Juan Ferrer
Economista
Esta semana que casi va a terminar nos ha devuelto al primer plano el espectro (¿ectoplasma?) de la Crisis institucional.
De forma distinta pero casi simultánea, Rubalcaba, Javier Moreno, director de EL PAIS, el Tribual Constitucional, Artur Mas, La Reina, que ha salido a la defensa de la Familia Real haciéndola protagonista de un “llamado” para un acuerdo global de todas las fuerzas representativas de los ciudadanos españoles, cuando fue ella misma la que se encargó, vía Pilar Urbano, de marcar diferencias y distancias, nos han puesto encima de la mesa una osa que nunca ha estado lejos de ella, pero si debajo, oculta: La Crisis Institucional Española.
Podríamos disertar durante semanas acerca de cuando comenzó, si con la entrada de los Trastámara en Aragón tomando su corona y su evolución, incluidas las guerras civiles que promovieron no solo en Castilla sino también en Navarra y Catalunya. O si fue después con la entrada de la Casa de Habsburgo y su patético declive perfectamente iconografiado por Carlos II y, por que no decirlo, increíblemente narrado por Carles Mira (Jalea Real 1980). ¿O fue el final de éste y la consiguiente Guerra de Sucesión la que marcó el punto “0” de la crisis?. No, tal vez fue un adelanto, un trailer, un corto y lo gordo fue con la Primera República-Monarquía Saboya-Restauración Borbónica.
Sea lo que fuere, la crisis tuvo su “antipasto” con el levantamiento de Riego y no pudo ya ocultarse. La Gran crisis estalló el 14 de abril de 1931, si bien, al contrario que en vulcanología, había sido precrisis y no réplicas.
Desde entonces, no hay forma de evitarla, solo disimularla. El franquismo la ocultó mediante exilio y represión interna. La democracia, la olvidó cuando se le subieron a la cabeza los “días de vino y rosas”. Cuando ambas cosas se han acabado, aparece ante nosotros la Crisis Institucional desnuda. La que arrostramos abiertamente desde hace mas de 75 años.
Nunca he sido monárquico, y lo que es peor, tampoco antimonárquico. Me ha parecido una institución tras la que desde 1975, se han parapetado unos y otros. Los que querían la continuidad segura, y los que querían la discontinuidad segura. Ese ha sido su papel así se lo han hecho jugar y así se lo han retribuido. Pero cuando la continuidad y la no ruptura tranquilas ya no significan nada, cuando la monarquía ya no puede ser parapeto de las partes, a ambas les sobra.
El error de Juan Carlos (en alguna ocasión he pensado que era espontáneamente Juancarlista) no es cazar elefantes, o esperarlos blancos, como en Siam. Su problema es no haber percibido que si una crisis aguda como la actual irrumpía, su rol de “buffer” (parachoques de los trenes) era inútil. En un choque de trenes como el que se presiente, los buffer de las locomotoras son irrelevantes. La crisis económica no ha abierto la crisis institucional, solo la ha sacado de debajo de la mesa y la ha puesto encima de ella.
Cuando Javier Moreno dice que sin solución a la crisis institucional no hay solución a la crisis política, tal vez sea cierto, pero hasta ahora solo sabíamos, durante los últimos años, que sin crisis económica podíamos esconder la crisis institucional. Su referencia a Bobbio “Es imperativo moral defender la democracia, aunque sea corrupta e ineficiente”, nos permite sustentar “la contra” contra una involución fascista, pero no abre espacio a ningún avance. Es como Hindenburg –no quiero a los nazis, aunque al final pero la supervivencia de lo que representaba pasó por entregarles la Cancillería, antesala de la Presidencia y el Estado.
Este es un país de componendas. Todos nos sentimos mejor cuando pensamos que “el otro” no está muy cabreado o no está abiertamente enfrente. Nos pasó con el Pacto del Pardo, nos pasó con los Pactos de la Moncloa, y ahora, yo el primero desde el 10 de octubre de 2008, buscamos una reedición de aquellos.
Esos pactos lo fueron para conjurar que el agravamiento de la crisis institucional llevara a una crisis revolucionaria. En el caso de 1978, Portugal era un claro ejemplo de cómo se traspasan las delgadas líneas que las separan.
Hoy la cuestión es la misma. Cuado se reclaman pactos, no son (solo) económicos, lo son Institucionales para salvar la crisis Institucional. No podemos saber si quienes los rechazan es porque no descifran la llamada al pacto institucional o es porque no quieren abordarlo. La derecha española solo llega a acuerdos globales cuando quiere salvar a las instituciones vigentes en el momento de adoptarlos.
El rechazo a un pacto institucional de improbables consecuencias
Bajo la apariencia de rechazo a un pacto económico, los populares en realidad rechazan un pacto institucional del que las consecuencias, de no producirse, son incalculables. Esa es la razón de emergencia por la que Sophia von Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg ha intervenido solicitándolo.
Para el PP, la crisis es una ocasión, como al resto de la derecha europea y así le va a Europa, para degradar las conquistas resultado del fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero además, para nuestra propia derecha, es una ocasión para volcar la forma de estado que intentaron y lograron el 29 de septiembre de 1936, que publicaron el 1 de octubre del mismo año, suspendida por la ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 18 de julio de 1947.
No voy a defender a la Monarquía del mismo modo que no la ataco, pero sobre todo lo que debe quedar claro es quien la amenaza día a día.
El Partido Popular atrapado en su dogmatismo ideológico está dispuesto a hacer saltar por los aires esa difícil arquitectura que es España, haciendo responsables a terceros.
La base de España son los españoles, sin éstos, la otra no existe. Hace años que abandonamos el concepto de Hacienda Real o del Rey. Del mismo modo y actualizando en concepto deberemos entender que quien “contribuye” manda.
Los impuestos son por definición “una exacción coactiva sin contraprestación” . ¿Hasta cuando?
VLC Ciudad/Redacción