Ana María Galarza Ferri.
Periodista.
Mi abuela paterna falleció en enero de 2016 y durante esos días de tanatorio, funeral y lágrimas recuerdo que mi padre me comentó que podría escribir un artículo de opinión sobre la Ley de la Memoria Histórica. En aquel momento me pareció un disparate porque emocionalmente no estaba preparada y, además, porque mi abuela y mi abuelo, fallecido unos años atrás, eran conservadores, o al menos el recuerdo que yo tenía de ellos.
Durante los dos años que transcurrieron hasta llegar al día de hoy se hicieron grandes progresos relacionados con esta Ley. La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, al frente del consistorio desde 2015, decidió cambiar el nombre a más de 150 calles de la capital que todavía enaltecen símbolos o personajes de la dictadura franquista, y digo todavía enaltecen porque como era de esperar el proceso no está resultando nada fácil. Mientras, en Valencia el tema volvió a saltar a la luz por las críticas que recibieron 14 agrupaciones falleras que tenían (y tienen) nombres franquistas. Ninguna de ellas ha adaptado su denominación a la Ley aprobada por el presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero en 2007.
Pero no solo esto me dió que pensar y me condujo hasta el presente artículo. La sociedad civil y nuestros representantes culturales también han puesto de su parte para no dejar caer este tema en el olvido, y dos artistas consiguieron que hiciese ‘click’. El primero fue César Martínez con su corto, Ni siquiera una rosa, preseleccionado este año en los premios Goya en al categoría de cortometrajes. La segunda fue Rozalén con la canción Justo, y tras ambas obras comprendí que estaba lista para hacer esta columna. Primero porque después de dos años podía recordar a mi abuela con una sonrisa; y segundo porque mi bisabuelo, el suegro de la protagonista que me ha llevado a escribir este artículo, continúa en una fosa común en Paterna mientras esperamos a que lo saquen.
Entonces, ¿por qué ahora? Pues porque la Memoria Histórica sigue en la agenda política, porque Carmen Franco, hija del dictador fallecida el pasado 29 de diciembre, tiene el título de duquesa de Franco, porque la sociedad sigue luchando por sacar adelante una Ley justa y porque los artistas de nuestro país siguen dedicándole su trabajo a una norma que no termina de aplicarse. Artistas como Rozalén que la defienden con una frase lapidaria: “La única tumba fue la del corazón” o como César Martínez con su corto cuando dice: “Que no presumamos tanto de España porque no se han curado las heridas. Si quieren imagen de España, que la limpien primero”.
Mi abuela era conservadora pero también era de los suyos. Estoy segura que a día de hoy le gustaría que mi abuelo, su marido, pudiese descansar en paz el resto de sus días con su padre, al que le arrebataron durante la Guerra Civil. Como dice el refrán “no me quieras tanto y quiéreme mejor” porque solo cuando acabemos con los resquicios (con todos) de una dictadura que oprimió al país durante casi cuarenta años podremos decir orgullosos aquello de nacionalidad española. Va por ti señora Emilia, más vale tarde.