Jimmy Entraigües
Periodista y escritor
Director deEl Péndulo
En 1893 el explorador noruego Fridtjof Nansen decidió realizar un ambicioso proyecto científico/marino al que llamó ‘la deriva transpolar’. La teoría de Nansen se basaba en la experiencia que años antes el buque americano la ‘Jeannette’ había intentado al buscar una corriente marina, que fluía de Este a Oeste del mar Ártico, con el objetivo de alcanzar el estrecho de Bering pero…, la ferocidad del hielo y los descensos de temperatura atraparon a la ‘Jeannette’ entre sus garras dejando sus maderas a perpetuidad glacial.
Nansen diseñó una estrategia mejor y mucho más equipada para un viaje que, supuso, lo tendría fuera de su patria entre dos y tres años. Con la ayuda de un arquitecto naval creó el ‘Fram’ (‘Adelante’, en español), un hermoso y potente barco capaz de resistir la presión de los hielos, que terminaba destrozando los laterales de cualquier navío, y ser capaz de alzarse sobre aquella masa de piedra blanca y romperla al avanzar. De esa forma progresaría sin graves consecuencias, en su plausible conjetura, hacia el deseado estrecho.
Mientras Nansen preparaba en el muelle la voluminosa carga para un viaje que le llevaría años se le acercó un hombre de elevada estatura, muy bien trajeado y elegante y le dijo: “Buenos días. Me llamo Frederick George Jackson, soy británico y quiero acompañarlo en su expedición”.
Nansen miró de forma interrogativa a aquel hombre que, sin ser un mal educado, le solicitaba de forma directa formar parte de su tripulación y le respondió, “eso, caballero, es imposible. Esta expedición solo está formada por noruegos y no estará integrada por nadie de otra nacionalidad”.
Jackson insistió, “¿de verdad es tan rotunda su negativa?, he estudiado el motivo de su viaje y podría serle de gran ayuda”. Nansen fue taxativo, “lo lamento, no puede formar parte de mi tripulación”. El británico se despidió del explorador con un apretón de manos y se alejó igual de tranquilo que cuando llegó observando las cualidades del ‘Fram’ y las labores del muelle.
Meses después, en la primavera de 1893, Fridtjof Nansen tomó rumbo hacia el Ártico dejando que el ‘Fram’, al llegar a las capas de hielo, fuera impulsado de forma deliberada hacia el norte aprovechando ‘la deriva transpolar’.
Por su parte, Frederick George Jackson no supo aceptar el no del noruego así que de vuelta a Inglaterra se puso en contacto con el empresario Alfred Harmsworth, un millonario editor de prensa que empezaba a levantar su imperio mediático y necesitaba algún suceso extraordinario, y en menos de un año obtuvo la financiación suficiente como para emprender su propia expedición a la que bautizó como Jackson/Harmsworth.
Jackson estaba convencido, por medio de una serie de antiguos y poco rigurosos planos de la región, de que la zona llamada Tierra de Francisco José era en realidad una masa de tierra que se extendía hacia el Polo Norte facilitando su acceso pero…, su desilusión llegó, y también su mayor logro como expedicionario, al comprobar que la tierra soñada no era más que un archipiélago.
Durante dos años la travesía de Nansen se convirtió en su infierno personal. La dureza del clima y las condiciones adversas de la supuesta corriente hacia el Norte transformaron la lucha de los expedicionarios noruegos, sobre aquella naturaleza helada, en un difícil duelo por la supervivencia.
A los pocos meses de zarpar el ‘Fram’, pese a su capacidad para avanzar en el hielo empujado por la corriente, se vio atrapado en una violenta tormenta de nieve y frío que terminó congelando el pasillo de agua de su ruta quedando inmóvil e indefenso entre bloques de hielo.
Nansen y sus hombres abandonaron el barco a su suerte y decidieron regresar, atravesando el desierto congelado que se les presentaba, cargados de provisiones, algunos trineos y varios kayaks. Sin saber muy bien dónde estaban, los hombres fueron avanzando lentamente por la llanura helada. Durante semanas y semanas caminaron sobre el hielo, agotando los recursos que tenían, perdiendo fuerzas y sin esperanzas de salir vivos de la aventura.
Casi toda la tripulación del ‘Fram’ fue muriendo por el camino a excepción de Hjalmar Johansen y el propio Nansen. Tras meses comiendo grasa de foca y carne de oso los dos expedicionarios alcanzan una porción de tierra sobre un islote. Allí deciden parar y refugiarse construyendo una especie de abrigo, a modo de precaria cabaña, fabricada con musgo, piedras y bloques de nieve. Tras pasar un durísimo invierno alimentándose de la poca caza y pesca que obtenían, Nansen decide abandonar el refugio y comprobar si el clima era lo suficientemente bueno como para continuar la marcha y llegar, si podían, hasta el cabo Richthofen donde podrían tener una mayor esperanza de vida y por lo tanto de ser rescatados.
Nansen sintió que su cuerpo no resistiría muchos días frente al paisaje que se le ofrecía. Ya no le quedaban fuerzas ni energías para superar la travesía y su compañero Johansen era más un esqueleto que un ser humano. Como mucho vivirían dos o tres días más pero…, si el tiempo empeoraba no llegarían a un nuevo día.
Al avanzar unos cientos de metros, entre la niebla de un amanecer helado, se tropezó con un hombre alto, fuertemente abrigado, pelo largo y barba hirsuta que pareció sorprendido al ver la figura espectral del noruego. Ambos se observaron y Nansen creyó que aquello era una alucinación pero…, quizás el azar le brindaba una oportunidad. ¿Sería real aquella presencia? El escandinavo se abalanzó sobre el hombre y le dijo “soy Fridtjof Nansen, de la expedición del ‘Fram’ y nos hemos perdido, ¿dónde estoy?”. El hombre lo abrazó y le dijo, “amigo, está en el cabo Flora, me llamo Frederick George Jackson y creo que ya nos hemos presentado en alguna ocasión”.
(A José Antonio Garzón, por su pasión por la aventura y el riesgo)