Gil-Manuel Hernàndez i Martí
Sociólogo e historiador.
Profesor Titular del Departament de Sociologia i Antropologia Social,
Universitat de València
Como viene sucediendo en los últimos años, cada vez que se aproxima la fecha de la fiesta de Halloween se escuchan las voces de los que critican su importación y celebración. Los críticos argumentan básicamente dos cosas: que Halloween es una fiesta reciente y americanizante, una suerte de expresión del imperialismo cultural yankee y su exitosa industria cultural; y que se trata de una fiesta importada y totalmente ajena a las tradiciones locales de Todos los Santos. Por eso, en este artículo intentaré argumentar contra estas razones, para defender que hoy en día, en un mundo culturalmente globalizado, la fiesta de Halloween es ya tan nuestra como las fiestas más arraigadas de la cultura mediterránea.
Empecemos por la historia. Nos cuenta la popular Wikipedia, citando en esta ocasión bibliografía solvente, que la celebración de Halloween tiene su origen en una festividad céltica conocida como Samhain, que deriva del irlandés antiguo y que se celebraba el final de la temporada de cosechas en la cultura celta y era considerada como el «Año nuevo celta». También nos dice que la palabra «Halloween» es usada como tal por primera vez en el siglo XVI y proviene de una variación escocesa de la expresión inglesa All Hallows’ Even (también usada All Hallows’ Eve), que significa «víspera de todos los Santos». Observamos, pues, que el sentido de Halloween no está para nada separado de nuestras celebraciones de Todos los Santos, bien al contrario, forma parte del mismo universo de sentido.
En 1840 esta festividad, que perduró durante toda la Edad Media pese a los intentos de la Iglesia católica por domesticarla, llegó a Estados Unidos y Canadá, donde quedó fuertemente arraigada. Los inmigrantes irlandeses transmitieron versiones de la tradición durante la Gran Hambruna irlandesa. Fueron ellos quienes difundieron la costumbre de tallar los jack-o’-lantern (calabaza gigante hueca con una vela dentro), inspirada en la leyenda de «Jack el Tacaño». Encontramos aquí otro aspecto interesante: Halloween posee un carácter ligado al espíritu del Carnaval, extendido por todo Occidente, en tanto que los disfraces y determinadas acciones rituales apuntan hacia una fiesta que altera la normalidad, invierte valores dominantes y se resiste a la religión oficial, planteando un contacto con el mundo de las sombras que el catolicismo oficial condenaba como pecaminoso y subversivo.
La fiesta moderna de Halloween no comenzó a celebrarse masivamente hasta 1921, cuando se organizó el primer desfile de Halloween en Minnesota y luego le siguieron otros estados. La fiesta adquirió una progresiva popularidad en las siguientes décadas. Sin embargo, la expansión internacional de Halloween se produjo a finales de los años setenta y principios de los ochenta gracias al cine y a las series de televisión. En 1978 se estrenó en Estados Unidos y en el mundo entero el film Halloween, de John Carpenter, una película ambientada en la víspera de Todos los Santos, que supuso una referencia para el cine de terror de serie B, y que tuvo innumerables secuelas e imitaciones. A partir de este momento se popularizaron los disfraces siniestros y “góticos” inspirados en el imaginario cinematográfico en franca expansión global, pero que ya se había iniciado en los años veinte con las primeras películas de terror popularizadas por la industria de Hollywood.
Hoy en día, Halloween es una de las fechas más importantes del calendario festivo estadounidense y canadiense. En Europa son muchas las ciudades en las que los jóvenes han decidido importar el modo con el que Norteamérica concibe Halloween celebrándolo con todo tipo de fiestas y disfraces. Esta rápida y potente expansión se debe, en gran medida, al enorme despliegue comercial y la publicidad engendrada por el cine del Hollywood contemporáneo, de modo que bien podemos afirmar que la fiesta de Halloween se ha ido convirtiendo en una auténtica fiesta global, respaldada por un gran éxito popular.
Se podría argumentar, ciertamente, que se trata de una celebración homogeneizadora y deudora de los valores mercantilizadores vinculados al capitalismo norteamericano, pero no es menos cierto que muchos de los críticos del Halloween consumen masivamente películas norteamericanas, por no hablar de grupos musicales, tendencias de moda o que incluso celebran el Día del Padre, Día de la Madre, San Valentín, o participan en un Día Mundial de los muchísimos que ya existen. Lo que nos lleva a hablar de la impugnación del Halloween por ser una tradición importada. Efectivamente es una tradición, más antigua de lo que se cree, pero reinventada y reconfigurada como la mayoría de las tradiciones que celebramos. Al fin y al cabo, el árbol de Navidad que ponemos en nuestro hogar es una importación nórdica de principios del siglo XX, y lo mismo sucede con la figura de Santa Claus. En la Semana Santa valenciana las tamborradas y la aparición de costaleros y cantadores de saetas no tienen más de una década, y además una de nuestra fiestas más “valencianas”, la Batalla de Flores de la Feria de Julio, se instauró en 1871 a imitación de las batallas que ya se celebraban en las ciudades francesas de Nimes y Cannes. Y hasta la misma figura de la Fallera Mayor no es más que una reconversión local de las misses de belleza popularizadas por la cultura moderna occidental. Por no citar las exhibiciones de fiestas del mundo en nuestras cabalgatas o el acceso que ya tenemos, en el día a día, a las tradiciones gastronómicas, deportivas y médicas de culturas ajenas a la nuestra. O los festivales de música inspirados en el modelo norteamericano de Woodstock que atraen a miles de valencianos, muchos de ellos críticos del Halloween.
Estamos en un mundo globalizado en el cual lo externo ya es interno, en el cual las formas culturales que nos son extrañas rápidamente son integradas, recicladas y consumidas hasta el punto de que nos parecen que están aquí “de toda la vida”. Al fin y al cabo el desfile del Año Nuevo Chino reúne cada vez más gente en las calles de Valencia. En todo caso, y volviendo a Halloween, su celebración para nada debe restringir otras tradiciones propias como las visitas a los cementerios (aunque cada vez se entierran a menos muertos en ellos) o el consumo de los típicos panellets de sants. Es más, como muestra el reciente libro del especialista en fiestas Àlvar Monferrer, Bruixes, dimonis i misteris, existe material etnológico de sobra en nuestra tradición para valencianizar Halloween, porque los seres fantásticos y diabólicos propios de la cultura popular valenciana apenas difieren de los que encontramos en el Halloween anglosajón. Y, como ya dijimos, la vitalidad de la fiesta de Halloween traduce, en realidad, y aún siendo críticos con ciertos valores mercantilizadores a los que no es ajena, la vitalidad de un Carnaval remozado, que a finales de octubre siembra nuestras ciudades de disfraces, comparsas y jolgorios desde el “lado oscuro”, que es el propio del Carnaval. Por consiguiente, insisto en que Halloween es ya una fiesta plenamente nuestra, sobre todo porque lo global ya es local y por la misma razón que nuestras gastronomía, fiestas y costumbres también se consumen o celebran en otras partes del mundo. Es lo que tiene la globalización. Podremos estar más o menos de acuerdo con la lógica dominante que la dirige, pero se trata un fenómeno cultural evidente que hay que reconocer y asimilar.