Jimmy Entraigües
Periodista y escritor
Director de Valencia Noticias
(a Juan Carlos Garés y Chema Cardeña)
Año 425. Hasta ese año Trajanópolis era feliz, luego fue más feliz. La pequeña aldea que un día fundaron los valientes veteranos de la guerra de Dacia contaba con un buen teatro que el hispano emperador Trajano mandó construir para el disfrute de sus hombres. Así correspondían los emperadores con sus súbditos y sus viejos hombres de armas, regalándoles diversión. Como siempre, el dinero de la construcción de un espacio de entretenimiento salía del erario público. Así lo hacían los emperadores.
En realidad, en el 425 el teatro de Trajanópolis ya no gozaba del bello encanto que vivió tres siglos antes. Algunas de las hileras de sus gradas, construidas en piedra viva, servían como zona de carga y descarga, de establo para algunos animales o corral improvisado para patos y gallinas. Aun así, la ciudad se sentía orgullosa de su teatro, ya que seis veces al año venían las compañías de cómicos y actores a traer lo más granado de sus repertorios. Cuando eso ocurría, se retiraba a las bestias, se limpiaba las gradas y los materiales eran llevados a otros espacios.
Si bien fue el emperador Constantino, en el año 321, el primero que ordenó una rigurosa observación del domingo prohibiendo toda clase de negocios jurídicos, ocupaciones y trabajos, una ley posterior, del año 425, prohibió la celebración de toda clase de representaciones teatrales pero…, la distante Trajanópolis vivía como un eco las noticias llegadas de la gran urbe y algo ajena a las imperativas leyes que se practicaban en otras ciudades.
…una ley posterior, del año 425, prohibió la celebración de toda clase de representaciones teatrales…
Con solo cinco años Valentiniano III era el emperador romano de Occidente, siendo su madre Gala Placidia la regenta, pero todo el gran territorio sabía que Aecio era el verdadero conductor de los destinos del Imperio dada su influencia militar y política. Cuando Aecio mandaba, su palabra era orden.
La ley debía cumplirse y el teatro era un espectáculo que solía venir acompañado de burlas al poder, obras que cuestionaban la disciplina ciudadana y una troupe de actores que hacían proliferar a su alrededor el vino, las putas, los pedigüeños y los ladrones. El teatro no era bueno y, así las cosas, los hábiles actores adoptaron nuevas fórmulas para desarrollar su trabajo. La pequeña Trajanópolis recibía a las compañías ambulantes que desde la lejana Tebas pasaban por Tesalónica, visitaban la corrupta Corinto y llegaban hasta Kavala para desperdigarse luego por aldeas y pueblos de mala muerte.
Las obras cómicas de Crates, Plauto, Menandro o los aires burlescos de la poesía de Filemón ya no se representaban en el bello espacio que Trajano mandó a construir sino en los establos, almacenes y casas cuyos propietarios abrían gozosos sus puertas para que el humor, el vino y el sexo celebraran su encuentro.
Los griegos llamaban ‘hipócritas’ a los actores y bajo aquel juego los representantes del teatro incluían en sus carros supuestos cachivaches para la venta que les permitía llegar a los poblados como comerciantes dispuestos a ofrecer su mercancía.
Trajanópolis se convirtió en un buen punto de encuentro para una nueva forma de hacer teatro bajo un espacio cerrado. El teatro al aire libre pasó a convertirse en una suerte de teatro de sala y, poco a poco, la semilla de Trajanópolis comenzó a extenderse a otras aldeas, a otros pueblos, a otras pequeñas ciudades, a otras… Y las andariegas compañías de actores llevaron sus obras y sus trastos bajo el cuño de mercancías a cada puerta que se abría y a cada público que les esperaba. Todo tenía cabida: los bártulos a comprar, los textos a interpretar y el sexo…, a comprar e interpretar también.
Trajanópolis vivió una nueva época dorada gracias a su gusto por el teatro y, hasta que la ley fue cambiada, las gradas del viejo teatro realizado por Trajano seguían sirviendo de depósito de animales, sacos de carga y lugar de escombros. El teatro…, el teatro estaba en otra parte.