Manuel Lubary
Vicepresidente de la Confederación de Asociaciones de Vecinos de la Comunidad Valenciana. Cave-Cova
Los acontecimientos de los últimos años en el continente europeo son, desde todo punto de vista, aterradores para toda la ciudadanía, y un estruendoso fracaso en las políticas económicas aplicadas, con sus propuestas salvajes de austeridad fiscal, recorte de la seguridad social y desregulación laboral, que tan solo están provocando recesión, desempleo, pobreza y la amenaza de una larga depresión económica.
Nuestra generación, que fue educada en la construcción del estado del bienestar, tras la larga y tediosa dictadura del General Franco, a la que nos dijeron que nuestra vida de occidental sería, a partir de nuestra entrada en la Unión Europea, más solidaria y sencilla, ahora se nos llama la generación perdida y se nos dice que vivimos la peor crisis desde la II Guerra Mundial.
La generación que nos sucede, la mejor preparada en toda la historia de nuestro país y del continente europeo, es hoy el hogar de 23 millones de parados con 80 millones de pobres con los que no sabe qué hacer.
Con estupor algunos ciudadanos europeos observamos cómo nos denominan PIGS (literalmente, «cerdos» en inglés) en los medios financieros anglosajones que se refieren al grupo de países de Portugal, Irlanda, Grecia y España para incidir en los problemas de déficit y balanza de pagos de dichos países. Tras la crisis de 2011, el término suele incluir a Italia (con el acrónimo PIIGS).
A dicha provocación me resisto a responder, sólo manifestar que Portugal, España y Grecia salieron de regímenes totalitarios allá por los años setenta del siglo XX, y su estado de bienestar respecto a los otros países europeos estaba manifiestamente atrasado por lo que su deuda estaría más que justificada y, no obstante, no son demasiado diferentes de las de países como Gran Bretaña, Estados Unidos o la mismísima Alemania. (si bien Grecia fue generosamente ayudada por Goldman Sachs y otros bancos estadounidenses bajo investigación judicial a endeudarse y falsificar sus cuentas públicas para que la Unión Europea no lo advirtiera).
Irlanda fue mostrado como un modelo de milagro económico, a ser imitado por quienes quisieran salir del subdesarrollo: salarios bajos, pocas regulaciones, amplia convocatoria al capital multinacional y “boom” inmobiliario. Y ya vemos sus consecuencias. Italia, es otro cantar, sólo significar que aún hoy la “mafia” italiana controla más que los Presupuestos anuales de su país…y en efectivo. Fracaso no sólo latino, sino también europeo.
Al margen de justificaciones socioeconómicas, los cierto es que hoy en día la mediocridad política en Europa es vergonzantemente intolerable. Fruto de esta realidad es la ausencia de estadistas de talla europea, de futuro, como pudieron ser en su momento Willy Brandt o Jacques Delors. Los partidos políticos europeos deberían ser más exigentes con el perfil de compromiso europeísta de nuestros representantes, y no considerar dicho cargo como el retiro dorado de los “elefantes”, el hogar del político fracasado, o el euroburócrata profesional. Así nos va, con las honrosas excepciones, que las hay.
Europa urge de un cambio. Nuevos liderazgos que logren soltarse de la absurda dogmática neoliberal de austeridad y recorte de derechos. En Francia, la elección de Francois Hollande abre la esperanza de alguna modificación del rumbo europeo para, cuanto menos, restablecer un mínimo de sensatez en el curso de los acontecimientos.
La Europa de los ciudadanos se va desvaneciendo a medida que la crisis agudiza los conflictos y, en un contexto de generalizada desesperanza, fortalece los extremismos. Lejos de los discursos triunfalistas de algunas izquierdas, que creían ver aquí la oportunidad de alcanzar la revolución que marque la emancipación del capitalismo, lo que se observa es un fortalecimiento del neofascismo
Stéphane Hessel ya nos advierte: el nacionalismo todavía está presente en muchos de nuestros países y todavía no hay una verdadera aceptación de Europa, de la moneda europea, de la unidad europea, como el punto a partir del cual vamos a construir un mundo nuevo más justo, más estable. Así que no hay que relajar la presión. Más que nunca les digo a los que me escuchan: permaneced movilizados.
VLCCiudad/Redacción