Eran varios los carteristas que se ‘hospedaban’ en la Cárcel Modelo. El Cubano, trabajaba en la manufactura de alpargatas situada en la prisión. El Plata, era un huertano que comenzó sus fechorías robando hortalizas de los campos. Los Moscas, dos hermanos que estando en prisión protagonizaron una espectacular fuga. El Sueca, vendía cuanta ropa se le entregaba. Hasta cuentan que un colchón perteneciente a un oficial de guardia que lo había sacado al patio para solear, lo vendió por ocho pesetas.


El Manitas, fue famoso entre los carteristas. Por una grave enfermedad quedó muy agradecido con los sanitarios que le cuidaban durante su estancia en la Modelo. Una vez cumplida su condena coincidió en la calle con uno de estos cuidadores y, tras un fuerte abrazo, le ofreció como agradecimiento cierta cantidad de dinero. El sanitario rehusaba este detalle y el recluso insistía, hasta que éste le confesó que lo que le ofrecía era su dinero ya que en el instante del saludo le había birlado la cartera.
El Blanquet utilizaba numerosos nombres falsos. El Domenech, era ‘tomador’ de alfileres de corbata, decían que con exquisita habilidad. El Cuenca ‘trabajó’ en nuestra ciudad, y cuentan que corría mucho riesgo en el oficio al estar “muy mal de la vista”.
El Domenech, era ‘tomador’ de alfileres de corbata, decían que con exquisita habilidad. El Cuenca ‘trabajó’ en nuestra ciudad, y cuentan que corría mucho riesgo en el oficio al estar “muy mal de la vista”.
Otro de los carteristas famosos era El Vidita. Vestía de forma impecable con esmerada pulcritud, su aspecto era de un muchacho fino y educado. Pero se valía de esta apariencia aniñada como escudo protector a sus actos delictivos. Al ser reconocido y detenido por la policía promovía cierto escándalo tratando de atraer la atención de las gentes que, al verle llorar y gritar con su vocecita aniñada, protestaban tratando de liberarle. Era un recurso empleado con éxito, ya que casi siempre los agentes se veían obligados a dejarlo marchar.
Otro de los carteristas famosos era El Vidita. Vestía de forma impecable con esmerada pulcritud, su aspecto era de un muchacho fino y educado. Pero se valía de esta apariencia aniñada como escudo protector a sus actos delictivos.
También hubo presencia de mujeres especialistas en robos de objetos en los mostradores de los comercios y joyerías. Esta práctica era realizada por señoras que vestían con elegancia, a las que se denominaban mecheras. Por esos años entraron a formar parte de la nómina delictiva: Vaquerina, La Bajoca, Genoveva o La Campos, especialista en “trabajar” los hoteles.

También hubo presencia de mujeres especialistas en robos de objetos en los mostradores de los comercios y joyerías. Esta práctica era realizada por señoras que vestían con elegancia, a las que se denominaban mecheras.
Por robar una cartera/ a mis padres deshonré; no era ladrón de carrera/ tan sólo robé una vez/ para que mi hijo comiera, se cantaba por entonces. Podía servir para la actual desigualdad social. Otros son los que nos ‘birlan’ la cartera.
El magistral relato que Rafael Solaz nos ofrece en torno a la delincuencia de principios del siglo XX sorprende y hechiza a quienes en otro momento de la historia hemos de convivir en unas circunstancias que, desgraciadamente, nada tienen que ver con las de entonces.
Nos impacta ver las fotografías, los curiosos apodos, pero sobre todo las estrategias para hacerse con la propiedad ajena, que alcanzaban el nivel de pericia y maestría propias de un aprendizaje basado en la picardía propia, pero asimismo en la ingenuidad de quienes no prestaban la atención debida.
Ni podemos ni debemos perder de vista la lección que tan brillantemente y, una vez más, Rafael Solaz nos quiere transmitir con su artículo.
Parecen ser tantos los referidos en el relato de Solaz,
pero si lo relatase hoy saturaría la red de nombres de “carteristas” eso si “de guante blanco”.
Tiene razón Luis Carrasco, hoy los carteristas son de cuello duro y guante blanco. De “Viditas” hay muchos
Es muy importante para conocer mejor nuestro pasado saber las maneras de actuar de quienes habían optado, independientemente de sus motivaciones, por mantenerse al margen de la ley. Es sorprendente averiguar que aun siendo diversas sus formas de actuar, destacan por la picaresca de sus recursos con su toque de inocencia en unos métodos alejados a los actuales, en donde la violencia impera a sus anchas, así como el desprecio a la integridad de las víctimas en un mundo en el que dominan la droga y su comercio. La crónica social de la delincuencia que nos ofrece Rafael Solaz nos hace disfrutar y hasta sonreír de su conocimiento, que no tiene nada que ver con la de los actuales tiempos, que cuando sabemos de ella, nos produce sonrojo e indignación. En su habitual práctica, el autor, nos muestra un retazo más de nuestro pasado que desempolva de forma precisa y dentro de su diversidad.