A Jimmy Entraigües y Rafa Marí, generosos prestamistas de libros, en el día del libro
La verdadera amistad no tiene precio, es decir, tiene un valor inmenso. Algunos reservan la categoría de amigos a unos pocos, seres especiales, cuyo vínculo se mantiene, avatares incluidos, toda una vida. Existen otros amigos, estos inanimados (aunque con el alma de tinta, impresa), que también nos ofrecen con generosidad su lealtad infinita.
No todos los libros son iguales para nosotros, no todos representan lo mismo en nuestra alma de lector
La tentación de mezclar, hacer coexistir, a estos dos tipos de amigos es irresistible.
Mas el nuevo cóctel de amistad tiene sus riesgos. Aquí daremos unos consejos para el supremo acto que es el préstamo de un buen amigo, un libro nuestro, a ese otro amigo que tiene la costumbre de no fallarnos. No todos los libros son iguales para nosotros, no todos representan lo mismo en nuestra alma de lector, no todos dejarían la misma herida en nosotros tras su dolorosa pérdida —ya al escribir la palabra uno tiene ya una sensación de orfandad intelectual—; pensamos que la siguiente categorización del préstamo interpersonal de libros, proporciona un margen de maniobra al prestamista y una garantía de su segura devolución, en tiempo y condiciones:
1. Te lo dejo ojear (sin hache)
2. Me lo devuelves el lunes
3. Como mucho, en quince días lo puedes leer
4. Tómate tu tiempo, pero que no sea superior a dos meses
5. Devuélvemelo cuando puedas
6. Si lo pierdes no pasa nada
Sin duda hay que alojar en la primera un Aleph dedicado por Borges
Las categorías 1 y 6 son las más complejas y se prestan a la confusión.
Sin duda hay que alojar en la primera un Aleph dedicado por Borges, o un Mis 60 partidas memorables con notas marginales de Bobby Fischer; en realidad cualquier libro que, según Jimmy Entraigües, merecería estar en una vitrina. Puede argüirse que es una categoría algo impropia de préstamo de libros, pues la joya impresa nunca sale del domicilio del afortunado poseedor. Son libros que no pueden reemplazarse, y que incluso están, en valoración y afecto, llegado el caso, por encima de la amistad.
La postrera categoría no alberga necesariamente obras menores, sino más bien de fácil reintegración a la biblioteca propia en caso de pérdida o negligencia por parte del amigo. Está emparentada —a veces reemplazada del acto de préstamo— con la adquisición para regalo de una obra, que uno estima mucho, pero que le apetece compartir. Incluso, tal es su complejidad, puede ser una cantera para singulares proyectos como Libro, Vuela Libre.
Los libros se restituyen en el plazo que se establece en la clasificación expuesta, regresando a su morada ideal en el mismo estado en el que partieron. El préstamo interpersonal reniega de las páginas con una esquinita doblada en forma de triángulo marcando un estadio de lectura que es pasado y ajeno; abomina de los subrayados y notas marginales; y se indigna de forma radical con las manchas circulares que delatan un uso deleznable para cualquier libro. Una foto familiar del propietario debe reposar en la página de origen (tal vez a él le recuerde la nostalgia con la que afrontaba ese pasaje), como también un billete de viaje, de la visita a un museo (el marco en el que se lee una obra, el lugar, impregna para siempre esa primera impresión sobre el libro); a fin de cuentas, cada libro es ya un libro único cuando es adoptado por su primer lector.
…a fin de cuentas, cada libro es ya un libro único cuando es adoptado por su primer lector.
Están prohibidas en este sutil intercambio cultural las expresiones “lo he dejado a un amigo” o, aún más condenable, “¿no te lo devolví hace tiempo?”; todavía peor, es localizar la obra en la descuida estantería del antiguo amigo, que además espeta: “este libro es mío, recuerdo perfectamente cuándo lo compré”.
La adscripción de un libro a cada una de las regiones del préstamo es de índole personal
El momento crítico en el préstamo de libros entre personas acaece cuando el generoso prestamista, desolado, reclama la devolución, situación que el usufructuario debe de evitar a toda costa.
La adscripción de un libro a cada una de las regiones del préstamo es de índole personal. El lugar o el momento de la adquisición, de la primera lectura, la procedencia, tienen un peso importante al categorizar. Pero la densidad o liviandad del libro es determinante para que este oscile entre las categorías 2 a 5.
Aquí pondremos un ejemplo, meramente indicativo, en el que se evidencia que la filiación en cada categoría de un libro es una cuestión volitiva:
En la categoría primera ubicamos una obra singular y rarísima:
El libro de Luis Soler, Armas contra la espada y broquel de D. Pablo Cecina Rica y Fergel. Orihuela: Antonio de Santamaría, 1798. Primera edición, pp. 46+118.
En la segunda, Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Madrid: Signo, 1934, 320 pp.
En la tercera, El libro de los condenados, de Charles Fort. San Andrés de la Barca: Círculo Latino, 2005, 288 pp.
Para la cuarta, proponemos la monumental obra de Fernando Báez: Nueva historia universal de la destrucción de libros. Barcelona: Destino, edición de 2011; 464 pp.
En la quinta categoría hay un lugar para La música de los números primos. Marcus du Sautoy. Barcelona: Acantilado, 2007, 528 pp.
En la sexta, Reso, obra atribuida a Eurípides. Madrid: Cátedra, 2010, incluida en Tragedias III, 4ª edición, pp. 391-439.
Si pese haber seguido escrupulosamente estas instrucciones ocurre el fatal desenlace, la pérdida del libro, habremos perdido a un gran amigo, o dos, si es usted un espíritu exigente.