Por @josecuñat creador de contenido #Valencia
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¿Qué tienen en común un niño con milotxa, un tío con neverita, una abuela con mona y un grupo de adolescentes que creen que van de festival rural? Exacto: todos llevan en la mochila longaniza de Pascua.
Sí, amigos. Puede que nos peleemos por cómo se hace la paella, si se le pone caracol o costilla. Pero cuando llega Pascua, hay un silencio reverencial frente a este embutido fino, seco, sabroso y eternamente compañero de meriendas en el campo. Hoy hablamos de la longaniza de Pascua, un monumento gastronómico que debería tener su propio emoji.



Un embutido que sabe a infancia (y a polvo de caminos)
Los que hemos crecido en tierras valencianas sabemos que la Pascua no se celebra en casa. Se celebra fuera: en la Albufera, en el Saler, en el río, en el monte o directamente en el primer trozo de hierba que encontremos sin perros ni piedras. Y siempre con una bolsa de plástico (de las del súper de antes), una mona con huevo y varias longanizas de Pascua.
Mientras los adultos discutían sobre si había que llevar lechuga o no, los niños nos dedicábamos a hacer volar cometas mal hechas o a tirarnos tierra a la cara. Pero al final, el momento estrella siempre llegaba: el almuerzo. Pan redondo, huevo cocido, lechuga crujiente y… longaniza. Nada sabía mejor. Ni los dinosaurios de chocolate ni la coca de llanda.
Ese sabor fuerte, curado, entre salado y ahumado, no solo era delicioso: era libertad en formato embutido.
Un poquito de historia (sí, también la tiene)
La longaniza de Pascua no es algo moderno ni de supermercado. Este embutido se elaboraba ya hace siglos en los pueblos del interior valenciano y del Maestrazgo aragonés. Se hacía rápido, con carne magra y grasa del cerdo, especias, vino y tripa natural. Y lo mejor: se curaba en apenas 7-10 días, lo justo para que, pasada la Cuaresma, estuviera lista para ser devorada.
Porque claro, durante la Cuaresma no se podía comer carne (cosas de la religión). Pero cuando acababa… ¡a lo loco! Y ahí es donde entraba la longaniza: pequeña, fácil de llevar, lista para comer y con sabor de pecado.
Pero, ¿cómo se hace? (¡y sin Thermomix!)
Ingredientes:
- Magro de cerdo: 500 g
- Panceta: 200 g
- Tocino: 100 g
- Sal: 20 g
- Pimienta negra: 5 g
- Ajo picado: 2 dientes
- Pimentón: 5 g
- Vino blanco: 100 ml
- Tripa natural de cerdo (la de toda la vida)
El proceso es tan artesanal como satisfactorio:
- Pica todo. Magro, panceta y tocino. Ni muy fino ni muy grueso. Como para que se note que es casero.
- Mézclalo con las especias, el ajo y el vino. Aquí empieza la fiesta del olor.
- Rellena la tripa. Con paciencia y mucho cuidado de que no se rompa.
- Ata en trozos pequeños. Lo suyo es que parezca una ristra de choricitos alargados.
- Cuelga y espera. Un lugar fresco, sin humedad. Y no te comas ninguna antes de tiempo, ansias.
¿Por qué es tan popular?
Porque no hay nada más sencillo ni más sabroso. Porque es portátil. Porque no se pone mala. Porque no necesita cuchillo ni sartén. Y porque cada mordisco sabe a anécdota.
- Sabe a meriendas en la montaña.
- A bicicletas con ruedines.
- A peleas por quién rompía el huevo de la mona.
- A zapatillas llenas de polvo y camisetas con manchas de chocolate.
La longaniza de Pascua está en la memoria emocional de los valencianos más que el Colacao, el “bocata de blanco y negro” o incluso la paella de los domingos.
Longaniza de Pascua en el siglo XXI
¿Que hay versiones con boletus?
Sí.
¿Con trufa?
También.
¿Con reducción de vino de oporto y escamas de sal del Himalaya?
¿Seguro que eres de aquí?
La longaniza de Pascua tradicional sigue viva en carnicerías de barrio, en pueblos donde se sigue colgando en la despensa como antes. Pero también ha conquistado el mercado gourmet. Y eso no está mal… siempre que no se pierda el alma del embutido: la de ir en tu mochila al monte y acabar con un mordisco limpio y salvaje, sin postureo.
El trinomio perfecto: mona + huevo + longaniza
¿Una receta infalible de felicidad pascuera?
- Compra una mona de las buenas (de esas que llevan huevo de verdad, no chocolate).
- Pela ese huevo con paciencia (o con los dientes, como siempre).
- Abre una longaniza, da un bocado y combínala con pan, huevo duro y un poco de lechuga.
Y si además tienes una cerveza fría cerca o un zumo de naranja natural… pues ya estás en el paraíso gastronómico de la terreta.
Final feliz (como toda Pascua)
Así que este año, cuando prepares tu picnic o salgas con tus hijos, sobrinos o amigos al campo, no olvides la longaniza de Pascua. Puede parecer un detalle sin importancia, pero créeme: sin ella, la Pascua no es Pascua.
No es solo un embutido.
Es una tradición que huele a aire libre, a infancia y a libertad.
Es el sabor de la tierra.
Es el sabor de casa.