Carlos Salvador
Taller de Indumentaria
Con este nombre queremos “bautizar” esta nueva sección en la que hablaremos del indumento que utilizaron nuestros antepasados y que hoy en día, con mayor o menor fortuna, tratamos de vestir en fiestas y demás eventos de nuestros pueblos y ciudades.
El objetivo de nuestros artículos es divulgar nuestras investigaciones y trabajo de campo realizados en esta materia y poder acercar al lector a la indumentaria tradicional que pasó de generación en generación a lo largo de los años.
El periodo en el que nos vamos a centrar comprende el inicio del siglo XVIII a finales del XIX. Describiremos la evolución de las distintas piezas que comprenden el indumento tanto del hombre como de la mujer.
También conoceremos la forma de obtener los tejidos utilizados así como el nombre y colocación correcta de las diferentes piezas.
Describiremos las prendas tanto del hombre como de la mujer paralelamente empezando por la ropa interior y, poco a poco, desgranaremos el traje hasta llegar al exterior. También hablaremos de los complementos que acompañaron a estos trajes.
Reforzaremos nuestros artículos con fotografías de piezas originales, laminas, documentación escrita y hablada (transmisión oral) y todo lo que represente una fuente de consulta. Asimismo trataremos de entrevistar a personalidades que puedan aportar datos inestimables en esta materia.
El espacio geográfico que queremos abarcar comprende toda la zona mediterránea, aunque con esto hay que dejar claro que no se va hablar del “traje de valenciana” o “castellonera” por poner un ejemplo, sino que se tratará la indumentaria tradicional de una época concreta, con características bastante similares en toda la península, ya que la estructura de la ropa y las materias primas a grandes rasgos eran las mismas en cualquier pueblo de España. Nos gustaría que todo esto sirviera para que nos concienciáramos de lo que significa vestir nuestro traje y lo hiciéramos con la dignidad y el respeto que merece.
Entraremos ya en materia y comenzaremos hablando de la obtención del tejido del cáñamo pues fue el más utilizado en la confección de la ropa interior y ropa blanca en general.
El cáñamo o Cànem.
El cáñamo, probablemente originario de Oriente Medio, se instaló en la Comunidad Valenciana, principalmente en las comarcas alicantinas y en otros puntos del cinturón de Valencia.
Sus antecedentes en el empleo para usos cotidianos son bastante antiguos. Se tienen noticias de que ya se tejía en Valencia en el siglo XVI, empleándose principalmente para fabricar sacos, cuerdas o redes y con las fibras más finas tejidos.
Era una tarea íntegramente artesanal. Tanto el procedimiento de extracción de la fibra, como el hilado del cáñamo, pasaron inalterables de padres a hijos, de generación en generación.
La variedad que se cultivaba era el “cannabis sativa” (cáñamo común industrial, agrario o textil).
La siembra de los cañamones se realizaba en el mes de marzo y a finales de septiembre el cáñamo de flor (macho) solía alcanzar su pleno desarrollo. Este era el primero en arrancarse y se dejaba unos días más el cáñamo de simiente (hembra) que era el que se recolectaba después. La siembra se hacía a voleo, es decir tirando la semilla al aire y distribuyéndola al azar sobre el terreno, procurando que la simiente estuviese lo más junta posible. El objeto de este tipo de siembra es que estuvieran las plantas suficientemente espesas para que los tallos no se ramificasen, consiguiendo tallos finos y largos que podían alcanzar hasta 2 metros de altura.
Una vez recolectado, se hacían manojos y se colocaban en forma de cabaña en el campo para que se oreara. Una vez seco se procedía a separar el grano, o sea, los cañamones. El procedimiento consistía en golpearlos o pisarlos encima de lienzos. Después aventarlos o limpiarlos con harneros o cedazos, reservando el grano recogido para la próxima siembra, alimento de aves o consumo humano (cañamones tostados, pan con cañamones o turrón).
Sacado el grano, los manojos se sumergían en agua durante nueve o quince días, en balsas cerca del río o directamente dentro del mismo poniéndole piedras encima. Esto se hacia para que se pudrieran las partes pulposas del tallo, quedando solo la fibra.
Pasado este tiempo se procedía al secado durante unos cuatro o cinco días, dependiendo del tiempo. Para esta operación, al igual que la de sumergirlo, cada productor, en función de la cantidad, buscaba el lugar adecuado (prados, eras…).
Seco el cáñamo, venía la fase de machacado o majado, operación que se realizaba en la agramadera, machaca o cascadera que consiste en una canal y una lengua de madera de olmo, roble, carrasca o pino. Había agramaderas de dos y hasta tres canales y lenguas. Este trabajo lo realizaban los hombres golpeando con la lengua de las agramaderas el cáñamo sobre la canal, con lo que se eliminaba la parte podrida del tallo y quedaba sólo la fibra.
Para conseguir fibras más finas, sobre una madera llamada gramilla o una silla se golpeaba con otro utensilio al que llamaban espada o espadilla, una especie de tijera de madera donde se introducía dicha fibra. Para separar las fibras de distinto espesor se rastrillaba o escardaba con peines o cardas. Las fibras más gruesas quedaban prendidas en las púas (estopa) dejando libres las más finas.
Con la fibra ya limpia y hecha ovillos venia el proceso del hilado que solía realizarse en invierno pues para que las fibras se unan era necesaria la humedad.
El hilado lo realizaban las mujeres con la rueca, donde colocaban la fibra y el huso, el cual haciéndolo girar recojía el hilo de cáñamo formando ovillos. Después con ayuda de la madejera, estos ovillos eran transformados en madejas.
Para el blanqueado de las madejas se utilizaba agua que hervía en calderas. Colocaban las madejas, en un “coçiol” (maceta grande) y encima un lienzo en el que ponían ceniza y echaban el agua hirviendo que se filtraba a través de la ceniza y el lienzo. Esta agua salía por un orificio que tenia el recipiente abajo y era recogida para volverla a calentar y volver a “colarse” hasta ser recogida debajo de nuevo.
El agua procedente de las sucesivas coladas acababa formando un líquido oscuro que se usaba como lejía e incluso como champú para el pelo. Durante una semana se hacían 14 coladuras al día renovando la ceniza y para finalizar se lavaban las madejas en el rio. La fibra se secaba al sol y después las madejas colocadas en la devanadora se iban enrollando para hacer los ovillos. De esta manera ya estaba lista para llevarse a los telares
Normalmente se llevaba al tejedor del pueblo para confeccionar los diferentes tejidos según su uso.
Con las fibras más bastas se hacían lienzos para mantas, cobertores, mandiles o maseras que eran las características telas con las que se cubría la masa del pan para que fermentase. También se hacían aperos agrícolas como talegas, costales o morrales para las caballerías. Además de los tejidos también se fabricaban sogas, calzado con suela de cáñamo y otros aperos agrícolas.
Con las más finas se hacían sábanas, camisas, saragüells, enagüas y en general toda la ropa interior o ropa blanca.
Este proceso se repitió una y otra vez durante siglos hasta llegar a la época de la mecanización de los años 50 y 60 del siglo XX. La decadencia de esta industria aplicada a la vestimenta se produjo con la introducción de fibras sintéticas en la década de 1970.
Y para finalizar aquí tenéis unas coplas que hacen referencia al cáñamo.
Poquito a poco hilaba la vieja el copo. (Requena)
Conforme sea la paga, será la hilaza. (Requena)
Cofrentina bailaora, como meneas la sayas,
Si conforme bailas, hilas, no te faltarán sinagüas. (Cofrentes)