Gil-Manuel Hernàndez i Martí
Sociólogo e historiador. Profesor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social, Universitat de València
Dijo el nuevo rey Felipe VI en su discurso de proclamación que en esta España “cabemos todos”. Pero no hay más que atender a la realidad social para comprobar que tal afirmación es manifiestamente falsa, y hasta me atrevería a decir que obscenamente provocadora. Porque tanto el Borbón como su familia y el extenso coro de palmeros dinásticos de uno y otro pelaje que le rinden pleitesía saben que en su mundo solo caben ellos, los de siempre, los representantes y servidores de las oligarquías extractivas que tienen la sartén por el mango. El resto, la ciudadanía, es solo un enorme plantel de extras en la farsa democrática que se representa desde que Franco lo dejara todo atado y bien atado.
…tanto el Borbón como su familia y el extenso coro de palmeros dinásticos de uno y otro pelaje que le rinden pleitesía saben que en su mundo solo caben ellos, los de siempre…
Por eso no cabemos todos en el mismo barco, pues se trata de una nave gobernada por desaprensivos psicópatas que nos llevan directos al más horrendo naufragio colectivo. O saltan del barco o se avienen a subordinarse a una democracia radical que debe de ser no solo política sino también social y económica. No hay otra opción para estar todos juntos, pero sospecho que ellos prefieren que seamos los otros los que saltemos y nos hundamos para que puedan continuar manejando el timón. Al fin y al cabo su “nosotros” es muy estrecho y en él solo tienen acogida los que les bailan el agua y todo suerte de compinches y sicarios. Así que me temo que si no cambian mucho las cosas, y para cambiar ellos deberían perder el poder, no cabemos todos. Porque en el viaje de la auténtica democracia no caben los crueles depredadores del IBEX-35, ni los dóciles periodistas o tertulianos vendidos al mejor postor, ni los sádicos e insensibles policías antidisturbios, ni la Iglesia católica más ruin, guerracivilista y malvada, ni los banqueros rescatados sedientos de más beneficios, ni los políticos corruptos que arrastran cotidianamente el noble oficio de la política por el fango, ni los intelectuales orgánicos que jalean, legitiman y justifican las peores trapisondas y trapacerías, ni los abogados, juristas y magistrados que sacrifican el imperio de la ley ante la ley del imperio neoliberal. Ni caben, en fin, los ciudadanos irresponsables que prefieren la religión de partido a afrontar valientemente la realidad, renunciando con ello a su propia libertad.
Así que me temo que si no cambian mucho las cosas, y para cambiar ellos deberían perder el poder, no cabemos todos.
No, o Felipe VI miente o no es más que un ingenuo cuando asevera que aquí “cabemos todos”. Al fin y al cabo su discurso, que seguro tenía el visto bueno del establishment, reproduce la vieja estrategia del totalitarismo, por muy disfrazado que vaya de democracia constitucional: cuando las cosas van bien los beneficios lo recogen solo unos pocos, pero cuando van mal, todos “debemos tirar del carro”. Pues resulta que no, que ahora existe un más que considerable hartazgo y cada vez más gente se niega a tirar de un carro que solo puede que pasarnos por encima, mientras que los que exhortan al sacrificio “de todos” se siguen pegando la vida padre a nuestra costa. Una buena metáfora de hasta donde ha degeneradoeste país fue eselarguísimo besamanos borbónico, eseselecto, rancio y decadente guateque de privilegiados, encerrados en un palacio real en medio de una ciudad militarizada con las calles vacías y las gentes cada vez más llenas de resentimiento y sed de justicia. Sí, decididamente no cabemos todos y ellos, los que se fotografían satisfechos con el nuevo rey, lo saben. Por eso no les queda otra que blindarse y preparar el próximo golpe de mano contra las ansias populares de decencia y democracia.