Carles-Andreu Fernández Piñero
Economista
Ya dijo el filósofo contemporáneo Enrique Bunbury que no hay nada para siempre, y efectivamente, todo se acaba. Agosto llega a su fin, muchas personas cambian la playa y la piscina por el trabajo o los estudios, y la rutina vuelve a nuestras vidas. Además, para fastidiar aún más el fin de la buena vida, llegan en septiembre multitud de gastos como los libros del colegio o el recibo de la tarjeta con los gastos de las vacaciones que nos dejan la cuenta temblando.
Precisamente en esta época viene de maravilla tirar de tarjeta de crédito para aplazar pagos y que todo sea más llevadero económicamente. Ahora bien, hay que tener en cuenta que pagar a plazos con estos plastiquitos conlleva pagar un tipo de interés que no es nada barato, llegando a ser escandaloso en algunos casos. La media, según un estudio del diario Expansión, es del 23% anual, mucho más alta que un préstamo al consumo, que puede rondar sobre el 8%.
Pero claro, cuando te venden la tarjeta no te dan ese dato, sino que te ponen en letras gordas el tipo de interés nominal mensual, que suele ser bajito porque es el que se paga al mes y no al año. Por ejemplo, puedes quedarte encantado al ver que el viajecito a Tenerife que te has pegado en agosto lo pagarás a cómodos plazos a tan sólo un 1,5% de interés, pero ojo, ese es que se paga cada mes, uno detrás de otro, sobre el dinero que debes. Esa supuesta nimiedad al año equivale a pagar un 19,56%, que es la famosa TAE (tasa anual equivalente, el número normalmente usado para comparar lo que se paga o cobra de intereses) y que nos la comunican siempre porque la ley obliga, aunque lo suelen hacer en pequeñito y en la parte inferior de la publicidad para que no nos asustemos demasiado. Con este interés, que por cierto es de los más pequeños que se pueden encontrar entre las tarjetas de crédito, el viajecito de importe 1.000 euros pagado a una cómoda cuota de 90 euros al mes, nos costará cerca de 90 euros más.
Ahora bien, alguien puede decir: “A mí eso no me afecta, porque mi tarjeta no me cobra intereses si aplazo la compra a tres meses”. Eso está muy bien, pero en estos casos hay que tener cuidado con las comisiones de apertura, que también es dinero que nos quiere sacar la entidad financiera aunque no lo llame interés. Pero muchas veces compensa: si por esos 1.000 euros nos cobran 10 euros de comisión, esto equivale a un 6,18% de interés anual, lo que tampoco es mucho comparado con el interés habitual de las tarjetas.
En definitiva, hay que tener mucho ojito con las tarjetas de crédito y no aplazar compras a la ligera, pues esto nos puede suponer pagar un riñón y parte del otro en interés. Por eso hay que pensarse bien lo que hacer cuando hacemos un gasto más grande de lo normal y nos llega un mensaje al móvil proponiéndonos que lo aplacemos (algo que hacen las entidades financieras por sacarnos más dinero, claro). Si podemos aguantar el golpe, para evitar gastos financieros lo mejor es elegir la modalidad de pago total mensual (que no lleva intereses), pagarlo en efectivo o, aún a malas, aplazarlo a sólo dos o tres meses para que el recargo sea mínimo. Y si la cantidad es muy alta y es necesario pagarla a plazos, interesaría contratar un préstamo al consumo, que aunque lleve más papeleo que pagar con tarjeta, a la larga supone un ahorro importante.