Gil-Manuel Hernàndez i Martí.
Sociòleg i historiador i Professor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia
Social de la Universitat de València.
A veces las ciudades esconden tesoros de los que ni ellas mismas son conscientes. Tesoros que otros de fuera pueden llegar a valorar como es debido pero que los de dentro no aprecian porque piensan que lo que los foráneos ven como extraordinario es de lo más ordinario. Tal es el caso, en mi opinión, de la Ciudad del Artista Fallero de Valencia, un singular espacio urbano que te atrapa por su particular estructura, el ambiente que en él se respira y el tipo de trabajo que allí se hace. Hoy en día, el barrio y las naves donde trabajan los artistas falleros se encuentran inmersos en la incertidumbre, pero también son posibles nuevas oportunidades, que sólo con voluntad política y la participación de muchos actores se pueden propiciar.
La Ciudad del Artista Fallero está considerada como la primera ciudad temática de España. La fabulosa idea de construir una ciudad profesional para los artistas falleros, que ya tenían un fuerte sentido corporativo desde los años 30 del siglo pasado, la tuvo Regino Mas, que fue maestro mayor del Gremio Artesano de Artistas Falleros, allá por los años 40, aunque la idea consta por primera vez en un acta del gremio de 1953. El proyecto fue tomando forma y desarrollo y después de muchos trabajos preparatorios el 17 de marzo de 1965 se colocaba la primera piedra de la Ciudad del artista Fallero en unos terrenos de huerta situados en el Pla de Sant Bernat de Benicalap.
En 1968 ya estaba construido el 50% de la obra. Ese mismo año un total de 30 fallas se construyeron en sus naves. En cuanto al nuevo barrio, constaba de novecientas sesenta viviendas y la previsión era que muchas naves y talleres integraran en perfecta simbiosis esta “Ciudad Fallera”, que también contemplaba la construcción de un museo del folklore y del arte fallero. El 10 de marzo de 1979, en un solar reservado de la Ciudad Fallera, se celebró el acto de colocación de la primera piedra del Museo del Artista Fallero, que finalmente se inauguró en 1993, con una importante colección de ninots indultados por el Gremio, maquetas, bocetos de fallas y carrozas, publicaciones falleras y otros materiales distintivos del oficio de artista fallero, acogiendo también el edificio las oficinas de la Casa gremial y un salón de actos.
La Ciudad del Artista Fallero, pues, se concibió como una especie de barrio-taller, donde los artistas falleros tuvieran sus naves y estas se integraran en un entramado urbano de nueva creación. Con el tiempo la Ciudad del Artista Fallero generó una gran actividad y el barrio se convirtió en un entorno vivo, con una sociabilidad ligada a la actividad de la construcción de fallas. Pero al mismo tiempo el crecimiento urbano, no siempre ordenado ni adecuadamente planificado, unido a la especulación urbanística y el abandono por parte de los gobiernos locales, más centrados en invertir desaforadamente en grandes contenedores, proyectos y fastos, hicieron que la Ciudad de la Artista Fallero, también conocida popularmente como “Ciudad Fallera”, fuera entrando en una especie de decadencia.
Hoy en día, la Ciudad del Artista Fallero, este singular barrio-taller, sigue destacando por su peculiaridad y por guardar una importante memoria del arte de hacer fallas. Por eso hay que plantear muy seriamente un proyecto integral para su futuro. No están las cosas como para vender humo neoliberal, sino un proyecto de verdad, sólido y firme, que apueste simultáneamente por la industria de las fallas, el turismo de calidad, el patrimonio cultural y la innovación tecnológica. Un proyecto que integre la ciudadanía con el oficio de artista fallero, que convierta la Ciudad del Artista Fallero en un barrio creativo moderno, capaz de atraer actividad artística, ocio cultural, experimentación festiva y una experiencia turística única. Existen las instalaciones, existen las naves, existe un museo y sobra talento. Lo que falta es creer en ese tesoro que sorprende a los forasteros y que poco que creamos en él nos puede sorprender a nosotros mismos. La Ciudad del Artista Fallero espera su gran oportunidad histórica. Y ya toca aprovecharla.