Mª José Antich
Periodista y Doctora en Comunicación
Las recientes imágenes emitidas en informativos donde una madre saca a tortazos a su hijo de las manifestaciones de Baltimore me han recordado a la época en que los padres se les escapaba alguna que otra galleta si tu comportamiento no era el adecuado, aunque la mayoría de las veces siempre acababan en un cachete en el trasero o en una palmadita en la mano, lo que significaba que había algo que no habías hecho bien, y además sabías y te asegurabas que no lo volverías a repetir.
Para muchos esto es una vuelta al pasado, un retraso en lo que respecta a la educación de los hijos. Hubieron años donde, por ejemplo, la violencia de maestros a alumnos era algo habitual, tanto, que cuando el alumno llegaba a casa la razón se la daban al maestro. Es frecuente escuchar las típicas historias de aquellos niños, algunos actualmente sesenteros, que explican la manera en que la regla del maestro pegaba con violencia la palma de las manos, tuvieran o no razón. Algunos, como es el caso de mi padre, aseguran que llegaron a tener terror de asistir a clase, “nunca se sabía si te podían pegar con la regla o lanzarte un borrador, mientras tú solamente estabas respondiendo a un compañero que te había preguntado”.
Algunos podemos dar gracias de que el único temor que teníamos de ir a clase era el no haber hecho los deberes y que tu maestra te pusiera un parte para tus padres: “Fulanita no ha realizado los ejercicios de matemáticas y mañana se quedará una hora más en la biblioteca del colegio”.
Cuando llegabas a casa y entregabas el parte de tu querida maestra, tenías que enfrentarte a las charlas de tus padres, esperando una explicación e imponiéndote el peor castigo que te podían poner con 10 años, “castigada sin poder bajar a la calle a jugar hasta que no acabes los deberes, y una semana sin Nintendo”. No hacía falta que nadie levantara la mano, tu acatabas con lo que papá y mamá decían, y punto. En el fondo sabías que no habías actuado correctamente, porque los deberes se tienen que hacer.
Ahora las cosas han cambiado, lo bueno es que los maestros ya no tienen esos métodos tan poco pedagógicos para la enseñanza, pero lo malo es que algunos padres lo consienten todo, pensando que en el colegio van a educar a sus hijos, cuando los hijos tienen que venir educados de casa.
Actualmente son algunos profesores los que tienen temor de ir a clase, pero principalmente por los alumnos, aquellos que hagan lo que hagan, aunque sea con la intención de humillar a otro compañero o al propio profesor, sus padres siempre los defenderán a capa y espada. Uno de los grandes pecados que tienen algunos padres en la educación de sus hijos: creer que son perfectos y santos.
Encararse con un profesor es grave, pero ¿qué ocurre cuando los propios hijos plantan cara a sus padres y además emplean la violencia?
Está claro que tanto padres como hijos tienen derechos y deberes en esta relación paternofilial. Según el artículo 154.2 de nuestro Código Civil “la patria potestad se ejercerá siempre en beneficio de los hijos, de acuerdo con su personalidad con respeto a su integridad física y psicológica”. A su vez, esta potestad comprende por un lado, el deber de velar por ellos, tenerlos en su compañía, alimentarlos, educarlos y procurarles una formación integral; y por otro, representarlos y administrar sus bienes.
Aunque la extensión de los deberes paternos es mucho mayor, el artículo 154.3 establece que si los hijos tuvieren suficiente juicio deberán “ser oídos siempre antes de adoptar decisiones que les afecten”.
En cambio cuando hablamos de las obligaciones que tienen los hijos, nuestro Código Civil únicamente les exige “obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad y respetarles siempre” (art. 155.1). Pero este respeto deriva de la propia relación paternofilial, algo que resulta exigible aunque los hijos ya no estén bajo la patria potestad de sus padres, y que se puede castigar incluso con la desheredación.
Las cosas han cambiado y mucho, los hijos te pueden exigir cualquier cosa que se les antoje, te pueden agredir verbalmente, y si en un momento de alteración se te ocurre darle un bofetón o incluso se te escapa un insulto, tu hijo te puede denunciar.
En España los padres ya no pueden “corregir moderada y razonablemente”a sus hijos, como rezaba en los artículos 154 y 268 el Código Civil. Ahora, el hecho de pegar un cachete o una bofetada a un hijo constituye un delito de violencia doméstica regulado en el artículo 153 del Código Penal y sancionado con una pena de prisión de entre tres meses y un año.
Aunque la violencia no está justificada, ni en menores ni en adultos, no creo que un cachete en una situación puntual sea un signo de maltrato reiterado.
En muchas ocasiones los padres se ven indefensos y sin saber qué pautas seguir a la hora de educar a sus hijos, esencialmente cuando éstos son protagonistas del famoso síndrome del emperador, término que se ha instalado con fuerza en nuestra sociedad para reflejar el comportamiento tirano que tienen algunos niños o adolescentes con sus padres. Esta conducta se refleja en el maltrato, las amenazas y la violencia verbal, física y psicológica, y que en ocasiones, algunos padres no se atreven a denunciar.