Gil-Manuel Hernàndez i Martí
Sociólogo e historiador.
Profesor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social,
Universitat de València
Ganaron la Guerra Civil que ellos provocaron. Ganaron la Transición que ellos urdieron. Ganaron la crisis de 2008 que ellos auspiciaron. Y no se van a detener, como nunca se han detenido. Aunque en cada momento la izquierda les haya gritado que no pasarían han acabado pasando y exhibiendo su triunfo, restregándoselo a los vencidos para mayor escarnio y humillación. Su norma es conceder lo mínimo solo cuando ya es muy necesario para su propia supervivencia, pero apretar al máximo a las primeras de cambio. Y así les ha ido muy bien, porque tienen los mangos de todas las sartenes asidos férreamente y no parecen dispuestos a soltarlos, convencidos como están de que el poder es suyo por pura ley natural. De modo que vocean que cualquier veleidad de cambio de verdad es una aberración y un atentado al buen orden de las cosas. Y se sientan a la derecha del Dios padre de los mercados, y se sacan de la manga leyes mordaza, reformas laborales esclavistas, traicionan los valores constitucionales y dejan a la democracia hecha unos zorros.
Ganaron la Guerra Civil que ellos provocaron. Ganaron la Transición que ellos urdieron. Ganaron la crisis de 2008 que ellos auspiciaron. Y no se van a detener…
Y no van a parar. En su frente está escrita la palabra «más», que es como el lema con el que hacen caja a costa de los derechos humanos conculcados y con el derecho de su parte. Con el derecho y la policía y el ejército y la iglesia cavernaria y cada vez más unas universidades genuflexas y vendidas al mejor postor. Con todo a su favor se creen intocables y nos lo recuerdan continuamente desde sus privilegiadas atalayas mediáticas, desde donde vomita fuego a discreción un nutrido ejército de tertulianos podridos, deformadores de opinión y falsos periodistas. Sin concesiones, sin compasión, sin vergüenza.
No están solos. Sus colegas europeos, norteamericanos, japoneses y demás les arropan desde el FMI, Davos, Banco Mundial o la Comisión Europea. Son una tropa global aunque aquí resuenen como hordas inquisitoriales, aunando en singular mixtura las más rancias esencias patrias con un neoliberalismo de manual. Y no van a parar. Sería ingenuo pensar otra cosa. Porque han visto que a lo mejor la gente sí que puede, y que cada voto es como un arma que quizás pueda ser utilizada de otra manera y volverse contra ellos como las horcas de los campesinos en rebelión de hace siglos. No son tan idiotas como para no cuidar el corral cuando se notan extraños movimientos en él. No van a tolerar que nada se mueva más allá de lo admisible. Y no se van a quedar quietos.
Está en sus genes impedir toda democracia mínimamente creíble.
Contraatacarán, como siempre hicieron cuando la cosa se puso fea. No les va a temblar el pulso. De hecho ya tienen contemplados todos los escenarios posibles porque contratan expertos para que les hagan ese trabajo, antes de que llegue la sangre al río. Pero si al final ha de llegar no lo dudarán: llegará. Nuestra historia contiene demasiados episodios que atestiguan que nada les para si llega el momento crucial. Está en sus genes impedir toda democracia mínimamente creíble. No pueden entender otra cosa que el orden inmutable de la jerarquía que da la fuerza del mando, la violencia estructural y la reproducción eternamente ampliada del capital. Por eso no van a parar. Por eso el conflicto es inevitable. Por eso si queremos dignidad habrá que pelear por ella. Ese es el dilema: la lucha por una vida decente o la triste servidumbre de los muertos vivientes.