oponente. Fueron los momentos más determinantes del Levante. El bloque granota se desprendió del corsé que le atenazaba para desafiar al Villarreal. El Comandante pisó el área amarilla con regularidad en los minutos finales del primer acto. Y Postigo probó los guantes de Asenjo en un disparo desde las cercanías del perímetro defensivo del Submarino. El Levante presentaba argumentos para soñar con un cambio en el guion de la confrontación. No obstante, la puesta en acción del Villarreal en la epifanía de la reanudación cortó cualquier atisbo de metamorfosis. Ünal recorrió la banda izquierda como extremo para contactar con Cheryshev. El partido se quebró. El gol de Roger, con el duelo ya con la persiana echada, fue prácticamente testimonial.
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