Gil-Manuel Hernàndez i Martí
Sociólogo e historiador.
Profesor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social,
Universitat de València
Más nos vale tomar consciencia de ello lo más pronto posible. Porque mientras seguimos en la ilusión de la paz consumista, la guerra ya ha empezado con toda su crudeza y nosotros somos el enemigo. En realidad, las hostilidades se iniciaron hace unos cuarenta años, cuando las élites mundiales comenzaron a poner en marcha la agenda política neoliberal para legitimar la ofensiva del capitalismo financiero a escala global. En cada país la ofensiva fue aplicada con sus matices, pero lo que estáclaro es que tras arrasar el Tercer Mundo ha llegado al Primero para quedarse e intensificar la dominación, la explotación y la depredación.
La crisis de 2008 marcó el pistoletazo de salida para una nueva fase de la guerra, la de la intensificación de la acumulación de capital por parte de las élites extractivas y especulativas mediante la desposesión de las clases medias y el empobrecimiento radical de las clases bajas. En España el proceso se agudizó especialmente a partir de ese golpe de Estado camuflado que fue la reforma constitucional de 2010, perpetrada un fin de semana de agosto con el concurso de los principales partidos dinásticos. A partir de la victoria por abrumadora mayoría absoluta del Partido Popular el 20 de noviembre de 2011 las puertas se abrieron del todo y los nuevos bárbaros, amparados por las más altas instancias económicas globales, procedieron a implementar la entrada en una nueva fase, la de la guerra abierta contra la ciudadanía: los recortes sociales brutales, las reformas laborales que reinstauran la esclavitud de facto, el incremento estratosférico de la deuda pública para justificar nuevas oleadas privatizadoras, la puesta en marcha de reformas legales para criminalizar las disidencias y reprimir las protestas populares, la abdicación exprés con absoluta impunidad para los Borbones y el último intento por cambiar las reglas del juego electoral, con vistas a la instauración de una verdadera dictadura camuflada con formas democráticas, suponen las más evidentes muestras de que la guerra es un hecho.
En esta guerra no se disparan balas (algunas de goma, sí) ni sale el ejército a la calle (de momento), aunque las unidades antidisturbios se refuerzan y golpean a diestro y siniestro. La mayoría de los medios se convierten en simples resonadores propagandísticos de los agresores y la violencia institucional y la vigilancia represiva se multiplican por doquier. Y lo peor es que las oligarquías no están dispuestas a tolerar que la democracia funcione de verdad, ni parecen aceptar la posibilidad de que los hastiados y exprimidos ciudadanos intenten recuperar la soberanía del pueblo. Lo peor, dicho claro y raso, es que han apostado decididamente por un Estado orwelliano especialmente perverso y malvado. Los psicópatas que nos gobiernan, desprovistos como están de cualquier empatía para con las personas y sus inquietudes, demandas y miserias, han tomado claramente el camino de la guerra total, y sus bandos, ataques y masacres se reproducen cada día. Saben que toda su riqueza tiene los pies de barro, porque el sistema en que se asientan va de crisis en crisis hasta el colapso final. Por eso no pueden negociar. Aunque quisieran no podrían, pues se juegan su supervivencia como elites y como gestores del capitalismo más destructivo que jamás existió. La guerra es su único camino. Hora es ya de aceptarlo, por duro que ello sea, y de actuar en consecuencia.