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Marte, un planeta de cine

Matt Damon interpretando a Mark Watney en The Martian. / 20th Century Fox
Matt Damon interpretando a Mark Watney en The Martian. / 20th Century Fox

El planeta rojo siempre ha despertado curiosidad y fascinación entre los seres humanos. El cine también ha reflejado esta atracción desde sus comienzos y ha dejado una estela de películas con grandes dosis de fantasía e imaginación, aunque más o menos acertadas desde el punto de vista científico. La última, The Martian, que esta semana se estrena en los cines españoles.

La existencia de otras formas de vida, e incluso civilizaciones, fuera de nuestro planeta es una cuestión que ha obsesionado a la humanidad desde hace siglos. Se ha especulado mucho sobre las visitas de extraterrestres a la Tierra, especialmente de los marcianos.

Durante muchos años, Marte fue objeto de estas fantasías debido al poco conocimiento que el ser humano poseía sobre este planeta. Las ideas que se tenían de nuestro vecino espacial eran de lo más variopintas y uno de los frutos de esos pensamientos son las películas que tienen a al planeta rojo como escenario principal.

Incluso ahora que sabemos más sobre este planeta, la gran pantalla sigue reservando un hueco para historias como The Martian, la nueva película Ridley Scott que se estrena en España el viernes 16 de octubre.

La película muestra la lucha por la supervivencia en un entorno deshabitado y hostil en el que el astronauta Mark Watney –dado por muerto tras una terrible tormenta de arena en Marte– tendrá que recurrir a su ingenio mientras la misión de rescate viene en camino.

Un planeta de fantasía

Sin embargo, la historia de Marte en el cine se remonta muchos años atrás. Una de las primeras muestras audiovisuales fue Un viaje a Marte (1910), de Thomas O. Edison, con tan solo unos pocos minutos de duración. En el cortometraje, un científico crea una sustancia que provoca antigravedad sobre los objetos en los que se vierta. Gracias al uso del invento consigo mismo logra llegar a Marte, donde se encuentra con árboles gigantes y monstruos malvados.

Esta visión poco acogedora, con formas de vida peligrosas y hostiles, sería una imagen recurrente en el cine a la hora de mostrar este planeta. Ejemplos de ello son títulos como El terror del más allá (Edward L. Cahn, 1958) o La furia del planeta rojo (Ib Melchior, 1959).

Otra perspectiva es la que presenta Aelita: reina de Marte (Yakov Protazanov, 1924), en la que una civilización humana es tiranizada por su monarca en Marte. Dejando a un lado los fallos científicos (viajes de un planeta a otro en naves rudimentarias o la capacidad de ver a los terrícolas desde Marte con un telescopio, por ejemplo), también llama la atención que se planteara la existencia de formas de vida iguales a la nuestra, organizadas y con una estructura de gobierno.

Durante las décadas de los 50 y los 60 proliferaron las películas sobre el planeta rojo, aunque continuaron con la línea de lo fantástico. La ausencia de imágenes reales de Marte, hasta que la sonda Mariner 4 lo alcanzó en 1965, explica la falta de realismo con la que hoy se perciben aquellas películas.

No obstante, antes de que esa nave espacial enviase las primeras fotografías, se había estrenado Robinson Crusoe en Marte (Byron Haskin, 1964), una versión cinematográfica de la novela Robinson Crusoe de Daniel Defoe, que presentaba unos paisajes marcianos similares a los reales.

Aun así, mostraba varios fallos desde el punto de vista científico. El protagonista camina sin traje de protección por Marte, puede respirar sin necesidad de oxígeno artificial y encuentra vida vegetal en un pequeño manantial. Hoy día sabemos que la radiación del planeta mataría a un ser humano si no va correctamente protegido y que la atmósfera es irrespirable.

La veracidad científica también brilla por su ausencia en títulos cinematográficos más contemporáneos. En Misión a Marte (Brian de Palma, 2000) vemos un huracán gigante que parece tener vida propia y engulle a los astronautas, acontecimiento que difícilmente puede explicarse si no es a través de la fantasía.

Por otro lado, un cielo tan ocre como el que se observa en esta película también puede suscitar dudas, pues el cielo marciano en realidad es blanco, y su tonalidad rojiza es consecuencia de las partículas en suspensión.

Las apuestas de Disney por el planeta rojo tampoco han tenido mucho éxito. Uno de estos proyectos fue John Carter (Andrew Stanton, 2012), que fue un fracaso en taquilla. El Marte que presenta esta película no se ajusta para nada a la realidad. Dejando a un lado el hecho de que una vez más se presente una atmósfera respirable como la nuestra, presenta multitud de fallos para la ciencia.

En primer lugar, la temperatura de Marte, al estar más alejado del Sol que la Tierra, es menor que la que se ve en la película y puede llegar a niveles muy bajos cuando no hay luz solar. Sin embargo, los personajes se visten con poca ropa y la sensación térmica es elevada. Por otra parte, la gravedad del planeta –inferior a la nuestra– tampoco explicaría los saltos descomunales que da el protagonista.

En definitiva, la visión que ha dado el cine durante décadas de nuestro planeta vecino ha estado muy alejada de la realidad y de las bases científicas. Incluso The Martian se toma varias licencias, como una gigantesca tormenta de arena en Marte o la posibilidad de cultivar patatas en el nocivo suelo marciano, donde abundan los metales pesados.

Aun así, la película de Ridley Scott resulta interesante para los expertos en Marte, por el retrato fiel que hace de sus paisajes y condiciones ambientales, que hacen imposible la vida sin la ayuda de recursos externos. Un panorama con el que Mark Witney, el protagonista, tendrá que luchar para volver a la Tierra.

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