Ayer, ante la gris -y certera, pardiez- perspectiva climatológica que los cada vez más avispados hombres y mujeres del tiempo nos pusieron sobre la mesa, decidimos mis ayudantes -de nueve años de edad, ilusionados y con ojos como platos, como sólo ellos son capaces en estos tiempos de mentira y recorte- y yo, repetir el mismo paseo por la Valencia fallera clásica para ver cómo iba la cosa preparativa de la plantà.
Vaya por delante mi disculpa a los de Salamanca – Conde Altea, porque sabedor de que ayer se ponían el traje de faena y emprendían la plantà de su falla ‘al tome’ -esto es, tirando de lomo con guantes sobre soga, tal y como se hacía un siglo atrás-, me quedé atado de pies y manos por dos imponderables: uno, el horario -a las diez de la noche como que me voy recogiendo ya, presa del hambre voraz de un león famélico-, y el otro, los dos ‘ayudantes’ que no me iban a permitir una caminata hasta aquellos lares. Pero queda en el ‘debe’.
Comenzamos, eso sí, constatando que los trabajos de montaje de la imagen gigante y el panel de la Virgen de los Desamparados para la Ofrenda, iba ‘viento en popa a toda vela’… turistas con cámara incluidos.
Una preciosamente iluminada calle de la Paz, baluarte del neo clasicismo arquitectónico de la ciudad, hizo a uno de mis ayudantes parar en seco, requerir la cámara y disparar. La imagen lo valía.
Y, calle San Vicente para adelante, nos adentramos en la plaza del Ayuntamiento que, ya desde el vértice del triángulo formado por la confluencia de la propia calle San Vicente, María Cristina y la plaza, nos mostraba una hercúlea novedad respecto al sábado. Un gigantesco ‘Moisés’, réplica de filigrana fallera de varilla y cartón piedra obra del insigne Manolo García, nos iba llevando hacia los focos que lo alumbraban par admiración de los transeúntes. Impresionante. Es lo único que me sale al recordarlo ahora.
No me cansaba de fusilar fotográficamente hablando al ciclópeo remate de la falla del Ayuntamiento hasta el punto que tuve que escuchar dos o tres veces “papá, me aburro” para volver de mi momentánea abstracción clásica y dirigir nuestros pasos hacia la cercana Convento Jerusalén, que ya mostraba un gran avance respecto al sábado.
Con todo, al bueno de Santaeulalia aún le queda trabajo… Monumental, grandilocuente, escultural… como a él le gusta.
Y, como el sábado, nos fuimos Guillén de Castro para abajo, pasando por delante -ay, mare- del goloso escaparate de Futurama -con los consabidos “mira, papá, Darth Vader… mira, la máscara de Spiderman… papá, yo quiero el de Bola del Drac” y el “nene, que tenemos prisa”, incluidos- hasta aparecer como de sorpresa delante de nosotros la fastuosa plaza del Pilar. “Dios mío, qué cambio!”. Arlequín, cortesanas, bailarinas… La escena se estaba componiendo por momentos y otra monumental, grandiosa y grandilocuente falla se alzaba ante nosotros.
Justo captamos el momento en que una bailarina, en imposible equilibrio, era colocada en su lugar por los hombres de Pere Baenas. Miré a ambos lados y tuve que ayudar a cerrar ambas bocas porque la babilla comenzaba ya a caer por las comisuras de mis jovencísimos ‘ayudantes’. Ahí hubo sus más y sus menos sobre quién agarraba la cámara para captar el momento. Fue fácil impartir justicia: “la hago yo y se acabó”… aunque no hubo buenas caras ante la salomónica decisión, también lo he de decir.
Al salir de nuevo a Guillén de Castro, comencé a escuchar una canción ya conocida con el típico “estoy cansado/a” como estribillo, razón por la que me olvidé de internarme en el sector del Botànic y cerrar de nuevo el periplo en Na Jordana, a ver si ya se vislumbraba movimiento fallero. Y sí, tras las gigantescas cortinillas algo se veía, pero el misterio continúa. ¿Qué nos preparará el gran equipo de Borrego & Company?
Y ya… tocaba volver a cruzar el viejo cauce -esta vez por el puente de Serranos- para buscar el calor del hogar -de marca japonesa y ‘split’ silencioso, no se vayan a pensar- para la cena. Hoy, la incesante lluvia nos dio la razón.
VLC Noticias | Javier Furió