Gil-Manuel Hernàndez i Martí
Sociólogo e historiador. Profesor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social, Universitat de València
La monarquía española de la Transición al postfranquismo ha sido, básicamente, un negocio redondo, un trapicheo glamuroso a gran escala, una obscena ejemplificación de lo que se ha dado en llamar “capitalismo de amiguetes”. En esta maquinaria de hacer dinero el rey mataelefantes ha cumplido a la perfección la función de relaciones públicas de la oligarquía a quien servía, que para eso se le coronó. Aunque a la ciudadanía inmadura y acogotada por cuarenta años de dictadura se le vendiera la burra de la democracia (siempre bajo control y vigilancia) y el “consenso”, la realidad era que las elites de siempre se perpetuaban apostando por la Corona como paraguas presentable de su rapiña institucionalizada.
Por ello no debe sorprender que el rey Juan Carlos I haya acompañado a los representantes de las grandes empresas españolas en tantos viajes, con sus correspondientes monterías, safaris y juergas, a la caza y captura de suculentos contratos. No ha importado que dichos contratos se firmaran con las corruptas y absolutistas petromonarquías del Golfo Pérsico u otros regímenes similares, ni tampoco que detrás de esas inversiones se escondiera un vergonzoso neocolonialismo, ni que les empresas beneficiarias conculcaran continuamente la legislación laboral y fiscal. Ha dado igual, porque la función esencial del Borbón y su numerosa prole ha sido justamente la de representar, no ya a España, ni tan siquiera a la “Marca España”, sino a los concretos intereses comerciales, financieros e industriales de las oligarquías españolas de siempre, esas que en 1936 decidieron que algo gordo y grande había que hacer para salvar los muebles y que desde entonces no han soltado ni un centímetro de poder real.
Dicho de otro modo, Juan Carlos se ha comportado durante su larguísimo reinado como el rey de oros del IBEX-35, como el hacedor simbólico de esa amalgama de 35 megaempresas españolas, el 94 % de las cuales opera en paraísos fiscales y que tan solo tributa a la Hacienda estatal un 6 % de sus beneficios, cuando según el tipo nominal del impuesto de sociedades debería hacerlo al 30 %. Las elocuentes fotos oficiales de familia, porque la familia real y la del IBEX-35 son la Familia, lo dicen todo.
Pero aún hay más, pues parece ser que, como consecuencia lógica de su trabajo de public relations de lujo, Juan Carlos I se ha hecho inmensamente rico. Cuando llegó al trono jurando los Principios Fundamentales del Movimiento franquista poseía un patrimonio muy reducido, esencialmente vinculado a su dinastía, pero según ha revelado recientemente el periódico The New York Times, el actual patrimonio personal del Borbón podría ascender a 2.000 millones de euros. ¿De dónde ha salido esa colosal fortuna? ¿Dónde está depositada o invertida? ¿A qué negocios, dádivas, regalos u operaciones corresponden tantos millones de euros? Probablemente los depredadores del IBEX-35 lo saben al detalle. Por eso y porque vuelven a otear negros nubarrones en el horizonte han decidido jubilar al viejo conseguidor, garantizarle inmunidad (impunidad) absoluta y sustituirlo por otro profesional más joven y de absoluta confianza. A fin de cuentas esto es como el circo: el espectáculo (y los negocios) deben continuar.