Hasta lo bueno si se prolonga, nos hastía o…, en el mejor de los casos, nos deja de conmover. Qué gran sabiduría hay detrás de estas palabras y cuántas de estas cosas deberían de enseñarnos en el colegio: otro gallo nos hubiera cantado.
La cuestión es que al quinto día de comer y cenar pinchos en la bella Donosti; pinchos de sabores y colores y alturas distintas, uno ya nota cierta cerrazón en lo que viene a ser la glotis. Es el propio cuerpo, amigo donde los haya, el que te avisa de que uno y no más, Santo Tomás.
A esta atiborrada sensación que preludia como ninguna otra el final del Festival de Cine, se le une la soledad impuesta que te confirma secamente, que ya tus amigos han partido y que por tanto, vuelves a estar solo. Pero ojo, no es una soledad hiriente. No hace pupa. El gris habitual de la ciudad de la Concha y sus prolongados paseos te invitan a sumergirte en una especie de melancolía mullidita que arropa y acaricia. Es un sufrir agradable, esta soledad elegante que te proporcionan las distintas salas de cine que acogen el Festival.
Tendría especial interés, ahora que lo pienso y hablando de esto de la melancolía, en preguntar al Sr. Rebordinos, que es el Director de este magno Festival, acerca de los criterios que se barajan en la mesa donde se deciden las películas que concursan en la sección oficial. Es un hecho comprobable y una sensación más cierta todavía, que la inmensa mayoría de los largometrajes que hemos podido ver, son rutilantes torpedos dirigidos a la línea de flotación de los corazones de las personas normales; vamos, que nos hemos merendado y desayunado unos pedazos de dramones que quitan el hipo y las ganas de comer.
Puedo barruntar, atando cabos mientras os escribo, que conociendo la magnífica organización de la que puede presumir su comité de dirección, esta escandalosa apuesta por la melancolía y esta continua invitación a rasurarse las venas a la que hemos hecho alusión, sea fruto de un magnífico plan de marketing pergeñado para darle esa pátina final a la imagen bucólica de esta coqueta ciudad.
Que sí. Que se está muy a gustito. Que pega… Pero por la diosa Perséfone, ¡dennos un pequeño atolón donde descansar!
Puedo barruntar, esta vez siendo más realista, que a las mentes cinéfilas de los que mandan, les parece mucho más adecuado para el prestigio de un Festival de este calibre, el ejercicio machacante de la tragedia y la pena infinita. Deseo que no sea así, pero algunos bodrios pretenciosamente dolorosos visionados y otras exageradísimas propuestas danesas, me hacen dudar. Qué rabia.
Empezando por lo peor, recordando que esto al fin y al cabo no es más que una opinión y subrayando el ingente esfuerzo colectivo que supone poder rodar y estrenar una película, hagamos un resumen.
Cansina, plasta e innolora es la película ‘Phoenix’ del alemán Christian Petzold, sin más. Gris, fofa y olvidable ‘Felix and Meira’ del canadiense Maxime Giroux; alargada, repetitiva y ególatra ‘Edén’ de la directora francesa Mia Hansen Love; pero la que se lleva la palma, por Tutatis, es la argentina ‘Aire libre’ de la realizadora Anahí Berneri. Aburrida hasta límites insospechados, esta película pretenciosa donde las haya refleja el ocaso de una pareja, del amor entre ellos y del respeto mutuo que se supone que al principio existió. Qué coñazo, con perdón. Ni al peor de mis enemigos, si lo tuviera localizado.
Pero gracias a los mismos que han seleccionado estas insufribles películas, hay que reconocer que nos llevamos a casa un ‘grapat’ de muestras de buen cine.
Sencilla, amigable y después de lo visto anteriormente, reconciliadora, nos llega ‘La voz en off’ una peli de Cristián Jiménez donde la convivencia de una familia que rezuma veracidad por todos sus poros nos redime y ahuyenta de peligrosos fantasmas que aparecen tras sucesivas decepciones. A recordar la química brutal y encantadora entre los dos niños y la aparición de incógnito del padre en una de las escenas.
Qué fácil parece hacer un buen thriller, qué difícil es y qué dos ejemplos más antagónicos e interesantes nos ha brindado esta 62ª edición. Estoy hablando de ‘La entrega’ una fabulosa película, entretenida y de apabullante guion firmado por Dennis Lehane, guionista de ‘The wire’. Con unas interpretaciones magistrales de sus dos protagonistas, Tom Hardy y el finado James Galdonfini, que emocionan y transmiten. Qué manera de pasarlo bien. De estar en tensión y con los ojos especialmente abiertos durante todo el metraje. Qué capacidad para sorprenderte y ojito, que a veces se nos olvida, de esa característica maravillosa que tienen algunas películas que nos hacen disfrutar más y pensar menos. ¡Sí, se puede!
Y en contraposición tenemos a la esperadísima ‘La isla mínima’, donde la tremenda labor de creación de ese universo maligno y visceral que fluye viscoso en las marismas ocultas del Guadalquivir, no logra esconder, aunque lo merezca, una trama con muchos agujeros y una historia sin misterio y por tanto sin final.
Mención especial quiero hacer a la película vasca ‘Loreak’ dirigida por José María Goenaga y Jon Garaño. De guion tan hilvanado como efectivo. Pequeña, con los grandes atributos que esto conlleva, pero grande en su tristeza. Creíble y sin grandes alharacas. Unos excelentes actores, una certera dirección y como ya hemos dicho una buena historia y ya tienes lo necesario para salir del cine con una agradable sonrisa y un buen rollito contagiable.
Para acabar, merecida Concha de Oro para la película de Carlos Vermut ‘Magical Girl’. Es una bocanada de aire puro y distinto a todo lo demás, que agradeceréis. Desconcertante pero mágica a la vez. Realista hasta que deja de serlo, para convertirse en un cuento japo masticado y barnizado con lo mejor de nuestra península. De final estruendoso y necesario. Qué agradable descubrimiento. Qué bien irse a casa con este regusto a fresa ácida de los chicles de antes.
El Péndulo de VLCNoticias/Nando Ros