1945, un niño o niña obsequia a sus padres un primoroso cuaderno, grapado, con dibujos realizados durante el curso escolar. Felicitación navideña que hacía recordar las antiguas orlas que dibujaban los niños felicitando a sus padres. Un cumpleaños, un santo… “A mis queridos padres”, como en este caso ponían.
¿Qué importa el colegio! Una academia titulada del Pilar, situada en la avenida de Pérez Galdós, acogía al ser que firmaba escuetamente J. Ortí. Niño a niña, tampoco importa. Seguro que era un corazón ilusionado por el regalo, el esfuerzo de todo un curso grapado en un cuadernillo de Navidad en plena posguerra.
En la delicada y barroca portada se pueden distinguir los motivos navideños. No falta el turrón de Jijona, las frutas o aquella hoja del calendario que marca un 25 de diciembre. La mesa está dispuesta para el festín, para acoger momentos de felicidad y brindar por ella. Hay tres sillas.
En su interior se suceden las hojas con dibujos de barcos, paisajes, flores, figuras geométricas o mapas de todo el continente. El de España nos llama la atención. Las cordilleras o algún río como el Juca, indica su ansia por aprender y se come las letras de los nombres. Fracia es más pequeña sin la “n”. Otros títulos son irreconocibles para el adulto. Pero el niño, con sus textos encriptados, codificados, dibuja mensajes de mente infantil, tan sólo pretendiendo acabar ya la imagen coloreada.
1945, “a mis queridos padres”.