José Antonio Palao Errando
Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I de Castelló
– Ave María Purísima
– Sin pecado concebida…
– Padre, yo me acuso de una gran falta, de una gran culpa que me tiene sumido en la zozobra.
– ¿Cómo es eso hijo mío?
– Padre, contra todas mis creencias, contra toda la fuerza de mi fe, yo me acuso: cada vez me cae menos mal Cristiano y empiezo a tomarle cierta tirria a Messi.
– Decir que se quiere creer en la Iglesia, pero se está perdiendo la fe en el Mesías… La verdad es que lo he oído más veces al revés.
– Ya, padre, ya. Pero es que ¿sabe?, esta Iglesia a los progresistas de España, que siempre estamos perdiendo guerras, que nos roban tanto, que no tenemos más que disgustos, pues oiga, al revés que las demás Iglesias, ésta va y nos da alegrías y todo… El Barça es como un clavo ardiendo, ¿sabe?
– Parece grave, hijo. Pero cálmate y cuenta.
– Verá padre, yo no soy culé de nacimiento. Ni si quiera soy un hincha practicante. Hace años que no voy a un estadio. Por origen, por familia, por educación, por mis amigos, yo fui siempre valencianista (sí, sí, blanquecino y choto). Pero mire, después de Benítez ya no he visto razón para seguir. Entonces aparecieron aquellos bajitos que habían ido todos juntos al mismo colegio y aquel dibujo animado haciendo diabluras en medio de todos ellos. Y el arte se unió al espíritu, porque aquellos bajitos representaban no sólo el mejor fútbol de la historia, sino la posibilidad de que España hubiera salido del pozo de heces de su historia. El Barça era brillante, pero era también la encarnación del triunfo de todos los ideales que se oponían a la España cañí. Ahora eran el corazón de “la roja”, la maldición de los cuartos era un mal sueño, como la leyenda negra. Era la victoria que los hijos de los pueblos de España nunca habíamos saboreado. Siendo más que un club tomaron los cuarteles de invierno. Le hacían manitas al Madrid que antes siempre ganaba, como han ganado siempre los malos en España.
El Barça era brillante, pero era también la encarnación del triunfo de todos los ideales que se oponían a la España cañí. Ahora eran el corazón de “la roja”…
– Todo perfecto, entonces, hijo mío.
– El problema, padre, es que en la fe iba incluido el Mesías. Un tipo bajito también que volvía locos a los contrarios, metía goles, era la estrella. Había que adorarlo. Lo que pasa, ¿sabe, padre?, es que yo me crié en otra tradición, donde estas cosas tenían otro sentido. Los ídolos deportivos de mi infancia eran bocazas, pendencieros, chulos pero hablaban y se comprometían por su gente aunque fuera de forma muy primitiva. Yo crecí idolatrando a Muhammad Alí y regué de placer mi dura juventud con las cabriolas y las rabonas de Diego Armando Maradona. En esa época todos los ídolos eran buenos bocazas tenían defectos y caídas. Y les montaban iglesias. Hasta los que no me llegaban mucho al corazón, por lo menos pontificaban como Cruyff o Pelé, o incluso alguno después la cagaba dándole un cabezazo a un chulo en la final de un mundial. Todos aprendieron a jugar en la calle, descalzos, en su barrio. Pero éste no. Éste aprendió en un laboratorio, y mientras los otros fueron el décimo de lotería premiado de sus familias, éste fue siempre un cheque al portador. Y con los momentos tan cruciales que están pasando tanto su país como éste en el que vive, no dice nada, no se moja, no habla. Claro que aunque él no hable, siendo argentino, menudo coro tiene para interpretarle a Händel. Hasta su santidad Josef (todos los pontífices alemanes se llaman Josef, qué cosas…) dijo que le gustaría tener un hijo como el Mesías. Cosas de yacer con la virgen.
En esa época todos los ídolos eran buenos bocazas, tenían defectos y caídas. Y les montaban iglesias (…) Pero éste no. (…) Y con los momentos tan cruciales que están pasando tanto su país como éste en el que vive, no dice nada, no se moja, no habla.
– Bueno, bueno y con el luciferino, ¿qué decías que te pasaba?
– Es que todo era perfecto: el eje del mal tenía un Satán de escaparate. Mejorar al niñato anterior, que se creía un líder y fallaba penaltis y que era más tonto que el bendito Abundio, pues no era tan difícil. El apolíneo Satán recibía goles de cinco en cinco (pobres esfínteres). Tirando espuma por la boca en cada gala del Balón de oro… Con una novia guapísima, va y se busca madre de alquiler (pero qué prisas, qué ansias, qué cosa más rara, eso de tener hijos por un lado y follar (espero) por otro – ay, padre, qué confuso estoy ya no sé ni lo que me digo, disculpe -, parece que se está convirtiendo en un vicio de los pudientes encargar los hijos por Internet. Misterios del Pay Pal. Pero con una novia así. Qué prisas por ser padre, hombre. Disfrútalo, chico.
El caso es que cada vez lo veo menos chulo. Llorando con su niño cuando le dan el globito al fin. Con la novia imponente sentada allí al fondo con carita de y yo aquí que pinto… Ahora me cuesta odiarlo. Y sin odio como que uno se siente menos creyente, ¿verdad?
El caso es que cada vez lo veo menos chulo. Llorando con su niño cuando le dan el globito al fin…
– Pero decir que se cree en la Iglesia y no en el Mesías…
– Es que Maradona, Ali, el Barça…, eran la fusión del deporte con el arte, la victoria y la vida… Pero Messi… Messi sólo es fútbol…
– La falta es grave y necesita penitencia, ascetismo y disciplina. Porque en su fondo está la fragilidad de tu fe en el fútbol como único Dios. Mírate los próximos diez partidos del Chelsea. Ah, y me prestas especial atención a la cámara que monitoriza a Mourinho.
– ¿De verdad merezco una penitencia tan cruel?
– No me hagas hablar, no me hagas hablar…
– Eso debe pensar también Él cuando le acercan un micrófono…
– ¡Blasfemo!
– ¡Ay!