Jimmy Entraigües
Periodista y escritor
Director de Valencia Noticias
1528. La princesa azteca Xipahuatzin, hija del emperador Moctezuma, viaja rumbo a España. Es joven, dulce y bella. Todos saben que vive amancebada con el señor Joan Grau, noble caballero perteneciente a una de las sagas familiares más ilustres del Roselló cuyo tatarabuelo, Joan Pere Guerau (más tarde el apellido derivó en Grau) participó en el año 1336 en la famosa reconquista de Valencia para el rey Pedro IV de Aragón.
Todos admiran el porte de esa mujer cobriza de tez suave, mirada dulce y pelo azabache suelto que brilla al más mínimo contacto con la luz. De sus cuidados se encarga una corte de cuatro mujeres y tres hombres que mantienen limpio su vestuario, arreglan sus adornos, hidratan su piel con aceites y lavan sus cabellos con palta.
Xipahuatzin apenas visita el exterior del barco, le impresiona el mar, su fuerza, su violencia, el continuo oleaje que golpea la nave. Da por hecho que Quetzalcóatl es más grande y poderoso de lo que su padre había podido imaginar, da por hecho que el dios de los españoles dispone de súbditos fuertes, valientes y temibles para dominar aquella naturaleza inabarcable. Las largas noches marinas y las rachas de viento oceánico regalan a la princesa un frío que le cuesta ahuyentar.
Xipahuatzin pierde su nombre; su amante catalán, incapaz de pronunciarlo, la bautiza como María. Joan ama la dulzura de esa mujer, admira su elegancia, su distinción, su delicadeza en el trato y el económico presupuesto de sus conversaciones. Sí, no, gracias, es suficiente, debo retirarme, más tarde, debo hacer mis oraciones…, son las expresiones más comunes de su vocabulario. María no participa de ruedas de alcahuetas, ni de reuniones de damas. A Xipahuantzin le cuesta entender el nuevo mundo.
El camino a Toloriu es largo y pesado. Su compañero le habla de la belleza de las montañas de la Seu d’Urgell, de las bondades del castillo y de la paz y la tranquilidad de la gran casa situada a solo unas horas de allí. Le ha puesto un nombre azteca, Vima. Xipahuatzin sonríe, la vivienda lleva el título de Gran Dama, al igual que el palacio que ella y su hermana habían ocupado en Tenochtitlán. La nueva dama española pide más abrigo, la cercanía del valle pirenaico la estremece.
Grau acondiciona el palacio para su mujer y su séquito. Los súbditos, trabajadores y vasallos deben hacer caso de cuanto diga o indique la señora y así lo cumplen. El noble debe atender tareas políticas, sociales y económicas propias de su rango y Xipahuatzin dedica las largas horas del día a estudiar el castellano, a leer las sagradas escrituras, a entablar amistad con el paisaje frío de esas tierras, a rememorar historias y anécdotas entre el breve grupo de aztecas que la acompaña. La servidumbre de Grau no termina de entender a esa mujer que entre sus prolongados silencios tiene por costumbre restregar un tomate en un trozo pan. Es ‘xiuhtomatl’ comenta la princesa a la cocinera, con pan de maíz es una comida sagrada.
El señor del valle entiende la soledad de María, así que la pareja de enamorados intercala la vida entre el castillo y la casa Vima; pero Xipahuatzin añora su laguna, el bullicio y la alegría de su raza, los paseos con sus primas y amigas, el sol de su gran ciudad y los perfumes de las miles de flores que decoran los caminos reales.
Joan Grau continúa con sus labores de noble, su compañera deambula triste y abrigada ante la curiosidad de los pocos vecinos que habitan los alrededores de Vima. Su pelo no brilla, sus ojos se entrecierran ante el aire frío de las montañas heladas. Xipahuatzin mira el camino de Quer Foradat que lleva al castillo como el único recorrido que hará en sus días e imagina que tras aquel macizo de piedras nevadas se encuentra la ciudad de las mil calles flotantes.
La vuelta a Toloriu se hace larga y pesada, Xipahuatzin cae enferma de melancolía. Sin ánimos para caminar se encierra en su habitación para ser atendida por su séquito, solo la llegada de una nueva primavera alivia su tristeza y aviva su ánimo.
Grau la atiende, la mima y la llena de ternura; fruto de ese amor María se descubre preñada y el 5 de mayo de 1536 nace Joan Pere de Grau-Moctezuma, Barón de Toloriu. Es un niño sano y fuerte, hijo de una nueva sangre y, como tal, Grau tiene pensado un gran futuro para su heredero. Xipahuatzin a penas disfruta de su condición de madre, otros educan a su hijo, otros le imponen una cultura, otros le enseñan el amor por las montañas, otros atienden sus llantos. Ni siquiera sus fieles seguidores aztecas pueden ocuparse del niño. Otra vez el frío, otra vez la tristeza, otra vez los recuerdos.
El 10 de enero de 1537 Xipahuatzin muere rodeada en su cama por un sacerdote, un galeno, su buen compañero, siete nativos que brindan ofrendas y dos damas de servicio. Fuera nieva intensamente.