Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló.
Contrariamente a los comentarios que leo procedentes de tierra adentro, pienso que para los periféricos toda la disputa sobre la formación de los grupos parlamentarios a la que hemos estado asistiendo estos días en el parlamento español no es una cuestión tediosa o baladí, una pura cuestión de trepas burócratas o de algún grupo avida dollars. Lo que sí es surrealista es que un grupo mimado (¿creado?) por el IBEX 35 como C’s esté lanzando acusaciones en ese sentido a una fuerza como UP/IU que no tiene esos recursos y depende exclusivamente de las ayudas institucionales para sobrevivir.
Muy al contrario, lo que se está jugando es, nada menos, que el modo de articular, según una política que se pretende nueva, el antagonismo social (los de abajo contra los de arriba, etc.) con la tensión territorial, que es un vector de goce esencial en la política española, esto es, el pivote sobre el que se articula toda la confrontación entre la visión del mundo de los herederos del franquismo (liberal-parlamentarios conversos) contra sus víctimas, los demócratas. Y quede ya que desautorizo cualquier lectura genealógica, familiar o étnica de ese conflicto simbólico que articula desde hace más de cien años lo real del malestar en la civilización en el ámbito español. Sólo hay que pasarse por algunas tertulias de extrema derecha (Canal 13, por ejemplo, o TVE) para ver la importancia que le están dando al hecho, intentando reducirlo a pura anécdota y a una simple cuestión de pillar subvenciones. Todo ello con la colaboración de esa curiosa ralea que son los socialistas resentidos (ahora es Redondo Terreros, como hace unos años fueron Pablo Castellanos o Leguina). Una radical renovación de las fuerzas democráticas (lo que toda la vida habíamos llamado “izquierda”) pasa por articularse sin ignorar esa tensión. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pregúntenle a Edipo, que se amputó los ojos al saberse hijo de aquella con la que gozaba y de aquél al que asesinó. No hay legitimidad posible si no se arrostra lo real del goce. Y de eso va la fragmentación parlamentaria y ese núcleo de endogamia orgiástica e incestuosa que puede llegar a ser el grupo mixto. Es a la izquierda monolingüe y de secano a la que le toca elegir entre ser edípica o cainita. Y mirar para otro lado diciendo “anda que no son ruidosos estos periféricos”, no parece una solución.
Es tal la cuestión, que uno de los grandes baldones del PSOE es la facilidad con la que son acogidos y lo cómodos que se sienten los hispano-fundamentalistas en sus filas, en las comunidades monolingües de la mitad sur de España. Fueron el troglodita López Ibarra (quina barra) o Bono y ahora Susana Díaz, García-Paje, o Fernández Vara. Y no deja de sorprenderme que si el españolismo fascista anida en otros lugares -como Madrid, Catalunya, o el País Valenciano- en el PP, en las tres comunidades del sur peninsular tiene su acomodo en buena parte en el PSOE. Es eso que he llamado el nacionalismo frío, el fundamentalismo soberanista español, que hace del legalismo y de ciertos artificios jurídico-politológicos una extraña retórica para justificar que la soberanía legal está por encima de la voluntad popular. Si se defiende eso como un dogma, ya se puede defender cualquier cosa más allá de toda moral.
Aunque pienso que, a veces, simplemente no captan las peculiaridades de los sentires periféricos, los socialistas (y por supuesto la izquierda) madrileños, sólo sea por el toque de aggiornamento que implica vivir en una ciudad grande, son mucho más comprensivos con las diferencias nacionales y culturales en el seno de España. Esto del PSOE tiene narices porque, en vez de tender puentes para una cohesión de la sociedad civil orientada hacia el progreso, este albergar al ultra-soberanismo español lo que está haciendo es darle cobertura a uno de los elementos nucleares del franquismo en sus propias filas y, así, reactivarlo y cebarlo. Eso de las líneas rojas con las que los barones sureños están dispuestos a hacerle la cama al secretario general de su partido, con la excusa de que les da votos, no está tanto respondiendo a una demanda de su electorado sino retroalimentando un nacionalismo excluyente y cavernario dándole la cobertura legal del soberanismo nacional-constitucionalista. Para decirlo claro, haciendo de invernadero del derechismo cuando éste, fruto de sus torpezas y corruptelas, tendría serias dificultades para seguir cultivándose al aire libre.