Periodista.
Londres vestía de largo y se preparaba para los Juegos Olímpicos de 2012. La cuenta atrás de Trafalgar Square indicaba los días que quedaban para llegar a la noche en la que la mismísima Reina Isabel II descendería en paracaídas ante las televisiones de medio mundo, España presentaría el peor uniforme de la historia y Usain Bolt o Michael Phelps nos harían creer que los superhombres existen.
Entre tanto, Clara, una joven turista con mayoría de edad recién estrenada, miraba el reloj de Trafalgar con recelo. London Eye, London Brigde, Big Ben… Y comida basura, mucha comida basura. Cuando llevas cuatro días comiendo lo mismo, sentarte en un bar irlandés a comer se convierte en todo un lujo. Luz morada, tiestos colgando en la fachada y una hamburguesa que sabía a gloria son los únicos recuerdos de aquel local. Nostalgia, sí, pero nostalgia buena. ¿Existe eso? Existe.
Nos empeñamos en que ser nostálgicos es un sentimiento pesimista. Mirar atrás y ver cómo hemos cambiado suele hacernos entristecer. “Con lo que yo he sido”, qué gran frase autodefinitoria. La vida es un proceso evolutivo de cambio. Los actos que hacemos, las decisiones que tomamos, el rumbo de nuestra vida es un continuo vaivén, pero volver al mismo punto en el que nos encontrábamos tres, cinco o diez años atrás como si de una película de Quentin Tarantino se tratase es lo que hace que valoremos el presente.
Hay fechas señaladas en las que sentirse nostálgico es algo normal. Nochevieja, aniversarios o cumpleaños suelen ser motivo de sentimientos encontrados. Alegría y tristeza se entremezclan para recordarnos que, hagamos lo que hagamos hoy, siempre estará el ayer. Cuando el ayer pesa es duro volver a ese punto inicial pero, si por el contrario, lo hemos superado y aceptamos nuestro pasado es una sensación maravillosa.
Pausa.
Volvamos a la historia.
Cuando te limitas a comer take away, sentarte en cualquier mesa a disfrutar de auténtica comida local es todo un sueño. La única pista que podía conducir de nuevo a Clara aquel bar era saber qué hacía esquina en una calle próxima al Buckingham Palace (luego descubriría que eso no era así).
Por ironías de la vida, la joven turista deja de serlo cinco años después y se convierte en una londinense más. Durante una de las muchas visitas familiares, hace la típica ruta turística y descubre una pequeña tienda de souvenirs. Al fondo de la calle, justo en la esquina, cestos de flores decorativos, un cartel de Rugby World Cup y la luz morada.
Clara no era la misma y probablemente el dueño del local tampoco fuese el mismo, pero descubrir cómo se cierra un ciclo, con la misma hamburguesa, sólo le hizo desear una cosa: volver a poner en marcha la cuenta atrás de Trafalgar Square.