Soberbia actuación de Arturo Fernández
El Péndulo | José Carlos Morenilla.- Esta obra, estrenada en Broadway hace mucho tiempo, ha cosechado importantes éxitos, el Premio Moliere entre otros. Seleccionada, dirigida y protagonizada por Arturo Fernández lleva casi dos años en cartel llenando en todos los teatros donde se presenta.
‘Enfrentados’ reproduce el conflicto generacional entre las dos corrientes tradicionales de la Iglesia Católica. La de un clero tradicional acomodado en la jerarquía y los jóvenes comprometidos con la ayuda a los demás que acuden al sacerdocio atraídos por el mensaje evangélico de Jesucristo.
Nuestro país se declara católico. De hecho, muchos de los niños que nacen en España aún se bautizan. No debería dejarnos indiferente este conflicto cuando muchos achacamos a los defectos del clero nuestro alejamiento de la práctica católica. Eso se nota en el público que asiste a la obra. Se siente partícipe del conflicto y aunque hace mucho tiempo que no va a misa, serán feligreses durante el tiempo que dure la representación. De inmediato, el público pasa a formar parte de la escena. Sobre el escenario sólo está la mitad del decorado, la otra mitad es el público. Con absoluta normalidad y poco artificio los asistentes nos sentimos inmersos en el devenir de los acontecimientos escénicos como lo hicieron los afortunados que asistían a las primeras obras de Pirandello.
Pero sólo un debate religioso, aunque sea de las creencias en las que nos hemos educado muchos, no justificaría el gran éxito de la obra. Hay otros debates a los que los espectadores asistimos. No es menos importante, el enfrentamiento entre dos maneras radicalmente diferentes de llegar a actor.
De una parte, está Arturo Fernández que ronda los ochenta y siete años y parece que nació en un escenario. Presumía en las entrevistas previas, de mantener el record de duración de una obra en cartel en Valencia desde hace ya más de cincuenta años, Un hombre que se mantiene en unas condiciones casi ideales para representa el papel de galán. Elegante, alto, en buena forma, con una sonrisa contagiosa, ingenio en su discurso y una chispa inigualable para hacer sonreír a los demás. Un currículum abrumador de éxitos y un hueco en el corazón de todos los amantes del teatro de este país.
De otra, el joven David Boceta cuyo currículum se reduce a unas cuantas representaciones de estudiantes durante su carrera, pero que, sin embargo, presenta un muy buen expediente académico entre el que se puede encontrar su licenciatura en Arte Dramático. Una manera radicalmente distinta de llegar a la escena. Este brillante y prometedor actor fue seleccionado por el propio Arturo Fernández para ser su antagonista sobre las tablas del teatro. Un teatro que él sabe, así lo ha declarado, pronto tendrá que abandonar.
El esfuerzo de David es titánico para dar respuesta a Arturo. No llega, lógicamente, a la altura del maestro, pero tiene momentos de gran intensidad dramática consiguiendo que sus postulados lleguen al espectador.
El tercer enfrentamiento es el de más calado. Tapado por el decorado y las elegantes maneras del protagonista, se debate en escena el compromiso o la inconveniencia de decir la verdad en todo momento. Vivimos en España un momento incierto y convulso donde la verdad empieza a cobrar un protagonismo decisivo.
La piel de la escena era una iglesia, una parroquia, un cura querido y respetado por sus feligreses, un hombre que ocupa un puesto social preeminente con sus claroscuros privados, pero podrían ser otros entornos. Y a esa sonrisa que te da la vida, llega el grito. El grito de los que sufren esperando las promesas que debería cumplir. El grito de los invisibles. De aquellos que se ocultan porque tienen vergüenza de su desgracia.
Y ese grito lo traen los jóvenes. Aquellos que un día, todos fuimos. Los que aún no han aprendido a ver “lo correcto” y lo ven todo. Esos jóvenes capaces de decir la verdad. Que no tienen aún ese miedo cortesano a ver al rey desnudo. Esa verdad terriblemente inconveniente e inoportuna. “Eso es blanqueo”. “Esto es corrupción”. “Aquí faltamos a nuestro compromiso”.
En la obra se citan las palabras de Jesucristo para enfrentarlas con el comportamiento de la jerarquía eclesiástica. Pero podría trasponerse el asunto, por ejemplo, a un programa electoral de cualquiera para enfrentarlo con el comportamiento del equipo gobernante. ¿Les recuerda algo?
Decir la verdad, esa es la cuestión. Y la amenaza siempre es la misma. Ser expulsado. Enfrentamos a los jóvenes a un injusto dilema, su compromiso con la verdad o su futuro dentro del sistema. Y queda claro en la obra que tener que marcharse “por ahí”, fuera de todo, es muy duro. Pero esa es la cuestión. No hay componendas, la vida no las permite. Creí ver que el protagonista tomaba partido más allá de la representación escénica. Que Arturo Fernández interpretaba esta vez su propio personaje. Por eso dice que esta es su mejor comedia. Y el desenlace engrandece la obra.
Como amante del teatro, soy un admirador de los personajes. Son espíritus puros, inviolables. Romeo es Romeo, o Don Juan, o Hamlet, sea quien sea el actor que los encarne. Sin embargo, a Arturo Fernández habrá que hacerle sitio entre los mitos.
Hasta el 20 de marzo.