Francisco Javier Gómez Tarín.
Profesor Titular de Comunicación Audiovisual Universitat Jaume I. Castellón.
El mundo en que vivimos se está convirtiendo a marchas forzadas en un estercolero. Prima la falsedad y el arribismo, se sojuzga a los justos y se margina a los pobres, los gobiernos hacen leyes para beneficiar a los poderosos e inclinar la balanza social en detrimento de los más necesitados (esto siempre ha sido así, pero nunca con el descaro y la impunidad de hoy, salvo que nos retrotraigamos a épocas feudales o de esclavitud), los jerarcas religiosos pretenden imponer su moral… y un largo etcétera que nos sume en la desesperanza porque, en el fondo, lo que se esconde detrás de tanto maquiavelismo no es otra cosa que un constante flujo de adoctrinamiento social que hace posible que unos acaben imbuyéndose de la moral de otros (los que obedecen de la de los que mandan). Se entiende así que en las elecciones supuestamente democráticas los resultados encumbren en muchas ocasiones a los corruptos, a los inmorales o a los incompetentes (sin que estos tres calificativos sean excluyentes).
Y algo más se entiende a poco que prestemos atención: se acuñan términos que desplazan el valor real de las expresiones y anulan su fuerza, tal como ocurre cuando a lo falso, a la mentira, se le adjudica la etiqueta de pos(t)verdad (uno no llega a comprender por qué la “t” se elimina sistemáticamente) como si esto le diera ya ciencia y licencia. Esta no es una maniobra ingenua sino un efecto calculado desde la perversidad de una gestión del conocimiento que se alía con la podredumbre generalizada de nuestra avanzada sociedad occidental (cuna y modelo de valores según autodicta el adoctrinamiento de turno).
Retórica y semiótica nos enseñan que el desplazamiento de un término hacia o mediante otro ocultan el referente con una niebla más o menos densa, lo cual es magnífico cuando hablamos de creación (literaria o de cualquier otro tipo) y genera desconocimiento cuando sirven intereses menos nobles, por no decir innobles. Ambas disciplinas tienen claros puntos de contacto; así, la metáfora permite expresar un contenido a través de otro cuando entre ambos se da una relación de semejanza, algo similar a lo que acontece con el concepto icono, y si la relación es de contigüidad (índice) se puede representar el todo por la parte (sinécdoque) o bien la parte por el todo, el signo por la cosa significada (metonimia). Así pues, aquello de postverdad, etimológicamente más allá (después) de la verdad, tiene dificultad para relacionarse con su referente real (la mentira) porque representa en apariencia todo lo contrario, aunque, por convención, podamos asumirlo como hacemos con los símbolos (no hay relación alguna entre un disco rojo con un rectángulo blanco en su centro y el concepto de dirección prohibida), el tercer nivel del signo que nos enseña la semiótica.
Algo similar, por lo conceptual, ocurriría con la alegoría frente a la parábola. Esta última es un relato simbólico del que se desprende por analogía un bien moral, en tanto que la primera es la representación de una idea abstracta mediante un relato simbólico en el que intervienen metafóricamente objetos, seres, animales, etc… convenientemente antropomorfizados. El término postverdad es algo así como una alegoría de la mentira cuando lo relacionamos con su contexto de actualidad: la falsedad que impera en el mundo en que ha sido construido. Y esto nos lleva a deducir que el prefijo post, más que un elemento de gestión temporal, es un encubrimiento, una máscara: partiendo de una falsedad que se quiere hacer pasar por verdad, la incorporación de una máscara de oscuridad niega la presencia de lo falso y parece querernos hacer pensar en una verdad más elevada o, cuanto menos, más actualizada, más cercana a nosotros y el mundo en que vivimos… más nuestra, a fin de cuentas.
El problema no es que el término haya sido generado para utilidad de los de siempre, sino que ha sido asumido –como otros muchos conceptos y valores– por el resto y sea utilizado en todo tipo de foros, con especial relevancia, por lo perverso e inmoral, en el de la investigación universitaria: ya no somos modernos, sino postmodernos; ya no buscamos la verdad, sino la postverdad… Los movimientos son similares: la postmodernidad regresa a lo clásico enmascarándose en el caos y la deriva contemporánea; la postverdad regresa a lo falso enmarcándose en una terminología de progreso y certeza.
Comprobará el lector la autocita cruzada con El Viejo Topo, pero valga para el caso, ya que lo que uno quiere decir muchas veces solamente se soporta mediante la duplicidad. Los que en los años 70 estábamos hastiados del régimen dictatorial de Franco, luchando contra él cada cual según sus posibilidades pero unidos en el enfrentamiento, resultamos después decepcionados por los socialistas del PSOE, que se amoldaron cada vez más al liberalismo hegemónico, y más tarde volvimos a estar hastiados de los gobiernos de las derechas: fuimos de decepción en decepción. Había una cierta esperanza que se fue derrumbando a medida que comprobábamos como el PP dominaba y legislaba a beneficio de los de siempre y el PSOE se plegaba a directrices similares…
Con la llegada de los nuevos partidos se abrió una pequeña ventana de luz en este infierno de oscuridad, pero poco a poco se ha ido cerrando, habida cuenta de la clarísima supeditación de Ciudadanos al PP y la deriva de Podemos que va de error estratégico en error estratégico y que es incapaz de diseñar una táctica adecuada para el momento. ¿Qué momento? Este en el que la podredumbre infecta de las cloacas del Estado y la impunidad manifiesta de los corruptos está haciendo estallar al PP sin que nadie sea capaz de asumir su responsabilidad histórica para dotar al país de esperanza. Del éxito del término “trama” (por otro lado de puro sentido común, y quien no lo viera era ciego) al ridículo autobús, si bien oportuno pese a sus creadores, estamos pasando al nuevo sinsentido de dejar que la derecha se adueñe de leyes, jueces, fiscales, etc… Mirar cada cual para sí mismo conduce a la autoanulación.
Y entretanto las nuevas generaciones van a sentar las bases de un modo de vida que será inferior al de las precedentes; el avance hacia algo mejor se ha quebrado y nos vemos en la tesitura de ver como nuestro hijos viven en un mundo que creíamos superado. Los políticos enajenados llegan al poder y sus políticas siguen agrandando la herida. Por eso, he tardado en escribir de nuevo esta colaboración, y quizás me cueste hacer alguna nueva, porque la desesperanza y la decepción llevan, mal que a uno le pese, a la inanición y a decirse: ¡que les den a todos! (eso sí: a unos más que a otros, claro, porque no todos son iguales)