Director de Valencia Noticias.
William Deacon Brodie era un afamado ebanista en su Edimburgo natal. Hombre afable y al parecer de buen ver, trataba a diario con una selecta y adinerada clientela que le demandaba grandes y costosos muebles para sus residencias o casas de campo. Uno de los más importantes pilares del negocio de Brodie era la construcción de puertas y ventanas para viviendas y negocios. La robustez de las maderas que trabajaba y el buen gusto que brindaban su acabado, le hizo acreedor de muchas peticiones que favorecieron la prosperidad de su negocio.
Tal fue la dicha del ebanista que incluso formó parte, como miembro numerario, del Consejo Municipal de la Ciudad y destacado representante de la no menos distinguida Corporación de Artesanos y Masones. Su actividad social y laboral permitió a Brodie codearse, de igual a igual, con los notables burgueses de Edimburgo y establecer lazos y amistades que pocos años atrás jamás hubiera imaginado.
Aquel nuevo nivel de vida permitió al ebanista desarrollar una compleja actividad paralela. Por las noches visitaba prostíbulos y casas de juego donde dejaba importantes suma de dinero y el alcohol daba rienda suelta a sus placeres más ocultos. Nada más iniciar su transformación nocturna, Brodie se procuró dos amantes a las que mantenía mensualmente sin que ninguna supiera la existencia de la otra. Separadas en cada extremo de la ciudad ambas mujeres le regalaron, en apenas unos años, el fruto de la relación: cinco hijos. Abrumado por las deudas de juego, las continuas correrías hasta el amanecer y el peso de dos familias clandestinas, Brodie ideó un plan: hacer copias de las casas de sus clientes y robarles.
Inicialmente se dedicó a sustraer pequeñas joyas para ir paleando las sumas contraídas con sus fiadores de apuestas pero…, la fiebre del juego y la codicia terminaron apoderándose de él. Una noche, del año 1768, Brodie relató a un camarada de correrías (George Smith, un tendero y cerrajero hábil en quedarse con lo ajeno), la posibilidad de atracar uno de los bancos de la ciudad. Con la copia de un juego de llaves y las capacidades de Smith prepararon el golpe. Junto a dos compinches más, la banda se apoderó de más de 800 libras de las cajas del banco sin que la policía supiera cómo lo lograron. A partir de ese momento nuevos robos comenzaron a producirse en la ciudad. Los notables de Edimburgo vivían asustados, los comerciantes dormían en el interior de sus tiendas y los bancos redoblaban la seguridad de sus cajas de caudales. La policía seguía sin encontrar pistas de los ladrones y sus esfuerzos por atraparlos se veían frustrados. Brodie, por su parte, no renunciaba a su adicción al juego ni a las visitas de los burdeles más caros, lo que le obligaba a disponer de más dinero. A pesar de esta vida nocturna, el ebanista no despertaba las más mínimas sospechas durante el día manteniendo una excelente reputación entre vecinos y clientes pero…
En 1786 Brodie se propuso robar la oficina de impuestos de los Juzgados de Chessel, una localidad próxima a Edimburgo, y apoderarse de toda la suma de dinero que hubiera allí.
La banda se presentó armada y se apoderó del botín, pero uno de los compinches fue capturado en la huida y a cambió de verse desterrado y en prisión (realizando trabajos forzados), delató a sus compañeros.
Enterado de los acontecimientos el ebanista intentó huir pero fue capturado en Holanda, en un prostíbulo portuario, para ser juzgado por el mismo Consejo Municipal al que había pertenecido. La condena fue inapelable: pena de muerte por ahorcamiento. El 1 de octubre de 1788 William Deacon Brodie fue llevado ante una horca que, pocos años antes, el mismo había diseñado y fabricado con el fin de que los ajusticiados murieran rápidamente.
Si bien Brodie se ganó un lugar en la historia criminal, su vida despertó el interés de Robert Louis Stevenson que tomó como ejemplo la compleja (y dual) personalidad del ebanista para crear su personaje de Mr Hyde. Cuando en 1886 se publicó por primera vez la novela ‘El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” el éxito no se hizo esperar y fueron muchos los habitantes de Edimburgo que reconocieron, a pesar del tiempo transcurrido, al ejemplar ciudadano que fue Brodie por el día y al temible mujeriego (y jugador camorrista) en el que se transformaba por las noches. Hoy, ambos, ya son inmortales.