José Antonio Palao Errando
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló
Sé que esta pregunta va a ser dolorosa para mucha gente. Y lo asumo, porque en cierto modo para mí también lo es. Podemos está en fase constituyente y mucha gente, llevada por un legítimo entusiasmo, ve en este proceso un “real” fenómeno político –puede que el más importante desde 1978- que va mucho más allá de lo puramente mediático. Yo me cuento entre ellos de más está decir. El caso es que el fin de semana pasado tuvo lugar el acto central de constitución de Podemos como partido, la llamada Asamblea Ciudadana. Y de ahí han salido varios borradores que son los que compiten por convertirse en el embrión de los estatutos de la nueva formación. El más conocido y divulgado es Claro que Podemos patrocinado por el propio Pablo Iglesias y sus más estrechos colaboradores (Errejón, Bescansa, Monedero…), es decir, el núcleo promotor de la idea desde las elecciones europeas. Y parece que su principal rival en el voto ciudadano va a ser Sumando Podemos, que es el producto de la confluencias de muchos documentos elaborados en los círculos, pero cuyas imágenes de apoyo más visibles son los eurodiputados Pablo Echenique, Teresa Rodríguez y Lola Sánchez.
Hay discusión y polémica, innegablemente. Creo que nadie en Podemos discute el liderazgo de Pablo Iglesias, debido a su presencia mediática y a su indiscutible tirón electoral. Pero hay dos versiones de cómo se debe ejercer ese liderazgo: de forma más protagónica e independiente, en el caso de Claro que Podemos, y de forma más colegiada y sometida al parecer de los círculos, en el caso deSumando Podemos. No es este lugar ni es nuestro propósito analizar ambos borradores: hay quien lo ha hecho mucho mejor que nosotros lo haríamos y además animo a los lectores a que adjunten otros vínculos en sus comentarios, si lo consideran oportuno.
Mi intención aquí es examinar algunos de los argumentos de la opción avalada por Pablo Iglesias. Evidentemente, cuando el dijo el otro día que “tres secretarios generales no la ganan las elecciones a Rajoy y uno sí” estaba en recalando precisamente en la trama argumental básica de su posición. La idea táctica que subyace a la propuesta CQP es precisamente aprovechar su tirón mediático para ganar las elecciones cuanto y echar a la casta cuanto antes, y para ello lo mejor es concentrar el máximo poder en sus manos y en un equipo escogido y controlado por él. Es lo que algunos de sus ideólogos llaman leninismo mediático, y tiene por objetivo, según Íñigo Errejón, construir una “máquina de guerra electoral” de una eficacia aplastante.
Ahora bien, creo que un toque de “realismo” no vendría mal en este momento. El resultado en las Elecciones Europeas fue un indudable éxito personal de Pablo Iglesias, pero en absoluto fue una victoria, como él se encargó de recordar esa misma noche. Queda mucho camino por recorrer y en él, muy previsiblemente, Podemos se convierta en un partido decisivo para quitarle el gobierno a la derecha, pero su posición pasará o bien por hacer una combativa oposición o por colaborar en tareas de gobierno pero no en mayoría, ni siquiera relativa. Y ése será un camino muy, muy espinoso. El caso es que quien parece será con toda probabilidad el encargado de regir los destinos de la formación es alguien, sin duda, brillante pero que objetivamente, hasta ahora no ha demostrado más que un exitoso personaje televisivo que ha dado el salto al campo electoral. Como hemos dicho enmuchas ocasiones, lo electoral y lo mediático en los sistemas parlamentarios capitalistas son campos homólogos y entre ellos tejen la agenda informativa desde un campo de enunciación único, la comunicación, pero normalmente se dividen férreamente el trabajo y el salto de un frente a otro tiene mucho mérito. Se trata de un cerco poderoso, pues marca el principio de realidad, lo que es creíble y esperable o no, para una sociedad y la sume en una pasividad acorde con sus objetivos de perpetuación ideológica, política y económica, dándole forma de electorado dúctil, maleable, con una ilusión de poder que desemboca y encalla en la ilusión de alternancia propia del bipartidismo. Pues bien, si penetrar ese cerco es ya de por sí difícil, imagínense la titánica tarea que ha de suponer introducirse en él con la confesada intención de disolverlo. Imaginen la cantidad de presiones, erosiones, zancadillas y tentaciones que ha de sufrir un líder político en ese proceso y el desgaste comunicativo y de imagen que le ha de suponer.
Sabemos que Pablo Iglesias es un orador brillante, pero de momento aún no le hemos visto más que cultivando dos géneros menores de la oratoria política moderna: la tertulia y el mitin. Aún no le hemos visto batirse en serio en sede parlamentaria –sus contadas intervenciones en la Eurocámara no tienen todavía ese nivel- o negociando de verdad cuando el programa no es simplemente un desiderátum popular sino que está marcado por la agenda enemiga. Es una gran promesa, y la ilusión de muchísima gente hace de él el gobernante y el líder popular ideal. Pero en realidad Pablo Iglesias, como líder político ejecutivo, aún no ha tenido la ocasión de demostrar nada. ¿Se lo imaginan negociando entre tiburones de lo que él llama la casta (banqueros, empresarios, la troika, Merkel, muchos sindicalistas apoltronados en el sistema, para qué lo vamos a negar, e incluso partidos de izquierda sistémica y nacionalistas de los que no habrá más remedio que ser socio si se quiere echar al PP…), sin más ayuda que su labia y su grupo asesor de expertos en ciencia política y filósofos? ¿A dónde va sin apoyo popular eficiente, sin más aval que unos votos, que igual que le han llegado se le pueden ir, de un electorado ilusionado (y por lo tanto fácilmente decepcionable)?
Ya lo hemos advertido hace unos días. Creer que se pueden usar impune y libremente los media para los propios fines, cuando esos fines difieren de perpetuar el status quo del poder, es realmente muy ingenuo. El capitalismo tiene en su maquinaria mediática, que hace del fetichismo mercancía, el aparato ideológico y represivo más potente que ha existido jamás. Y como dejó dicho el sociólogo Pierre Bourdieu, “la televisión oculta mostrando”. Ojalá me equivoque pero la intuición me dice que, mientras ahora todo lo que le concierne es tratado casi como un programa de producción propia en Cuatro o La Sexta, el sistema mediático español lo tiene todo previsto para neutralizar y expulsar del centro de la agenda a Pablo Iglesias en cuanto éste deje de ser un mero generador de audiencia y pase a ser un actor clave del empoderamiento popular en las instituciones, Si eso llegara a suceder, las masas le abandonarían inmediatamente seducidas por el siguiente juguete… Excepto que ellas mismas se hayan constituido como una sólida unidad popular transmediática.
Dicen los apocalípticos leninistas de salita de estar (por distinguirlos de los leninistas mediáticos integrados) que Podemos se puede convertir en un nuevo PSOE. Me temo que no. Todas las engañifas que Felipe González consiguió endilgarle al pueblo español en los 80 y parte de los 90 estaban costrosamente amparadas en un viejo imaginario noventayochista: las traiciones al programa y las promesas (liberalización, reconversión industrial, OTAN) tenían como fin que no volviéramos a perder el tren de la Historia y que Europa nos reconociera como uno de sus iguales. Colaron ante una población de un nivel cultural, y sobre todo de auto-reconocimiento y capacidad de expresarse por su cuenta, muy inferior a la de la sociedad española actual. Es esa presencia, esa conciencia de sí, la que hace que hayan salido tantos respondones al grupo promotor de Podemos, pero que sobre todo envió por la vía rápida a Zapatero a su casa cuando pretendió hacer las de Felipe González en el siglo XXI. No, Podemos no cuenta a su favor con los traumas de la España cañí, sino que nace para ser la gran arma contra ellos. No viene a vendernos el viejo sueño de la inclusión en Occidente, sino a despertarnos de esa pesadilla del capitalismo salvaje y de la troika. Su fin, si traiciona sus objetivos, es el ostracismo electoral y el olvido más cruel, no la desactivación del pueblo y el encandilamiento de la opinión pública por medio del carisma del líder, como consiguió durante trece años el felipismo.
No, no hay hoja de ruta ni experiencia en la que ampararse. Ni todos los procesos latinoamericanos, ni todas las luchas de liberación sectorial (feminismos, LGBT, antirracismo…) ni todos los movimientos sociales del Siglo XX, ni toda la ciencia política moderna, con todo su potencial emancipador desde Maquiavelo hasta Laclau, por mucho que las utilicemos como un excelente apoyo, pueden evitarnos el trabajo hercúleo de pensar por nuestra cuenta, de analizar minuciosamente cada táctica, de cada línea comunicativa, porque en la sociedad de la informacióntáctica y comunicación son prácticamente sinónimos, como me admitiría, creo yo, cualquier especialista en comunicación política. No se trata de crear unidad popular en torno a una imagen, ni siquiera a una idea, sino de crear una voz nueva, una voz popular sólidamente anclada en la indomable inteligencia colectiva.
Yo no veo tanta claridad como otros, sino mucha ilusión, mucho deslumbramiento. Uno, significa uno visible y bastantes más detrás sujetándole, apoyándole, influyéndole desde sus intereses. Tres significa una pluralidad debatiendo y recogiendo los frutos de un diálogo inédito e inmenso. Si tienes un secretario general y una lista cerrada tienes uno o muchos lobbies revoloteando rapaces sobre ellos, pocos, definidos, identificados. Tres, con listas abiertas, implica una división de los lobbies y de los poderes fácticos, que indudablemente debilita mucho menos a la organización que a los pudieran pretender hacerla rehén de sus intereses. Es mucho más fácil, a veces inevitable, consensuar con el enemigo y olvidar la voluntad de las bases y la misión para la que un pueblo te ha elegido para uno que para tres. Tres secretarios generales significa tres frentes distintos abiertos contra la casta. Contra Uno, y la inevitable camarilla cortesana que lo rodearía, les sería mucho fácil concentrar sus esfuerzos. Poder sin sumar, sólo creo que se pueda tener el cuarto de gloria al que todo ser humano tiene derecho, según decía Andy Warhol. Sí, estoy tomando partido. Y sí, mi posición es descarnadamente estratégica, como exige un mundo en el que nada es claro ni transparente, sino lleno de mediaciones y representaciones interpuestas entre la ilusión y la acción. Sumando Podemos, seguir luchando por la victoria y no sólo por un éxito espectacular y efímero. Sumar, creo yo, es la mejor forma de proteger a ese líder y no cargar sobre sus hombros todo el peso de una claridad, que si sólo es un gancho electoral y mediático, podría ser fácilmente reversible. El otro día tuiteé esto, y estoy completamente convencido de ello: “#SumandoPodemos liberar a Pablo Iglesias de las garras que lo aprisionan.” De las futuras. Y de las ya presentes.