De los 8 atacantes identificados, es el único que permanece prófugo. Fue el encargado de alquilar los automóviles y los departamentos donde se planearon los atentados
Salah Abdeslam, el sospechoso de los atentados de París que sigue en paradero desconocido, es un misterio para los investigadores que perdieron su rastro el 14 de noviembre.
Son las 21:59 hora local (20:59 GMT) del viernes 13 de noviembre. Un coche Clio negro, alquilado por Abdeslam, llega al norte de París desde una entrada de la capital. Los investigadores se preguntan si el individuo de 26 años iba al volante tras haber dejado a tres kamikazes en las afueras del Estadio de Francia.
Este francés nacido en Bruselas y residente en Bélgica no sólo alquiló el Clio, sino tambiénel Polo del comando de la sala de espectáculos del Bataclan. Su tarjeta bancaria también pagó dos habitaciones de un hotel de Alfortville, cerca de París, donde estuvieron los yihadistas poco antes de los atentados.
¿Sólo se encargó de la logística de los ataques o también empuñó las armas? Los investigadores pensaron, en un primer momento, que pudo formar parte del comando que circulaba a bordo de un Seat León negro y que abrió fuego contra varias terrazas del este de París. Su hermano mayor, Brahim, de 31 años, participó en esos tiroteos antes de hacerse explotar en un restaurante.
¿Iba a encargarse de un atentado en el norte de París, que el grupo yihadista Estado Islámico mencionó en su reivindicación, pero que jamás tuvo lugar? En esa zona se encontró el Clio abandonado.
La revista francesa L’Obs cuenta que él también llevaba un cinturón explosivo y que podría haberse echado atrás, pero esta pista no pudo ser confirmada.
Sea cual sea su papel, Salah Abdeslam sigue en paradero desconocido, después de que dos cómplices procedentes de Bélgica viajaran a París probablemente para ayudarlo a escapar.
La única certidumbre de las fuerzas de seguridad es que Abdeslam, o una persona que presentó sus documentos de identidad, fue controlado por la policía francesa en la autopista hacia Bruselas, a la altura de Cambrai (a unos 60 km de Bélgica). Los gendarmes se enteraron demasiado tarde de que se le buscaba.
Fútbol, cerveza y discoteca
Dos presuntos cómplices de Abdeslam, Mohammed Amri, de 27 años, y Hamza Attou, de 20, han sido detenidos en Molenbeek, un barrio de Bruselas por el que pasaron varios yihadistas francófonos. Ambos conducían el Golf controlado en Cambrai y podrían ser los responsables de ayudar a escapar al fugitivo.
Durante su detención preventiva, afirmaron haber dejado al sospechoso en Bruselas, pero dieron dos lugares distintos.
Desde entonces, los medios de comunicación difunden el retrato de Abdeslam, al que persiguen todas las policías de Europa: 1,75 m, ojos marrones, tez oscura, pelo engominado. El mensaje transmitido por las fuerzas de seguridad precisa que es un “individuo peligroso”.
Según los medios belgas, varios testigos aseguran haberlo visto en Bruselas.
En Molenbeek, el joven, que era dueño de un bar junto a su hermano Brahim, nunca dio una imagen de islamista radical.
Youssef, de unos 30 años, vestido con ropa deportiva blanca y una gorra calada al revés, asegura que los hermanos eran sus “amigos”. “Grandes bebedores, grandes fumadores, pero no radicales”, dice.
“Les gustaba el fútbol, iban a discotecas, salían con chicas…”, afirma Jamal, otro amigo de los hermanos Abdeslam. Pero luego empezaron “las malas relaciones, en el mal momento”, explica.
Tras varios robos y casos de tráfico de drogas, Salah ingresó en 2010 en la cárcel después de un atraco en el que quizá participó Abdelhamid Abaaoud, presunto cerebro de los atentados de París, originario de Molenbeek.
Fue probablemente en prisión donde Abaaoud, al que la policía mató el miércoles, pudo enseñarle a Abdeslam “la teología del disimulo para burlar los servicios de seguridad y la vigilancia de los servicios de inteligencia”, explica Mathieu Guidère, experto francés en terrorismo.
A principios de 2015, la policía belga interrogó a los hermanos Abdeslam, sospechosos de querer viajar a Siria, pero los liberó al considerar que no tenía bastantes pruebas sobre la amenaza que suponían.