Mª José Antich
Periodista y Doctora en Comunicación
Si hay algo cruel y que ha existido siempre es la falta de tacto de algunos niños. El acoso escolar no es una moda que se haya impuesto ahora, pues desde siempre ha habido grupitos que son los que sacan motes y que se dedican a molestar a los que aparentemente se muestran más vulnerables.
En todas las clases y en todas las épocas estaba “el gordito”, “la gafotas”, “el guaperas”, “la empollona”, “el gamberro”, “la fea” y “el chulito”, entre otros calificativos.
Muchas veces estos apodos no influían para integrarte en un grupo, ese que estaba constituido por los mismos que te habían puesto el nombre y que ellos mismos también tenían uno asignado por otros. Tener mote era lo más normal del mundo pero no era razón para excluirte y menos para acosarte.
Los tiempos han cambiado para peor, y es que en el último mes ya son diversos los casos de bullying en España, y uno desgraciadamente ha acabado con el suicidio de una de las víctimas. El poner motes ha pasado a la historia, puesto que ahora la cosa es más seria, se trata de menores que sufren día a día el maltrato verbal y en ocasiones hasta físico de sus compañeros, llevándoles en la mayoría de los casos a una depresión con la total desmotivación para continuar viviendo, como era el caso de Arancha.
Ya no basta con que los padres denuncien y se muevan, en muchos casos la culpa es de los centros, a los cuales se les escapa de las manos por falta de plantilla.
Las redes sociales tampoco ayudan, pues ya no es lo que tienen que aguantar los acosados dentro del centro escolar sino también fuera, mediante comentarios en twitter, facebook, whatsapp y vídeos grabados y subidos en cualquier red.
Además, coincide con que siempre suelen ser las víctimas las que se cambian de centro. Es decir, no tienen suficiente con sufrir tratos vejatorios y humillantes sino que además deben huir del colegio o instituto.
Si a esto se le añade que a los menores que acosan los detienen, prestan declaración y más tarde quedan puestos en libertad, me pregunto por qué, después de ser los que han provocado el daño, no son ellos los que cambian de centro.
Pero en todo caso, y aunque el asunto llegue a la Fiscalía de Menores, en algunas ocasiones se trata de menores inimputables. Es decir, la edad penal se establece a los dieciocho años pudiendo pedir responsabilidades a partir de los catorce, pero nada dice la justicia de los menores de trece, que en ocasiones pueden llegar a ser más crueles que los de dieciséis y no son responsables judicialmente, como es el caso del joven de trece años que mató con una ballesta a un profesor del Institut Joan Fuster de Barcelona.
Por muchas campañas que se lleven a cabo contra el acoso escolar no han sido suficientes si se comparan con los casos violentos que existen. Está claro que si hay algo que quizás se debería plantear es rebajar la edad de responsabilidad penal o en todo caso que los centros o los padres de los acosadores actúen.
Tal vez la Ley de protección a la infancia, aunque intenta proteger a todos los menores, desprotege en ocasiones a los más frágiles.