Mª José Antich
Periodista y Doctora en Comunicación
No he podido evitarlo, aunque no soy muy fan de Gran Hermano ni de esa clase de programas, el otro día caí en la tentación de verlo, quise darle una oportunidad, pero no me convenció.
Confieso que fui seguidora del primer Gran Hermano de la historia, donde los personajes, inocentes a todo lo que habían provocado, fueron como un experimento para saber qué pasaba con catorce personas encerradas en una casa con cámaras, sin poder salir durante tres meses, o por lo menos eso es lo que vendieron a la audiencia.
No solo Gran Hermano, también Mujeres y hombres y viceversa. Este último a mi parecer todavía más malo que el primero. El mismo estilo de hombres y mujeres jóvenes que se dejan arrastrar, tanto unos como otros, por tener un minuto de fama y poder hacer algún que otro bolo en alguna discoteca.
Es cierto que algunos cuando van a hablar les es dificultoso expresarse bien, su vocabulario es escueto y dejan mucho que desear, pero nada que no pueda solucionar un buen libro de lectura y algunos años en el colegio.
La gravedad del asunto radica en los seguidores. Si los adolescentes tienen como ídolos a estos personajes, no quiero pensar que será de España dentro de diez o quince años.
Hace veinte años si preguntabas a un niño que quería ser de mayor te respondía que policía, médico, bombero o abogado. Pero hoy, algunas respuestas alarman cuando dicen que quieren salir en la tele o que su sueño es entrar en la casa de Gran Hermano.
Afortunadamente, existen padres todavía que educan a sus hijos en valores para que se esfuercen a la hora de conseguir las cosas. Les explican que por el hecho de pagar un colegio o una universidad no te van a regalar el título de bachiller o de la carrera, que para conseguir un trabajo siempre hay que empezar por abajo y que no te ponen de director de la empresa nada más entrar, que la suerte es necesaria y puntual pero sin trabajar dura muy poco. La frase mágica es “te lo tienes que ganar”, porque sin esfuerzo no hay recompensa luego.
Estos padres tienen toda la razón del mundo, pero cuando los niños se hacen mayores y te preguntan por Belén Esteban, Kiko Rivera o Rafa Mora, los valores inculcados se te caen del pedestal. Supongo que se sentirán igual que cuando sus hijos les preguntan de dónde vienen los niños y no saben hacia qué lado mirar.
Entiendo que la respuesta es clara: el hecho de tener una hija con un torero, salir con un futbolista, liarte con el hijo de una famosa o ir a ligarte a uno de esos que solo piensa en sus músculos, no demuestra inteligencia sino apariencia. Y es que cuando uno no tiene talento ni nada que ofrecer tiene que salir en los programas basura de la tele. No le queda otra si quiere ser recordado por algo, en el mejor de los casos.
Eso es llevar al ser humano a la total degradación. Es como decir, no sé hacer nada y no sé lo que significa esforzarse para conseguir algo porque jamás lo hice.
Normalmente, a la gente con talento no le gusta dárselas de nada, tampoco ser el centro de atención. Todo lo contrario a los “famosillos”. Digo “famosillos” porque antes la gente era famosa cuando destacaba en algo.
Seguramente si preguntas a cualquier persona de la calle no sabrá decirte quién es Betzig, Hell o Moerner, porque no salen en ese tipo de emisiones televisivas. Para los que no lo sepan son los premios nobel en química de este año. Los tres han trabajado en el desarrollo de microscopios que han contribuido al estudio de enfermedades como el alzheimer y el parkinson.
Las familias de estos tres investigadores pueden estar más que orgullosas, pues su fama es bien merecida y sirve para algo.
Desafortunadamente, en España por el momento tendremos que esperar a ver una evolución en la televisión. Un medio de comunicación que sirva como instrumento de educación social, sobre todo a los más pequeños, promoviendo valores de verdad.
Es imprescindible que esto se lleve a cabo si no queremos que los niños de hoy se conviertan en los “famosillos” del mañana, esos que hacen lo que sea para alcanzar la fama a toda costa.