Jimmy Entraigües.
Director de Valencia Noticias.
1970.La tribu de los Tlingit vive al sur de Canadá. En primavera y verano suelen instalarse en pequeñas casas de madera para explotar los recursos naturales de la zona, luego se trasladan, más al sur, en busca de zonas menos frías y abundante pesca. Aquel año el fin del invierno se prolongó demasiado y el jefe Gran Ciervo luchaba contra una respiración cada vez más corta. Su hijo mayor, Nutria Blanca, veía como el anciano jefe perdía la vida poco a poco; su hijo menor, Liebre Veloz, solo pensaba en qué ocurriría con la docena de familias que conformaban el clan sin los consejos y las decisiones de su padre. Las leyes Tlingit decían que el hijo mayor debía heredar el mando pero…, Nutria Blanca sólo tenía dieciséis años y sería imposible que cumpliera con el desafío que imponía la tradición para hacerse cargo de la tribu. También había otro parte de la ley. Si ningún hijo del jefe lograba superarla, el mando le correspondía al Gran Chamán que si bien era sabio con sus ungüentos y rezos era inepto para la organización social y laboral del clan. Todas las familias querían que la sangre del jefe siguiera al frente de la tribu. Bajo su mandato jamás falto la leña, la comida, el cobijo y una buena relación con las tribus cercanas. Un futuro incierto disgregaría el clan.
Cuando la primavera tardía llegó, se llevó con ella el espíritu de Gran Ciervo en una enorme pira ornamentada de regalos y ofrendas. Era el tributo a un jefe que durante tres décadas supo conducir a las familias a su cargo.
Ahora Nutria Blanca debía cumplir la tradición, cazar el animal más fuerte y poderoso de la región. Así lo dictaminó el hechicero tras canticos y rituales frente a sus amuletos mágicos. Debía traer la cabeza de un ciervo macho que liderara la manada. Así también lo querían los dioses de la tierra para continuar el mandato de su padre. Todos en el clan dudaron de Nutria Blanca. “Es débil y sin experiencia”, pensaron los cazadores; “es un niño”, pensaron las madres.
El joven heredero se enfrentó a su destino. Tomó sus pieles, su arco, su lanza y una buena ración de alimentos y se aventuró a las profundidades del bosque. Prometió volver antes de un mes. La tribu continuó con sus obligaciones diarias a la espera de que Nutria Blanca volviera convertido en jefe, en un proyecto fracasado o, quizás, no apareciera nunca.
El trabajo diario hizo que las semanas pasaran con urgencia y en la última noche, del último día, todo el clan miró hacia el camino emprendido por Nutria Blanca esperando que su imagen surgiera de la oscuridad portando una gran cabeza de ciervo. Nada rompió el silencio ni el telón frondoso del bosque. El clan empezó a temer por su futuro. Liebre Veloz rompió a llorar.
Al día siguiente el Gran Chamán invocó a los espíritus y los dioses. El dictado fue claro, Liebre Veloz debía vencer a un oso y traer su piel. Nadie dudó en el clan, “morirá siendo un niño”, pensaron los cazadores; “no conocerá esposa”, pensaron las madres.
Liebre Veloz preparó su viaje. Pieles, abundante comida, el cuchillo que su padre le regaló al cumplir los quince años, varios amuletos y una lanza que doblaba su altura fue lo elegido como carga para su misión. Prometió volver en cuatro semanas y se marchó bordeando la orilla del río.
La actividad del clan siguió como cada día. Varios cazadores se reunieron con el brujo para pedirle que invocara a la Madre Naturaleza por el retorno triunfante del niño, pero el Gran Chamán se negó. Nada debía alterar el designio de los dioses. Muchos en la tribu imaginaban al brujo como nuevo líder, otros ya pensaban en integrarse en una nueva comunidad.
La cuarta semana llegó y nadie vio en la lejanía acercarse la figura de Libre Veloz caminando junto a un gran oso pardo. Solo un perro comenzó a ladrar y otros tres se unieron al coro. Una mujer que secaba pescado dio el aviso y todo el clan se detuvo para ver llegar al niño que se había marchado. El Gran Chamán abrió sus ojos como nunca lo había hecho. Tras Liebre Veloz un pequeño grupo de familias seguía sus pasos. Al llegar a la aldea, el joven ató a la bestia junto a una estaca y le dio trozo de carne y miel. Los perros fueron calmados a palos y todos rodearon a Liebre Veloz y a las tres familias que traía. Frente al brujo dijo: “He traído al Gran Oso y su piel, no he tenido necesidad de matarlo. Le arrancaré su cuero cuando muera, ya es muy viejo”.
– La ley dice que debías sacrificarlo-, respondió el brujo.
– La ley dice que debo traer la piel de un gran oso y he cumplido. Ahora me corresponde ocupar el puesto de mi padre- respondió el joven.
– ¿Y esta gente?- dijo el brujo.
– Son nuevas familias para nuestro poblado.
La comunidad murmuró asintiendo. El Gran Chamán miró a Liebre Veloz, observó a las nuevas familias y pasó su mirada sobre el clan. Comprendió que su oportunidad se había perdido. Levantó sus manos y dijo: “Serás el jefe y desde hoy te llamaremos el Señor de los Osos, has cumplido la voluntad de los dioses”. Se giró y se retiró a su cabaña.
El clan saludo a su nuevo líder y volvió a sus tareas. Uno de los cazadores se acercó a su jefe y le dijo: “Tu oso es viejo, es ciego de un ojo y apoya mal una de sus patas traseras, ¿por qué no lo mataste?
– El oso se escapó de estas familias que lo criaron de pequeño. Lo encontré junto a un arroyo intentando comer. Iba a lanzarle una flecha cuando se tendió junto a un árbol. Un águila descendió y capturó una serpiente. Comprendí que el oso no debía morir. Me acerqué, le di algo de miel y un poco de carne seca y el animal mostró gratitud. Más tarde estas familias me encontraron junto al oso y me dijeron que el animal les pertenecía. Una enfermedad mató a casi todo los de su clan y solo quedaron ellos. Les dije que si me daban el oso tendrían comida, fuego y caza abundante en mi tribu y ellos aceptaron.
– Miel y carne seca- dijo el cazador mirando al oso relamerse sus patas-.
– Miel y carne seca- repitió el nuevo jefe y ambos rieron.