Cristina Doménech | Valencia noticias.- Parece que Miguel Bosé Dominguín nació para ser un hombre de mundo. De sangre española e italiana, pero nacido en Panamá, hoy recorre la esfera terrestre de un lado a otro con su música. Más bien, ya lleva haciéndolo 40 años. Si algo caracteriza al cantante panameño es el haberse convertido en un auténtico icono musical intergeneracional. A las ocho de la tarde, las puertas de la Plaza de Toros de Valencia se abrieron de par en par para recibir a madres, hijos y hermanos que aguardaban su turno durante horas en una cola un tanto caótica. “¿Qué es lo que está pasando?”, pregunta un joven extranjero de unos veinticinco años de edad con cara de sorpresa. “Vuelve Miguel Bosé”, afirma emocionada una de las fieles seguidoras del cantante.
Desde su anterior gira, Amo, Bosé no pisaba el ruedo valenciano. Y eso se notaba. A pocas horas de comenzar el concierto, el cantante conseguía agotar la totalidad de las entradas disponibles. Valencia tenía ganas de Bosé. Y Bosé se entregó en cuerpo y alma al cap i casal.
La gira Estaré engloba los éxitos recogidos en su último álbum acústico, MTV Unplugged, lanzado el pasado otoño y en el que realiza duetos con artistas como Pablo Alborán o Juanes. Si Miguel Bosé eligió Valencia como la ciudad con la que iniciaría su anterior gira, esta vez se guardó a la capital del Turia para el postre. Tras recorrer durante este verano varias ciudades españolas, el equipo de Bosé llegó a Valencia en los últimos coletazos de la parte española de su gira, aunque esta continuará este mismo mes por Estados Unidos.
El reloj dio las diez y, de repente, se apagaron las luces. Hubo un breve lapso de silencio, interrumpido, rápidamente por gritos, muchos gritos. Uno a uno, los músicos y coristas del cantante comenzaron a desfilar por el escenario. La agitación se acentuaba entre los asistentes, y sus aullidos, bajo la tenue luz de una luna llena, también. Y por fin, Bosé irrumpió en el escenario a modo de ‘participación estelar’. “Gracias, Valencia. Agarraos de mi mano, fuerte”. Con estas palabras, Miguel Bosé capitaneó un viaje 40 años atrás en el tiempo y desplegó sus grandes éxitos, ya leyendas de la música española, durante poco más de dos horas. Linda, Nada Particular –canción con la que especialmente emocionó a sus seguidores, cuando pidió al público que alzara sus brazos al cielo, como símbolo de la paz- o Sevilla fueron, entre otras, las melodías más aclamadas por el público. En definitiva, Bosé apostó por lo seguro: un repertorio con el que ya conquistó en giras anteriores pero que, no por ello, causó hartazgo entre los allí presentes. Todo lo contrario: pocos eran los que se quedaban amarrados a sus asientos.
La puesta en escena, sobria y elegante, consistió en un juego de luces que contrastaban con la vestimenta oscura del cantante y del cuerpo de músicos y coristas. Su forma de pasearse por el escenario, a sus 61 años, como Pedro por su casa, y su característica y traviesa forma de mover el esqueleto parecen ser indicios de que todavía queda Bosé para rato. No faltaron en el concierto referencias a asuntos de actualidad, como la situación de los refugiados o las últimas maniobras de Donald Trump. “Yo no quiero construir muros, quiero puentes”, espetó Bosé.
Como broche final, y tras abandonar el escenario brevemente –quizá para hacerse un poco de rogar- la fiesta continuó con canciones tan conocidas como Gulliver, Bambú o Amante Bandido, con la que desató la locura. Pero sin duda, el colofón llegó cuando las luces del escenario se apagaron y un único foco apuntó a la estrella de la velada. El cantante entonó Te amaré, uno de sus primeros y más glorificados temas de su cóctel de éxitos. A lo largo de la totalidad del concierto, parece que Bosé sintió el calor de la terreta y se mostró muy emocionado e incluso, en alguna ocasión, con la voz entrecortada. Su arma fue su voz. Su diana, los corazones de sus seguidores, en los que, como reza su canción, “estuvo, está y estará” dejando huella a sus fieles “amantes bandidos”.