Plaza de toros de València, 16 de marzo de 2013. Novena de la Feria de Fallas. Toros de Domingo Hernández (1°, 2° y 3°), Garcigrande (4°, 5° y 6°) y uno Núñez del Cuvillo (6° bis) de baja presentación, pero nobles y sobre todo muy toreable. Sebastián Castella (silencio y una oreja), José María Manzanares (silencio tras dos avisos y oreja) y Alejandro Talavante (oreja y silencio). Lleno de no hay billetes (12.000 espectadores).
Día gordo. De apreturas y comilonas con los amigos. De tráfico, prisas y los consabidos retrasos. Hasta Talavante llegó tarde a su cita. Si fuera futbolista, su club lo multaba. Como es torero, pues como aquél. Además, cuando levantaba la oreja del tercero ya nadie se acordaba. Una orejita sólo al ecuador del festejo se antojaba decepcionante viendo el panorama. Toritos a modo para esto. Una más se repartieron Castella y Manzanares. Poco pan, para la despensa de la que hablamos luego.
La corrida, que arrancó con 15 minutos de retraso, tuvo antes de su comienzo la ovación primera de la tarde. Fue para Francisco Cano. Porque 100 años bien lo merecen. Una historia vivida apasionante. Porque de pasión vive la Fiesta. Y la pasión hay que alimentarla. Y son tantos los ingredientes. Cuando Cano empezó a mirar por su objetivo, la dispensa estaba llena. La de la pasión, digo. A la otra, a la doméstica, le rugían las tripas. Bastante más que a las de ahora, pero ahora también. Y de pasión ahora, con estos mímbres, no es que vayamos muy rumbosos.
Salió una corrida dejándose. En plan, hazme lo que quieras. Y sí, se lo hicieron. Pero la huella del toreo hondo y sentido brilló en cuentagotas. Y es la pasión que da sentido a esto la que viene mermada. Sino que se lo pregunten a Cano que tanto ha visto. Pero para que no me llamen abuelo cebolleta seremos claros: que a una corrida así se le corten sólo tres orejitas sabe a poco y no engancha. No será porque el foro no iba a favor de corriente. Esas tres orejitas denota una alarmante falta de pasión en las mismas alturas del escalafón. Dirán que fue por los aceros. Pero hubo embestidas prefabricadas para bordarlo tras esa lidia que es un ir y venir anodino y calcado. Toros sin aristas que pulir. Un puyazo, un picotazo, un tranco agradable y una colección importante de embestidas a gobernar a poco que le pongan temple, gusto y la necesaria pasión.
El primero fue de aquella manera. Ya de salida, con tranco y viaje especial, por templado. Sebastián Castella hasta se permitió recortar por chicuelinas. Buen primer puyazo, otro refilonazo y, según guión, un ímpetu especial en el inicio. Cómo persiguió las telas por abajo y como sacaba el genio al tocarlas. Y es que Sebastián Castella sufrió demasiado enganchón en la faena. Y la faena acabó en un miserable silencio que denota aquello de la pasión. Y lo que es peor, la encatada y brava condición solo se vio acompañada unas leves palmas. Algo falla y es por varios puntos.
Le cortaría Sebastián Castella una oreja de poco peso al castaño cuarto, este con una profundidad para paladear el toreo. De hocico mojado de albero desde el embroque al final del muletazo. Y por ambos pitones. Hizo bien en darle tiempos al toro. Pero en lo fundamental, que es el toreo, estuvo interminente. Otra vez destemplado a veces. Encontró mayor eco en los tendidos cuando se apretó y se enroscó al toro en las cercanías. Pero la faena, sin hilo conductor, se alargó. Fue entonces cuando se rajó el animal o se aburrió. Que se lo pregunten a su alma que debe estar en el limbo de toros de embestida profunda.
Alejandro Talavante tuvo un primero de escaso trapío muy boyante, el toro diríase que perfecto para mostrar su tauromaquia amexicanada. Y lo hizo. Muy largos muletazos, redondos completos sin enmendar terrenos trenzados, y todo muy por abajo. Y en los mismos medios todo. Pero también acabó por aburrirse, rajarse. Y la faena del Talavante diferente, de tauromaquia inspirada al otro lado de Atlántico, se convertía en la faena moderna que no concluye, que no termina de romper en el mismo climax. Una orejita, al final se antojaba poco. Las dos se le pidieron, pero ya sin pasión. Desde el palco se actuó bien dejándolo en una.
Lo del clímax lo manejó mejor Manzanares. La oreja al quinto se la cortó por eso. Por irse a por la espada tras cuajar la serie más lenta, encajada, inspirada y sentida de su faena y de toda la tarde. Lo de antes había sido la preparación para llegar a ese punto. Garcigrande bonacible, de suavona embestida que fue apretando seria a serie. Adornándola de pases de las flores, cambiados por la espalda o exuberantes trincherazos de pecho abierto. Pero luego un feísimo pichazo en la suerte de recibir volvió a bajar la pasión. Y el premio tras estocada al segundo intento, también recibiendo, quedó en oreja.
Con su primero Manzanares no se encontró. Impresentable por sus defensas y flojo. Mucho trallazo, rebrincada la embestida y ningún acople.
La corrida al sexto ya había cantado todos sus males pese a poner todo a favor del triunfo. Tal vez por eso se protestó el anovillado garcigrande que saltó y en su lugar se echó uno de Núñez del Cuvillo bruto y de faena breve.
El triunfo no llegó pese a ponerse en bandeja. El toro a modo de las figuras no encontró la pasión necesaria.
VLC Ciudad /Andrés Verdeguer Taléns