José Antonio Palao.
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló.
Vaya por delante, el textito que compartí en Facebook nada más saber que Rita Barberá había muerto. Lo copio para compartirlo también con los lectores de esta columna que no usáis las redes sociales:
“Nunca voy a mostrar alegría por la muerte de nadie. Serán cosas de mi biografía. La muerte me tocó cerca de modo bárbaro desde muy joven y veo siempre su faz trágica.Con la muerte no hay juego. Ni siquiera el de tronos. Pero esta muerte, la de Rita Barberá, sólo tiene una lectura: ¡qué miserable es Rajoy!, que la dejó morir, ya no sólo metafóricamente. La muerte de Rita pone a Rajoy, que hizo su fortuna y carrera sobre los hombros de estos corruptos, a la altura de un Fouché. El segundón mediocre, avieso y criminal es aquí el jefe de todos ellos. Y no lo olvidemos: no es en la izquierda, ni entre los populistas, ni entre los valencianistas perseguidos por esta señora donde esto se va a celebrar con cava, por supuesto, no catalán. Donde de verdad están felices con toda su bestial mediocridad es en Génova 13 y en Quart 102. Ojalá alguno se ahogue con su propias babas.
Una simple petición. No me gustaría ver chistes ni comentarios cebándose con la muerta en los muros de mis amigos decentes, y menos de los valencianos que fuimos blanco de su soberbia, su codicia, su inhumanidad y su desprecio. Morir en Madrid y en un hotel (qué expresivo y simbólico es el destino a veces) es castigo suficiente. No. Guardemos un respetuoso silencio que nos permita escuchar lo miserable que es su partido y sus correligionarios en toda su dimensión y en todos sus matices. Que nos permitan oír el tintineo aliviado de sus copas de espumoso de cuarta categoría o champañ francés. Ya vigilaremos que no lo hayan cargado al erario público. En política, lo más indecoroso y vil es ser un superviviente. Y Mariano, no lo olvidemos, es la peor yerba de todas las yerbas que nunca mueren.
Ps: Ah, y yo al juez que vaya a levantar el cadáver le rogaría que no permita que lo inhumen demasiado pronto. A lo mejor hay alguna huella de miedos y ambiciones en él. Nos quedaríamos todos más tranquilos si eso se verificara….”
El texto está fechado a las 9,18 del mismo 23 de noviembre, esto es, antes de que la cúpula paulo-errejonista de Podemos se empeñara en protagonizar el fatídico, impropio e indigno minuto de silencio a una alcaldesa que hasta el día anterior había sido el símbolo más preclaro de la corrupción en el PP. Y más, como se ha repetido hasta la saciedad, cuando el Congreso de los Diputados no tiene por norma celebrar estos sentidos homenajes por nadie.
Hubo una controversia sobre cómo interpretar este minuto. ¿Condolencia, homenaje…? Yo propongo una dicotomía de corte más semiótico y retórico. Todo el mundo se empeñó en considerarlo una metáfora. Un minuto de silencio sería la expresión (el vehículo) de un sentimiento de respeto, duelo, solidaridad (tenor). Yo, sin embargo, creo que es mejor si se considera sintagmática, metonímicamente, esto es, como una sinécdoque (la parte por el todo): en efecto, ese breve minuto de silencio no era más que una condensada y mínima expresión celebratoria del silencio eterno que iba a guardar la difunta y que tanto alivio (mejor que orgullo) y satisfacción causaba en las bancadas del PPCS, con el apoyo del Psoe de Antonio Hernando y Javier Fernández que, desnortado como anda tras todas sus traiciones, está dispuesto a servir de lacayo del establishment (formerly known as “casta”) cada vez que haga falta.
Teniendo en cuenta su trayectoria, sus últimas actitudes, la expulsión de su propio partido y la extrema crueldad y desprecio con que la había tratado éste en los que a la postre han sido sus últimos tiempos y que había supuesto la renuencia de la familia a que la dirección del PP hiciera acto de presencia en el sepelio, ¿la actitud de Podemos representó una falta de consideración y sensibilidad? No tengo ninguna duda. Una falta de sensibilidad enorme. ¿Con la difunta? Ni me lo planteo, ni me interesa especialmente, ni –como dije a bote pronto al conocer su fallecimiento- creo que haya que hacer nada más por la difunta que dejarla gestionar su inagotable eternidad en una soledad inmensa, que no es sino una prolongación de la que le propinó su antiguo partido.
El gesto de Podemos fue una inmensa falta de sensibilidad (no digo de respeto, que es otra cosa) con los valencianos. Vencer a esta señora, el más logrado ejemplo de demagogia populista de derechas en todo el Estado Español, con todo el clientelismo folclórico y reaccionario que había generado, nos costó a los demócratas y valencianistas un cuarto de siglo. Y ahora que estaba desprestigiada, abandonada, vencida va y la torpeza de la cúpula paulo-errejonista, en un gesto de cutre eticismo asambleario propio de la más caduca izquierda identitaria que tanto han criticado va y la convierte en una especie de víctima de esa misma izquierda. Instantánea fue la reacción de la caverna y del aparato del PP en reputarla como perseguida y acosada por las viles hordas rojas. Eso lo fue durante 25 años, señores, pero lo que la ha llevado a la tumba es la brutal tristeza de ser negada, despreciada, expulsada y apartada por sus correligionarios en uno de los actos de insolidaridad mezquina más execrables que recuerdo. Ahí está ese salvaje de Rafael Hernando echando espumarajos por la boca (curioso que haya dos Hernandos comandando el bipartidismo en el Congreso y uno sea tan áspero y el otro tan blandito) y defendiendo, ahora que está callada para siempre, a “una de las nuestras”.
La posición de la cúpula de Podemos torna prístina la en otros momentos tenue y difusa distinción entre narcisismo y soberbia. Ésta última, y no ya el narcisismo, es el gran hándicap que carga a sus espaldas el dogmatismo laclausiano-mouffiano-errejonista. Tan convencidos están de que no hace falta escuchar al pueblo, porque ellos ya tienen todo el saber necesario sobre ese pueblo basándose en sus ecuaciones y algoritmos hegemono-populistas, que actúan de espaldas a él sin ningún tipo de reparo, convencidos de que sus gestos van a ser entendidos “exactamente” como ellos los planean. De comunicación, ni idea. Lo he dicho siempre.
El gran pánico que me asola es que la hegemonía progresista y valencianista que ahora tenemos en el País Valenciano sea flor de un día, porque la demagogia derechista y centralista del PP está siempre acechando y esperando para lanzarse al cuello de la democracia, el valencianismo y el progreso sin el peso de ningún lastre moral. Haber contribuido a hacer aparecer a la antigua alcaldesa como una víctima de extrañas maquinaciones izquierdistas es un flaco favor que me hace pensar si el errejonismo –en el País Valenciano no hay prácticamente otra cosa en Podemos-, con sus pésimos cálculos de laboratorio, no pueda llegar a ser el peor enemigo de una opción perdurable de progreso en esta tierra.
Bien sé que Compromís (Ribó y Oltra, esencialmente ) se están llevando muchos palos desde el nacionalismo por no ser más combativos y radicales en su valencianismo de izquierdas. Se puede discutir en otro momento. Pero lo que tengo claro, es que están mucho más pegados a esta tierra que la cúpula podemita de tierra adentro y sus lacayos en estas riberas del Mediterráneo. Por eso se quedaron en el Congreso y abrieron el Ayuntamiento al barberismo. La lucha, día a día, no con gestos extremistas, anti-radicales e histriónicos para convertirse en noticia en vez de la noticia y que pueden reavivar un pasado sólo momentáneamente derrotado.
Si se trataba de transversalidad, queridos, no hay nada más transversal que la muerte. La muerte con su componente de “real” que una cúpula como la de Podemos, con su mentalidad política de video-game, no puede vislumbrar. La muerte es una suspensión del sentido y la razón que, ante ellam no pasan de ser meras bagatelas humanas. Basta de decisioncitas de celulilla mediático-leninista que me muestran cada vez con más evidencia que Pablo Iglesias Turrión está siendo un títere descabezado en manos de su camarilla, que siempre tiene la última palabra en esta filosofía del evento. It’s death, stupid! Y con eso no se juega. Hubiera sido mucho más inteligente quedarse como testimonio de disidencia y criticar duramente la hipocresía rivero-rajoyista al terminar ese minuto, que contribuir al silencio eterno ausentándose y provocando el ensordecedor ruido de las auto-justificaciones después. Los valencianos tenemos mucho miedo de ciertas resurrecciones y vuestra torpeza –tan insensible con las necesidades de los valencianos, como nos pasa siempre con los partidos españoles- ha contribuido mucho a ellas. Sic transit gloria mundi.