Carles-Andreu Fernández Piñero.
Economista.
Ya tenemos casi finiquitadas las fiestas navideñas de este año, para la tristeza de los niños y la alegría de nuestros bolsillos. Unas fiestas donde para la mayoría de la gente, lo religioso ha pasado a un segundo plano y lo que más importa son las reuniones familiares, las comilonas, las películas infantiles, los circos y los regalos.
Pero no siempre ha sido así, como bien comenta el amigo Gil-Manuel Hernández en su artículo ‘La Navidad en Valencia’ en su columna ‘Peccata minuta’ de esta misma web. En él se explica que en el siglo XIX y principios del XX también había cena en Nochebuena (la Nit de Nadal) y comidas familiares como ahora, así como era típico ir al circo y al teatro, sin faltar naturalmente la Misa del Gallo la medianoche del día de Navidad. También era un tiempo de regalos como ahora, pero el día de Reyes, porque Papá Noél aún no había puesto a España entre su ruta. Era, pues, una época de gastos por encima de lo normal como lo es ahora.
Sin embargo, la cosa se desmandó a partir de los años 60-70. Más o menos por estos años la importancia de los regalos y de las grandes comilonas se disparó, apoyados por la mejoría económica de España, por las crecientes máquinas del consumismo que eran los primeros grandes almacenes del país y por la cultura anglosajona (muy dada a dar la paliza con la Navidad y a los excesos en esta época) cada vez más presente a través del cine y la televisión. El presupuesto en alimentación, regalos, ocio y lotería aumentó considerablemente, haciendo que el consumo fuera el verdadero rey de la Navidad y dejando los temas tradicionalmente religiosos muy apartados de la vida cotidiana de la mayoría de la gente. Hoy en día a casi nadie le importa que se celebre el nacimiento de Jesucristo el 25 de diciembre aunque ponga un belén en casa; lo importante es comer mucho, comprar muchos regalos (para Papá Noel y Reyes en algunos casos) y gastar mucho en el cine, en el circo y en la feria para que los niños lo pasen bien. Y si nos fundimos la paga extra, no pasa nada, como en enero nos pondremos a régimen, ahorraremos.
Vemos pues que el condicionante económico se encargó de hacer evolucionar la Navidad, haciendo prevalecer algunos de sus elementos (los regalos y el ocio) y disminuyendo la importancia otros (los religiosos), que son la esencia de la fiesta. Algo parecido ha pasado en otras tradiciones, como las Fallas. La base indiscutible de esta fiesta es el catafalco que se pone en la calle y se quema; sin embargo, factores económicos han hecho que se desvirtúe su imagen a favor de otro de sus elementos, por supuesto menos importante: la fallera mayor. La presencia de lo que se llama a veces “peineteo” en los medios de comunicación es en general excesiva, dando una imagen errónea de lo que son las Fallas: parece que hoy en día lo más importante de esta tradición sean las falleras en lugar del monumento, y lo peor es que la realidad hay muchos casos en que es así porque hay comisiones que no se preocupan por plantar uno decente.
¿Y por qué pasa esto? Los propios medios de comunicación reconocen que es por un tema de rentabilidad. Genera más ingresos hablar de falleras que de monumentos, primero por el autoconsumo tan habitual en la fiesta (o sea, comprar la revista para ver lo guapa que ha salido una) y por otro, por el movimiento económico que genera la indumentaria: trajes, complementos, fotógrafos, peluqueros, maquilladores… Los patrocinadores y anunciantes de este sector son numerosos, y lógicamente si una empresa que tiene un medio dedicado a las Fallas quiere obtener buenos beneficios como es normal, no puede obviarlo.
Todo ello va en perjuicio de la falla como monumento, como ya hemos dicho. Dada la influencia del consumismo que tenemos en la actualidad, una manera de luchar contra esta situación podría ser la reeducación del fallero y del público en general, poniendo en valor lo verdaderamente importante a través de los medios. A ello también ayudaría que finalmente la UNESCO concediera a las Fallas el título de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, pues en la solicitud ya se indica explícitamente que es el monumento la base de esta tradición. Sin embargo, también se puede luchar con las armas del capitalismo, haciendo ver que los artistas falleros también son un importante motor económico. En efecto, estos profesionales además de fallas realizan decorados de cine, teatro y televisión; elementos ornamentales publicitarios; stands de ferias e incluso objetos artísticos más cotidianos como muñecos para bodas, camisetas, tazas, etc. Son productos de este sector que mucha gente no conoce y que, si se les diera más publicidad, harían aumentar de manera indirecta el valor de la falla y así ponerla en su sitio. Ello no implica menospreciar al sector indumentarista, por supuesto, que también es importante para la fiesta aunque no es su elemento esencial; simplemente se trata de buscar un equilibrio más justo entre ambos elementos.