Gil-Manuel Hernàndez i Martí
Sociólogo e historiador.
Profesor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social,
Universitat de València
A veces ocurre lo que parecía imposible. Y sucede que la realidad de plomo se cuartea y emerge otra realidad viva hasta entonces oculta por toneladas de mugre, una realidad palpitante que rezuma frescura, que reclama atención, que exige ser atendida. Por las grietas de lo insoportable se vierte la lava incandescente de lo nuevo que pugna por abrirse paso, arrollando y quemando lo viejo, lo caduco, lo obsoleto, amasando un nuevo día, ese en el que el cielo parecerá más azul y resultará más fácil respirar.
La noche cubre la ciudad mediterránea mil veces violada y sus calles ven brotar una multidud enfervorecida, ebria de gozo, como la que salta en sus casas frotándose los ojos, incrédula, increíblemente sorprendida de que los hastiados fueran muchísimos más de los que los gurús de las encuestas decían que eran, convulsamente conmovida al comprobar que uno no estaba desesperadamente solo y previsiblemente derrotado con su voto en la mano, apostando por lo improbable.
Pero las urnas hablan, casi se diría que gritan, y mientras dura el recuento todo se da la vuelta, así, de repente, aquí, en la perla del Túria mil veces agredida, y más allá, en Madrid, Barcelona, Cádiz, Santiago de Compostela… Es difícil de asimilar… Pareciera un sueño, uno del cual tememos despertar para regresar al tiempo sórdido de la corrupción, del despotismo ignorante, del franquismo popular con piel constitucional, al tiempo del saqueo por decreto ley, de las “señas de identidad” esculpidas a golpe de mafia, al tiempo de los votos podridos, las mordidas cotidianas y la miseria moral.
Pero la nueva realidad desborda esta Plaza del Ayuntamiento a rebosar de vida por donde uno transita extasiado, rodeado por un montón de jóvenes que aman a su tierra subidos al remolque de un tractor para proclamar que quieren quedarse aquí, que aman sus raíces, que no están dispuestos a renunciar a la posibilidad de que, por una vez, sea factible lo que siempre fue postergado en nombre de lo “razonable” y lo “sensato”. Ahora eso poco importa, pues la multitud vibra y se agita, mientras que la carcoma se queda sin aire, pudriéndose un poco más en sus guaridas, agostándose incrédula ante lo que ve y lo que oye. Definitivamente Valencia está preciosa como nunca, con unos colores de rubor adolescente que nos dicen que quiere volver a ser joven, que está encantada de enamorarnos. Y allá abajo, en su inmundicia de mundo, los amos del cortijo se retuercen de rabia porque ya no son invulnerables. Los amos de siempre, que se quedan sin cortijo, lloran su derrota y traman venganza. Mientras, la multitud de la plaza sonríe y se abraza.