José Antonio Palao.
Profesor del Dpto. de Ciencias de la Comunicación
de la Universitat Jaume I de Castelló.
El capitalismo nos divide, nos cercena por la mitad con una spaltung sin posibilidad de sutura en el mismo capitalismo. El juego del libérrimo mercado neoliberal consiste en fingir lo contrario. Todos estamos divididos en el capitalismo entre nuestra posición productiva y nuestra posición de consumidores, entre nuestra posición de explotados y nuestra posición de clientes. La treta neoliberal consiste en hacernos creer que como clientes podemos compensar lo que se nos sustrae como productores. Incluso en el terreno de la moral. Consumiendo responsablemente –la ética del no logo- compensamos las pérdidas ocasionadas al planeta y a la humanidad por nuestra actividad explotadora.
Es una clientelización de la moral que pasa con toda naturalidad al campo de lo jurídico, lo político y lo civil. Somos clientes del sector público. Somos clientes (contribuyentes) del Estado y así tapamos nuestra condición de súbditos. Así nos comportamos, pues, respecto a nuestras demandas. Nos consideramos sujetos de derechos mientras se nos permite tratar a estos derechos como mercancías. Es la comodificación de nuestra dignidad. Tenemos derecho a algo desde el momento en que podemos pagárnoslo. Negarnos lo que podemos pagar es un atentado intolerable a nuestros derechos, ocultándosenos cual almas bellas que la mayoría de las veces nuestros derechos, en el neoliberalismo, suelen implicar la explotación de otros y –para conseguir poder pagar- de nosotros mismos.
Bueno, pues yo pienso que esta brutal e insalvable raja entre nuestras dos condiciones a veces se nos presenta ante los ojos, con toda su crudeza paradójica e irresoluble entre nuestra condición de explotados y de explotadores, de siervos y de clientes, como una epifanía fatídica. Pues bien, el dilema político, económico y moral de la maternidad subrogada es uno de esos casos en que la demanda de los derechos sub especie neoliberal nos muestra el máximo desgarro. Es el círculo siniestro del Discurso Capitalista. El derecho a la paternidad de unos parece permitirles exigir a cambio de dinero la posibilidad de disfrutar de los privilegios del útero de otras. Parece que nos evitamos tratar con el pene (y con el clítoris, porque la vagina, aunque sea de salida, sigue implicada), pero el falo sigue tan céntrico como siempre, a través del dinero y de la explotación y sometimiento de otro cuerpo humano.
Y de lo que nadie habla es del derecho fundamental del hijo o de la hija. Hasta donde yo sé, ninguna época, civilización o cultura ha considerado nunca la paternidad como un derecho. En todo caso, como una obligación. Un mínimo sentido de la responsabilidad implica, que si decidimos cambiar esa estructura antropológica en la post-modernidad, dediquemos algún segundo a pensar en la tremenda innovación, en la violenta irrupción de lo inédito que estamos propiciando y en sus consecuencias, y no hablemos de ello con una regocijo estúpido porque al fin hemos liberado a la naturaleza de las ignominiosas imposiciones de la tradición. Esa estulticia banal del progre neoliberal, que deambula jovial por la existencia repitiendo mantras como si un anuncio de la tele le hubiera desvelado el secreto de la vida, es lo más irritante que tienen los yupiprogres, los mayores enemigos, sin duda, de un digno enfoque radical. Porque toda introducción de un derecho en el capitalismo implica un menoscabo del otro. Siempre, mientras la dignidad material no esté asegurada y todos los derechos acaben ejerciéndose por la vía del mercado. Yo no le veo solución a esta paradoja en un entorno de “sociedad de mercado”. Si alguien la encuentra, que me lo diga que se la compro. Estaría en mi derecho, ¿no? Es un decir…