Lydia Baltazar
Abogada y Máster en Relaciones Humanas
Hay muchas discusiones sobre qué es el arte, a qué se considera expresión artística. Dice Juan Genovés que el arte es el modo de explicar-se. Y qué bien se explica Genovés quién, a través de su obra, nos cuenta los temores de la humanidad.
El motor de su vida, confiesa, ha sido el miedo, el miedo sobretodo a un régimen absurdo y ridículo que entorpeció largamente el desarrollo de este país durante décadas. Así, el arte es el relato del hombre mismo, el relato de la sociedad y que, para algunos como Genovés, implica una profunda necesidad de representación plástica.
Su obra habla del anonimato, de masas que huyen desconcertadas, sin dirección, desbordando hasta los mismos límites del lienzo o del sistema, o prontos a caer en un vacío inquietante. Genovés muestra el hormiguero social en el que nos hallamos y en el que, aunque cada uno guarde una pequeña historia, una minúscula realidad, una mínima redención de amores, un óvalo de poder nos dirige, explota y manipula sin dejarnos con demasiadas fuerzas o estrategias para operar dignamente.
Encuentro fascinante la contemplación de la obra artística y la interpretación de sus significantes; la noción de “obra abierta” que plantea Umberto Eco, referida a la pluralidad de significados de la expresión. La obra de arte nos explica también a nosotros mismos y quedaría inacabada sin nuestra mirada e interpretación, sin ser pasada por nuestra historia, o por los recónditos filtros de nuestra psique, o por ser asociada misteriosamente, como una bola de billar que se desliza y toca puntos interminables sobre un verde tablero, o actuando como un GPS emocional.
De este modo podría decir que muchos artistas plásticos y músicos me explican: Piazzolla es definitivamente uno de ellos, y en el ámbito de la expresión plástica no podrían contarme mejor los expresionistas abstractos como Kandinsky, Rotchko o Jackson Pollock. En lo “no dicho” en lo “no contado” guardo el final sagrado de mi obra.
Volviendo a Genovés, el valenciano habla así del “yo social”: aquel que padecen aquellos que viven a expensas de un poder egoísta y tramposo que envuelve en mentiras y distorsiona o manipula el sagrado principio del bien común y de la dignidad.
Mirando su obra, me habla Jose Luis Sampedro quien parece recordarme el maltrato que día a día sufre la dignidad del hombre y cuánto se destruye para dar lugar al dinero y al obsceno poder de unos pocos. Como un reclamo desesperado, esos nudos humanos de Genovés nos gritan a través de Sampedro preguntándonos adónde vamos, a quiénes pedimos ayuda y justicia, cuánto tarda la verdad, dónde está el amor, cuánto pesa la impotencia, y qué bien se esconde la fraternidad.
Genovés tiene hoy la vigencia de la Place de la Republique del mes pasado, o de la Plaza de Mayo pidiendo justicia por la muerte de Nisman, o de las ya cien protestas por los muertos en el metro de Valencia. Representa a los sin caras, a las pequeñas historias con mínimos sueldos y salvajes injusticias, aquellos para los que no hay tiempo ni dedicación, ni nombres: los nadies, los débiles del paraíso.
Los agentes de poder deberían escuchar más a Sampedro y mirar más detenidamente las obras del valenciano, reevaluar estos “genoveses”, cuidarlos, protegerlos, tratarlos bien porque no tendrán demasiado poder, pero son muchos.