Periodista.
“No hables en tu puto idioma en mi puta oreja”. Oído en Inglaterra a día 21 de febrero. Evidentemente, no representa a la mayoría social del país pero, ahí está el ejemplo.
El silencio inundó el tren y los pasajeros se giraron incrédulos ante lo que acaban de escuchar. Nadie dijo nada. Todos callaron ante la agresión oral que acababan de presenciar. El miedo a que la agresión se hiciese física es lo que provocó la cobardía de los presentes.
No es un hecho aislado de un país que se enfrenta a un referéndum para decidir su continuidad, o no, en la Unión Europea. El 7 de marzo, El Confidencial publicaba una noticia sobre unos hechos muy similares ocurridos en Manchester pero, esta vez sí, un británico salió en defensa de los jóvenes que hablaban. Su lengua materna era el español, pero bien podía haber sido cualquier otra.
Las actitudes racistas han existido siempre pero parece que en los últimos años se están arraigando cada vez más en nuestra sociedad. Una sociedad del siglo XXI que todavía está muy lejos de ser igualitaria en cuestiones de raza, sexo o religión.
El terrorismo yihadista no hace más que incrementar estas cuestiones. Este tipo de actos violentos, llevados a cabo en nombre de Alah, son ejecutados por europeos y extranjeros. El peligro no radica en el color de piel, el peligro radica en las mentes agresivas y violentas sea cual sea su país de origen y sea cual sea su religión.
Ciudades como Londres o París, que presumen por ser cosmopolitas, tienen una gran mezcla de razas y culturas pero una mezcla que no interactúa entre sí. De este modo, cada una de las nacionalidades termina juntándose con los de su propio ghetto y nacen barrios como Chinatown. Es evidente que las diferencias lingüísticas y culturales son una barrera difícil de superar pero nada es imposible. El que llega tiene que tener la voluntad de adaptarse; el que se encuentra en su país de origen debe intentar hacer las cosas más fáciles.
En España, la inmigración es todavía reciente. Los inmigrantes de segunda generación aún son pequeños así que todavía estamos a tiempo de impedir que la no-inserción de los inmigrantes se convierta en un problema en el futuro.
Lo interesante de la inmigración es la riqueza cultural que aporta al país de acogida. La integración de los niños se puede solucionar de manera docente, a través de actividades que ayuden a los pequeños a comprender, superar y disfrutar las diferencias. La base del problema se encuentra en los adultos. Aceptar que somos todos iguales no es sólo cuestión de palabrería, es cuestión de gestos. Llegar a un país totalmente desconocido no es tarea fácil. Hagamos que se sientan como en casa esté donde esté su verdadero hogar.