José Antonio Palao Errando
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló
Allá por 1932, el PCUS dirigido por Iosif Stalin puso las bases de la derrota definitiva, 60 años después, del modelo socialista nacido de la revolución bolchevique de 1917 a manos del capitalismo internacional: la proscripción de todo arte vanguardista y la promulgación del realismo socialista como estética oficial del régimen. Los artistas que habían apoyado la revolución como un hecho inédito en la historia emancipatoria de la humanidad, había tenido claro que esa nueva sociedad necesitaba de cauces de expresión radicalmente distintos de los de la sociedad burguesa. Pero Stalin no. Él estaba mucho más interesado en dominar y disciplinar a las masas que en emanciparlas y el realismo burgués era un gran instrumento para ello. Bastaba con ponerle el adjetivo socialista y cambiar los contenidos de la moral burguesa por una supuesta moral obrera. Craso error. Esas mismas masas estaban perfectamente preparadas para asimilar la propaganda del capitalismo cuando ésta se hizo incontenible, porque su estructura mental era campo abonado para ello. Las formas importan, sin duda.
Hay dos grandes bloques de razones para desconfiar de la figura de Pablo Iglesias Turrión y de su iniciativa electoral Podemos. Por un lado, la izquierda tradicional y los aparatos partidistas que la conforman desconfían de él como un advenedizo. Es una posición profesionalista y meritocrática (la política es nuestro coto privado, sométete a la disciplina partidaria como nosotros) que no me interesa mucho. El otro bloque lo conforman razones de tipo intelectual y de sensibilidad social. Yo me adscribo a éstas. Sin demasiado empacho, Pablo Iglesias ha cimentado su meteórica carrera política en un campo mediático como el de la tertulia, con la excusa de poner sobre el tapete valores antagónicos a los que se estaban defendiendo en emisoras de extrema derecha como Intereconomía. Pero la tertulia política mediática tiene una serie de reglas discursivas inviolables: predominan el grito y la consigna que eterizan en un pretérito perfecto posiciones absolutamente inamovibles (la izquierda siempre ha/ la derecha siempre ha) y que sólo admite argumentaciones simples y sometidas al ruido. Es algo típico del discurso político contemporáneo: el olvido del pensamiento y su suplantación por planteamientos comunicativos. No se trata de concienciar a las masas -y por lo tanto, desmasificarlas- para comprender y transformar la realidad, sino de que te voten en masa. Y, para eso, cuanto más masificadas, mejor.
A partir de aquí, Pablo Iglesias parece haber confundido conceptos como esfera pública y sociedad civil, con agenda informativa y relevancia mediática. De ahí, que haciendo gala de una cierta endeblez intelectual, pese a presentarse en todas partes como profesor de “ciencia política”, haya decidido proyectar su figura mesiánica en unas elecciones con algo que él dice que no es un partido, sin darse cuenta que en el laberinto de espejos en que se ha metido, toda estructura enfocada a una contienda electoral es para la opinión pública un partido. Como los demás.
Parece pues que ha encontrado un atajo en la complejidad asfixiante del sistema y su capacidad para neutralizar y absorber lo que se le opone. Y lo ha hecho cimentando su fama en su afortunado nombre (últimamente le añade el Turrión, cosa que no hacía hace unos meses cuando fue descubierto por Intereconomía, pero es para evitar equívocos en la Wikipedia con el padre del socialismo español) que le confiere la pátina de intelectual predestinado a convertirse en portavoz popular. Algunas anécdotas contadas en su facebook, sobre cómo consiguió colarse en Barajas gracias a un trabajador cuyo padre republicano había sido asesinado y que le encorajinó con un expresivo “¡dales caña a los fachas!”, o su ocurrencia de intentar rebatir a Marhuenda restregándole sus matrículas de honor a la cara, dan cuenta de la concepción de sí mismo como líder ilustrado de los silentes que tiene el personaje: todo para el pueblo, pero conmigo. Y también es significativa de su concepción espectacular del debate político la consigna de probado éxito mediático “Podemos”, que confiamos que remita a las campañas de Obama y no al eslogan de Cuatro que acompañó a la selección española en la conquista de la Eurocopa de 2008.
En fin que la aventura personal de Pablo Iglesias Turrión tiene tres destinos posibles. O triunfa en el seno del sistema y se convierte en un acomodado político profesional, traicionando a sus seguidores (¿recuerdan a un tal Felipe González?). O fracasa, y entonces habrá que recoger los fragmentitos de su ego con cucharilla, porque dudo que se recupere de algo así. O, la más improbable, que triunfe contra el sistema, con lo cual sus prisas, su superficialidad y su falta de profundidad política podrían poner a su misma opción, la izquierda, en un grave peligro de debacle histórica (¿recuerdan a un tal Zapatero?).
No estoy, dios me libre, pidiendo que no se vote a Podemos. Lo único que pediría a quien le estas líneas, es que si decide votarles lo haga de una forma radicalmente democrática, es decir, con desconfianza. Porque depositar la total confianza en aquello que se vota es convertir el voto en un acto totalitario, darle el valor de única forma posible de intervención política. En cuanto a mis opiniones sobre Podemos y su líder, ojalá me equivoque. Como no soy tertuliano les aseguro que no tendría empacho alguno en reconocerlo.
José Antonio Palao Errando |japaloerrando@gmail.com|lasuficienciadeloobvio.