Javier Furió
Director técnico deValencia Noticias
“El que no llora no mama, y el que no afana [roba] es un ‘gil’ “. Solo hay dos formas de conocer este verso: siendo argentino -pertenece al tango ‘Cambalache’ de Enrique Santos Discépolo- o seguidor, desde los pasionales ochenta, de Joan Manuel Serrat, que ejecutó una aceptable versión en una de sus giras en los años gloriosos de la canción protesta en España.
El caso es que Discépolo escribió el tango allá por 1934 -ya llovió- y llama la atención, a no ser que uno dé por buena la teoría de los ciclos de la Historia de Karl Marx, que casi un siglo después ese verso en concreto no solo goce de plena vigencia sino que, en clave de total desvergüenza, se exhiba prepotentemente cual bandera por mucho que los nuevos salvadores de la patria, nacidos en el prado político entre malas hierbas cual fragantes florecillas sin mancha ni tacha.
Demos por superada la cuestión de la conveniencia o no de influir en los hijos a la hora de que tomen su camino llegada cierta edad -yo aún no me he visto en ese trance, pero no tardaré-. No trata de ello mi artículo y por tanto, paso al capítulo siguiente del manual: el ‘qué’ o el ‘de qué’. Yo de verdad no sé qué aconsejarle a mi hijo que sea, o de qué viva, de mayor…, ni siquiera si es conveniente que, acabada la enseñanza obligatoria, siga estudiando o no…, Y ya no hablo de el bodrio en que, tras años de ímprobos esfuerzos por parte de los gobiernos de uno y otro signo por crear generaciones perdidas culturalmente hablando. Hablo incluso de la posibilidad, de existir, de alcanzar cierto grado de intelectualidad, aunque sea a nivel de cultura general porque, no nos engañemos: se cuentan por miles los llegados a puestos importantes en todos los ámbitos de la vida pública simplemente siendo ‘vivos’, y para nada cultivados intelectualmente.
Queda de muy intelectual y muy ‘auténtico’ decir aquello de “le aconsejaré que sea lo que quiera, pero que sea honrado”, porque quizás haciéndolo le condene a toda una vida de servidumbre y esclavitud encubiertas. Eso aquí en España sencillamente es mentira. Nuestra cultura chica, esa que no se escribe pero que se transmite como la gripe de padre a hijo a fuerza de tenaz terapia conductual involuntaria, manda de forma machacona que “si trincas la teta no la sueltes y con la otra mano intentes trincar la de aquél que está a tu lado”. Que tire la primera piedra…, ya saben.
Es indudable que ahora mismo, seguir cumpliendo curso tras curso con los ‘créditos’ que se precisan para acabar una carrera y así alcanzar un futuro profesional aceptable es una quimera. Tengo evidencias muy cercanas a mi persona que, a punto de cumplir la treintena y con brillantes expedientes académicos en la Universidad, sueñan con un puesto de trabajo (ni mejor ni peor: uno).
Así que lo único que me siento con ánimo y derecho de reclamar a estos políticos -los de viejo y los de nuevo cuño, con o sin coleta- es que dejen de jugar con mi país y con mi ciudad como si fuera un apetecible pastel al que todos quieren hincar el diente. “Cortala”, como diría un argentino. Déjennos en paz y si no es para sacar esto adelante EN SERIO, mejor váyanse a su casa.