Si las elecciones que se van a celebrar el próximo 26 de junio —casi con total seguridad— tuvieran lugar mañana mismo, los españoles votarían reafirmando su preferencia por un sistema multipartidista similar al emanado de las urnas el pasado 20 de diciembre.
Desde principios de año —desde el Clima Social de Metroscopia para EL PAÍS del mes de febrero— ha permanecido invariable la proporción de españoles que piensa que lo mejor es que existan varios partidos de tamaño similar porque, aunque hace más difícil la formación de gobiernos, hace que aumente el pluralismo en el Parlamento: dos de cada tres (66 %). Solo entre los votantes del PP —y en la misma proporción ahora que hace cuatro meses: también dos de cada tres (65 %)— son mayoría quienes piensan que lo mejor es que haya dos grandes partidos porque eso hace más fácil la formación de gobiernos, aunque con ello haya menos pluralidad en el Congreso de los Diputados.
No obstante, la similitud con el actual del sistema multipartidista que se produciría (si se repitieran ahora las elecciones) iría acompañada de algunos cambios significativos con respecto a los resultados del 20D:
La participación electoral
El primero, y más importante, por la medida en que incide sobre el resultado final, es la participación electoral. En unas elecciones que tuvieran lugar ahora esta quedaría en el 70%, es decir, 3.2 puntos por debajo de la registrada el pasado mes de diciembre (entonces fue el 73.2 % sobre el Censo de Españoles Residentes —CER—, esto es, sin considerar el voto de los residentes ausentes —CERA—). Esta menor participación beneficiaría en estos momentos más al PP que al resto de partidos.
En las doce elecciones generales celebradas hasta ahora, el promedio de participación al cierre de las urnas (es decir, sin incluir a los españoles residentes en el extranjero) ha sido el 74.2% (el 74%, si nos remontamos exclusivamente a 1989, cuando el PP hace su aparición en la escena electoral). Desde 2000, cada vez que la participación sobre censo ha quedado por debajo de esta cifra —como ocurrió en 2000 (70%), 2011 (71.7%) y 2015 (73.2%)— el PP ha resultado el partido más votado, logrando incluso, en las dos primeras ocasiones, una clara mayoría absoluta de escaños. Cuando, en cambio, la participación superó la media (2004: 77.3%; 2008: un 75.4%) el PSOE ha sido quien ha obtenido un mayor número de votos. Las elecciones de 1996 representan un caso peculiar: con una elevada participación (78.1%) PP y PSOE quedaron prácticamente empatados en voto sobre censo (29.9% y 29.0%, respectivamente).
Estabilidad básica del voto del PP
En gran medida, el claro condicionamiento que el nivel de participación tiene sobre el resultado final, guarda relación con la llamativa estabilidad en la proporción de españoles con derecho a voto que a lo largo de los últimos dos decenios ha optado por el PP. En efecto, el voto sobre censo de esta formación ha sido en ese tiempo, como mínimo, el 28.2% y, como máximo, el 30.4%: es decir, ha experimentado un margen de variación muy reducido, de poco más de dos puntos.
La combinación de esta llamativa estabilidad del voto Popular con la sustancial elasticidad que, en cambio, ha caracterizado a la cifra total de votantes es lo que explica que esta formación, con prácticamente el mismo apoyo electoral en todas las ocasiones, haya podido quedar segunda con 154 diputados (como ocurrió en 2008) o conseguir una mayoría absoluta de escaños (como en 2000 o en 2008).
Fidelidad de voto Popular
La menor participación estimada ahora, en este sondeo, para el caso de unas nuevas e inmediatas elecciones generales vendría así a compensar el posible desgaste de imagen que el PP puede haber experimentado en estos meses últimos por casos de amplia repercusión mediática.
En estos momentos podría conseguir el 29% de los votos válidos, un resultado tres décimas superior al del pasado 20D. Una participación baja favorece al PP porque cuenta con un electorado muy fiel y muy predispuesto a acudir a votar. En estos momentos, el 84% de quienes votaron a los populares en 2015 dicen que en junio repetirán su voto: esta fidelidad electoral es superior en nueve puntos a la que declaran los votantes del PSOE y de Ciudadanos, y en once a la que indican los de Podemos. Y, además, el 77% de los potenciales votantes del PP —esto es, de quienes ahora manifiestan su intención de votarle— dice que con total seguridad acudirá a las urnas: cuatro puntos por encima del porcentaje que declara esa misma total predisposición entre los votantes de Podemos, catorce más entre más que entre los del PSOE y 19 más que entre los de Ciudadanos.
Junto a esto, conviene tener en cuenta que el 55% del electorado español dice que en ningún caso votaría al PP. Si este partido cuenta con un ancho y sólido suelo electoral, también tiene un techo potencial bajo. Los votantes con que cuenta parece tenerlos bien asegurados, pero resulta poco atractivo para electores ajenos.
En estos momentos, el PP parece tener controlada la que ha sido su principal vía de pérdida de votos: no pasa del 7% la proporción de quienes le votaron el pasado 20D que dice que ahora votaría a Ciudadanos. Pero hay un dato que, aunque en segundo plano, conviene tener presente pues podría hipotéticamente llegar a constituir una amenaza para esta —hasta ahora— llamativa fidelidad del voto popular. El 47% de quienes indican su intención de votar al PP señala al mismo tiempo que, si finalmente, por alguna causa, decidiera no hacerlo daría su voto a Ciudadanos. El partido de Albert Rivera resulta así ser, en este momento, la segunda opción electoralmente más atractiva para casi la mitad de los votantes del PP. Este dato pone de manifiesto que, tras la alta volatilidad que se produjo en las elecciones de 2015, las fronteras entre los partidos siguen presentando un apreciable grado de porosidad que, aunque moderado, puede —al calor de la campaña y de los debates— propiciar trasvases de votos multidireccionales que maticen el mapa de alineamientos electorales que el presente sondeo permite dibujar. Un mapa que parece firme en sus grandes líneas, pero sujeto aún a posibles retoques en la trazo fino de sus perfiles.
Hacia un multipartidismo con partido destacado
En todo caso, frente al modelo multipartidista de tipo 1+2+1 surgido tras las elecciones de 2015 (PP + PSOE/Podemos + Ciudadanos), el estimado ahora sería más bien del tipo 1+3+1: PP + PSOE/Podemos/Ciudadanos + UP. Un modelo que cabría etiquetar como multipartidista con partido destacado.
- En efecto, en las pasadas elecciones generales el PP fue el partido más votado, a una distancia de 6.7 y 8 puntos, respectivamente, del segundo (PSOE) y del tercero (Podemos). Ahora el PP se distanciaría de los tres partidos que quedarían por detrás (PSOE, Podemos y Ciudadanos) en 8.7, 10.9 y 12.1 puntos, respectivamente.
- El PSOE volvería a ser el segundo partido más votado pero con un porcentaje inferior en 1.7 puntos al logrado en las elecciones de hace cuatro meses: del 22% pasaría ahora al 20.3%. Los socialistas mantienen una elevada fidelidad de voto (75%) pero el grado de movilización de sus potenciales votantes (es decir, la predisposición que manifiestan de hacer efectiva su opción ideológica declarada acudiendo a votar) es el 63%, algo menor que la que se registra entre los que se definen como futuros votantes del PP. Además, entre quienes habiendo votado en 2015 al PSOE manifiestan ahora su intención de no hacerlo, son más quienes indican haber optado ya por otra formación política (sobre todo Podemos y Ciudadanos) que quienes dicen estar indecisos: 16% frente a 9%. Hay que tener en cuenta que el PSOE es el partido que, para un mayor porcentaje de españoles, aparece como el principal responsable de que finalmente no se haya logrado formar un Gobierno: lo indica así el 36%, frente al 25% que menciona al PP y el 19% que señala a Podemos (solo el 2% dirige ese reproche a Ciudadanos).
- Podemos volvería a ser el tercer partido en número de votos pero con una apreciable pérdida de apoyos: del 20.7% logrado hace cuatro meses pasaría ahora al 18.1% (2.6 puntos menos). A pesar de que su voto estimado mejora con respecto a los sondeos de Clima Social de meses anteriores, queda lejos del pretendido sorpasso al PSOE. La fidelidad de voto de Podemos ha aumentado a lo largo de este mes y ya se sitúa en el 73%. Al mismo tiempo, sus potenciales votantes muestran también una elevada predisposición a acudir a votar: entre ellos siete de cada diez dicen que con total seguridad acudirán a las urnas. Lo cierto, en todo caso, es que esta es la formación que en este momento cuenta con una proporción mayor de anteriores votantes dispuestos a cambiar el sentido de su voto: uno de cada cinco (22%) de quienes en diciembre votaron a Podemos manifiesta ahora su intención de dar su voto a otra opción política (sobre todo a IU/UP: 12%). Y la mitad de todo el electorado español manifiesta un rechazo total al partido morado: el 48% dice que en ningún caso le votaría, lo cual (como en el caso del al PP) le otorga un techo electoral bajo. El fuerte desgaste de imagen experimentado a lo largo de estos cuatro meses últimos por su líder puede, en buena medida, explicar esta situación. Pablo Iglesias es en efecto, junto a Mariano Rajoy, el líder político peor evaluado en este momento por el conjunto del electorado español, con un saldo evaluativo (diferencia entre quienes aprueban y desaprueban su labor política) fuertemente negativo: -51 puntos (el de Rajoy es de -50 puntos). Y entre sus propios votantes su saldo evaluativo (+31 puntos) resulta ser el más bajo de los que los demás líderes obtienen en sus respectivos electorados.
- Por su parte, Ciudadanos mejoraría su resultado del 20D y obtendría ahora el 16.9%, tres puntos más que en diciembre. Mantiene una elevada fidelidad de voto (75%) pero quienes se declaran como potenciales votantes suyos son también quienes manifiestan un menor grado de movilización electoral: solo el 58% dice que con total seguridad acudiría ahora a votar. Y aunque es el partido que tiene actualmente mayor capacidad de atracción de electores procedentes de otras opciones políticas su principal flujo de nuevos votantes provendría de anteriores abstencionistas (un grupo que electoralmente no suele cambiar su comportamiento, es decir, que tiende siempre a la abstención). Todo esto impregna de cierta nebulosa ambigüedad el voto final que cabe, razonablemente, estimar a esta formación: puede llegar a ser muy llamativo si cuantos le manifiestan su preferencia acudieran realmente a votar, y en cambio (como ocurriera en diciembre) puede acabar siendo más bajo del esperable si se mantiene la actual apatía para convertir en voto realmente emitido la afinidad ideológica que declaran quienes dicen inclinarse por darle su apoyo.
La campaña y los debates pueden activar de forma imposible de prever la apreciable porosidad que puede todavía apreciarse en las fronteras ideológicas entre los distintos partidos. En todo caso, para formar gobierno, seguiría siendo imprescindible el acuerdo (activo o pasivo) entre al menos dos, y probablemente tres, formaciones.