Palabras de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias en la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias 2014
Fue el día 24 de septiembre de 1980, cuando un reducido grupo de asturianos constituyó nuestra fundación, la Fundación Príncipe de Asturias. Fue en una ceremonia, también solemne, celebrada en esta ciudad, bajo la presidencia de mis padres los Reyes Juan Carlos y Sofía.
Eran aquéllos, tiempos de incertidumbre y preocupación, pero sobre todo de especial ilusión y esperanza, eran tiempos de sueños de concordia y de libertad. Querían los fundadores con su iniciativa unirse a esos sentimientos, inspirados por el camino amplio y generoso abierto por la Constitución recién aprobada.
Nacieron así los Premios Príncipe de Asturias, para vincular al Heredero de la Corona con el Principado y comprometerlo con la cultura y el humanismo; nacieron para agradecer y rendir homenaje a quienes se sacrifican por hacer un mundo mejor. Nacían, en fin, para reconocer a quienes quieren hacer de la vida, una creación continua.
Un año después —también de particular recuerdo—, siendo un niño, entregué en este mismo teatro los primeros premios y pronuncié mi primer discurso en público. Y así, apoyados en la fuerza de los sueños y las ilusiones, convencidos de que no hay nada que el coraje y el corazón no puedan conseguir plenamente, hemos caminado año tras año.
Aquí escuché, escuchamos, lecciones magistrales, reflexiones lúcidas que alientan el ánimo de saber para comprender; poetas que han cantado a la libertad, a la vida. Hemos sido testigos aquí de palabras valerosas, sinceras y comprometidas. En cada edición, escuché —escuchamos todos—, siempre en medio de una profunda emoción, enseñanzas e ideas que han marcado y enriquecido mi vida; y seguro que la de muchos.
Hemos hecho desde entonces una larga y fecunda navegación. Han pasado 34 años durante los cuales ha habido pocas horas de sosiego. Pero, pese a todo, hemos procurado no caer en la tentación de ir hacia lo fácil, de ceder a la banalidad, la impaciencia o el desánimo. No hemos hecho concesiones a la rutina o a la complacencia.
Se comprenderá, por todo ello, con cuánta emoción he regresado —ahora como Rey— para hacer entrega de los Premios y presidir esta ceremonia. Se comprenderá cuánta gratitud guarda mi corazón, cuántos recuerdos y sentimientos inolvidables hay hoy muy dentro de mí. Se comprenderá también con cuánto cuidado y dedicación la Reina y yo educamos a nuestras hijas, Leonor, Princesa de Asturias y la Infanta Sofía, para que también crezca en ellas un compromiso como el nuestro por esta noble causa y todo lo que representa.
Pues en esta ocasión tan especial quiero dar las gracias a tantas personas que nos han ayudado, a quienes han trabajado con rigor y convicción, a los patronos y protectores, a los jurados, a los medios de comunicación y, por supuesto, a los asturianos, que tanto cariño nos entregan en cada visita que hacemos a Asturias.
Damos las gracias también, a la Reina Sofía, cuyo apoyo no nos ha faltado nunca estos años. Y, sobre todo, a nuestros premiados, que nos acompañan en esta ceremonia y que con su presencia la engrandecen. Ellos nos hacen evocar, un año más, su auténtico y hondo significado; y a ellos dedicaré ahora mis palabras.
El arquitecto estadounidense Frank Gehry ha sido galardonado con el Premio de las Artes. En su obra destaca siempre la visión artística, la fuerza y la belleza con las que lleva a cabo sus proyectos. En España, la construcción del Museo Guggenheim de Bilbao supuso un acontecimiento único, no solo por su espectacular belleza, sino también por su impacto transformador en la ciudad. Asociamos el nombre y la obra de Gehry a la luz, al brillo de materiales nuevos; lo asociamos a una arquitectura mágica, reflejo de un artista de la construcción, de un profesional que ─como él ha dicho─ hace siempre aquello que imagina; una arquitectura llena de vitalidad y asombrosamente hermosa.
El ejemplo de Frank Gehry invita a España a seguir siendo una potencia artística y cultural de primer orden en todos los campos; e invita a los españoles a continuar proyectando y compartiendo su creatividad dentro y fuera de nuestras fronteras.
El Premio de Ciencias Sociales ha sido otorgado al historiador e hispanista francés Joseph Pérez, de padres valencianos, y oriundos de Bocairent. Sus estudios, investigaciones y publicaciones son de un altísimo valor científico. Se ha interesado especialmente por la Edad Moderna, por temas y personajes como la Leyenda Negra, la expulsión de los judíos en 1492, las figuras de los Reyes Católicos, Felipe II o el Cardenal Cisneros. En sus análisis y estudios, muy documentados, no da pábulo a supuestas verdades ni a verdades a medias, sino que busca siempre ser objetivo, equilibrado y alejarse de los tópicos.
Con maestría y con profundo respeto por los datos y los hechos históricos, Joseph Pérez pone de relieve todo aquello que ha conformado el devenir histórico de España y también de la América española, tanto con sus errores, como con sus grandes aciertos. La historia es, en sus manos, una versión auténtica de aquello que nos define y nos singulariza, que nos construye como pueblo, y que nos explica y da sentido a nuestra razón de ser.
La enseñanza que a los españoles nos ofrece Joseph Pérez no puede ser más pertinente.
Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino, ha recibido el Premio de Comunicación y Humanidades. Es la primera vez que nuestros galardones reconocen a un dibujante, y lo hacen premiando la obra de un hombre que trabaja, según él afirma, “para que el mundo vaya para el lado de los buenos”.
Mafalda y los demás personajes de Quino, nacen de su mirada aguda e intuitiva, son profundamente humanos y están dotados de una inteligente ironía o de una dulce inocencia o de un apabullante sentido común.
Hijo de padres andaluces exiliados en Argentina, también él ha conocido después el exilio. Con todo ello, ha sabido imbuir a sus personajes de una admirable capacidad para transmitir valores educativos universales, como universal es la admiración y el cariño por sus viñetas y dibujos geniales.
La obra de Quino nos recuerda a los españoles, y a cualquier persona de cualquier sociedad, la necesidad de guiarnos siempre por los mejores y más sólidos principios y valores, y de hacerlo con un sentimiento genuino de profunda humanidad.
Los químicos Avelino Corma, Mark E. Davis y Galen D. Stucky han sido galardonados con el Premio de Investigación Científica y Técnica. Los tres profesores creen que los avances en la ciencia química pueden y deben cambiar el mundo y hacerlo más humano.
Son muy conscientes, además, de que sus descubrimientos, invenciones y patentes son el resultado de la colaboración de equipos científicos que comparten el entusiasmo y los deseos de hacer ciencia, y también los deseos de demostrar la existencia de la llamada “química verde”; aquella que se encamina a preservar el medio ambiente, a mejorar y hacer más limpia y sostenible la industria y a hacer más eficaces y menos lesivos para el ser humano ciertos medicamentos, sobre todo los utilizados en la lucha contra el cáncer. Son objetivos encomiables, que Corma, Davis y Stucky ennoblecen además con su continuo magisterio, con su dedicación y su entrega ejemplares.
Su labor es buena prueba de que la investigación científica y técnica siempre es necesaria para el progreso de las sociedades y de la Humanidad en su conjunto. España debe recuperar el máximo apoyo posible a la investigación, porque ello es condición indispensable para avanzar y competir mejor, para nuestro prestigio y capacidad de ayudar a otros y, sobre todo, para nuestro propio bienestar.
El escritor irlandés John Banville ha recibido el Premio de las Letras. La lectura de las novelas de Banville nos descubre a un autor de prosa muy trabajada, llena de destellos de belleza. Por eso es calificado como un escritor puro, un escritor felizmente obsesionado por las palabras, un amante de las frases. Por eso, también, las descripciones en sus novelas son retazos de arte con mayúsculas, retazos de una realidad imaginada que siempre consigue conmover al lector. Todo ello revela su intenso amor por la palabra, su respeto profundo por la literatura y una capacidad para la expresión de lo bello y sus formas que nos admira.
En su idioma original o en las magníficas traducciones al español, John Banville se nos muestra como un maestro con un dominio del lenguaje que le permite, bajo el seudónimo de Benjamin Black, escribir también obras de tono y tema totalmente distintos, de escritura más rápida y más eficaz, pero no por ello menos intensa.
El estado de ensoñación, en el que afirma que escribe, envuelve su obra en una luz especial, distintiva, esa luz de la que siempre dependen, como afirmaba su admirado James Joyce, los colores de la realidad.
El Premio de Cooperación Internacional ha sido concedido al Programa Fulbright, promovido por el Gobierno de EE.UU. y presente en la actualidad en 150 países. Conocimiento, razón y compasión son las tres palabras que el senador Fulbright, creador del Programa, utilizó para definir sus propósitos. Tres palabras que explican la intensa actividad que el Programa desarrolla desde 1946 y la excelencia que ha mantenido, conservado y fomentado desde entonces.
El Programa Fulbright es un instrumento para la paz y para la amistad entre naciones, las cuales, —como afirmaba hace ya más de 200 años nuestro Jovellanos—, son más prósperas y dichosas cuando su primer manantial es una instrucción pública de excelencia. Desde esa convicción, los responsables del Programa Fulbright son muy conscientes de que su labor es una forma de intercambio cultural, de diálogo y de entendimiento. Es, en definitiva, una experiencia basada en la defensa y afirmación de los valores más altos del espíritu humano, y que, por ello, ha dado y seguirá dando en el futuro los mejores frutos.
seamos conscientes de que, como cualquier sociedad avanzada, debemos afrontar nuestro futuro con la fortaleza que nos exige un mundo distinto al que hemos conocido; un mundo que camina hacia una mayor integración y no al contrario. Es un futuro complejo, claro que sí; pero lleno de nuevas oportunidades. Ese es uno de los grandes retos que tenemos como país. Trabajemos pues ─como también señale el pasado 19 de junio─, cada uno con su propia personalidad, en un proyecto integrador, sentido y compartido por todos, y que mire siempre hacia adelante
Desde finales de la década de los 50, España se ha beneficiado de la concesión de becas del Programa a través de la Comisión Fulbright. Gracias a ellas miles de estudiantes españoles han estudiado en EE.UU. y también han sido miles los estadounidenses que lo han hecho en España, creándose así, a lo largo de los años, una red de colaboración entre nuestros países que —como recordé el pasado mes de septiembre en la sede del Instituto de Educación Internacional de Nueva York (IIE)— comparten los mismos valores de democracia y libertad.
Esa red es símbolo de las excelentes relaciones que nos unen y que, gracias al intercambio de conocimiento, de ideas, de cultura, de ciencia, se hacen aún más sólidas y permanentes. Nos felicitamos porque esto sea así y estamos seguros además, de que seguirá consolidándose para satisfacción de ambos países.
La Maratón de Nueva York, la más popular de cuantas se celebran en el mundo, ha recibido este año el Premio de los Deportes. Es una prueba construida con el entusiasmo de miles de personas, profesionales y aficionados, que disfrutan corriendo por las calles de una ciudad y la transforman por unas horas en un espectáculo de solidaridad, esfuerzo, dignidad y deportividad.
Además de un reto personal para los participantes, es una carrera que proporciona la maravillosa sensación de intervenir en un hecho extraordinario, que concentra a más de dos millones de espectadores y en el que colaboran más de 9.000 voluntarios. Todo ello convierte a la Maratón de Nueva York en un ejemplo, en un modelo de convivencia pacífica y de unidad, en una actividad deportiva creada con el sencillo motivo de disfrutar corriendo en grupo.
Es un auténtico ejemplo de la grandeza de estar unidos, de avanzar juntos, desde la generosidad y la deportividad, mirando al horizonte de una meta común y compartida por todos.
Y finalmente, señoras y señores, la periodista Caddy Adzuba, de la Republica Democrática del Congo, ha recibido el Premio de la Concordia.
Con lucidez lo afirmó Gandhi: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”. Y Azduba no quiere callarse, no puede callarse, no está dispuesta a que el silencio se extienda sobre la barbarie y la violencia que sufren las mujeres, las niñas y los niños de su país —también en otros muchos países—; porque solo a través de la verdad se pueden hallar respuestas y soluciones para prevenir, parar o reparar esos males.
Por eso Caddy Adzuba habla, pregunta por qué, cuenta lo que sucede, repite una y otra vez lo que ha vivido y sufrido, los abusos que tantas mujeres, niñas y niños viven y sufren; y al hacerlo, abre caminos para la esperanza. Trabaja, además, para que todo el mundo comprenda que hay que iluminar las zonas más oscuras de la realidad; que es preciso alertar sobre la violación de los derechos humanos, sobre la injusticia.
La labor valerosa, sacrificada y arriesgada de Caddy Adzuba nos hace pensar en todas las víctimas inocentes a las que esta mujer quiere dar voz. Viven un horror que no quisiéramos que existiera, que incluso nos parece imposible que exista.
Hoy, aquí, nos atrevemos a mirar a los ojos de Caddy Adzuba para darle las gracias por su entrega a una causa tan noble, y para reconocer su heroico comportamiento, que admiramos, respetamos y apoyamos sin fisuras.
Pero en su mirada, llena de fortaleza y esperanza, no podemos olvidar el dolor y la angustia que está generando, sobre todo en África, la reciente epidemia de ébola. Una crisis severa, que tanto nos obliga a la comunidad internacional a concertar y comprometer más esfuerzos ─y más eficaces─ en la lucha contra el virus y contra su propagación mundial, así como en el tratamiento de los afectados.
Y es en esa lucha, donde también brillan las historias ejemplares de entrega, de generosidad y de profesionalidad protagonizadas por médicos, sanitarios y científicos, por religiosos, cooperantes y militares. Gracias a todos ellos y, particularmente, a nuestros compatriotas, por hacernos confiar en su competencia y capacidad; son –sois- todo un orgullo para España.
Señoras y señores,
Aquel 24 de Septiembre de 1980 ─y en una época bien difícil─ nació en Asturias una esperanza. Esa esperanza sigue viva, porque nuestros Premios son hoy una realidad admirada y respetada en todo el mundo. Y hoy, más que nunca, los seguimos necesitando como estímulo e inspiración en estos tiempos cruciales, tiempos intensos y de renovación. Pues la sociedad necesita referencias morales a las que admirar y respetar; principios éticos que reconocer y observar; valores cívicos que preservar y fomentar.
Y esa conciencia social, es con la que debemos fortalecer nuestra vida en común. Es con ese necesario impulso moral colectivo con el que se puede y se debe hacer de España una nación ilusionada, llena de vida y de pensamiento; llena de ideas que merezcan la confianza de los ciudadanos; de proyectos que atraigan la mente y la voluntad de todos y conquisten sus corazones.
A partir de esas convicciones alejaremos el pesimismo, la desconfianza y el desencanto de muchos ciudadanos que demuestran, admirablemente, una capacidad de esfuerzo y de sacrificio digna de todo respeto.
Queremos también una España alejada de la división y de la discordia. Por eso, ante las Cortes Generales el pasado 19 de junio, señalé el deber y la necesidad de garantizar y ─al mismo tiempo─ de revitalizar nuestra convivencia.
Nuestra democracia ─desde hace ya más de 35 años─ no es fruto de la improvisación, sino de la voluntad decidida del pueblo español de constituir España en un Estado social y Democrático de Derecho, inspirado en los principios de libertad e igualdad, de justicia y pluralismo; y en el que todos, ciudadanos e instituciones, estamos sometidos, por igual, al mandato de la Ley.
Respetar y observar ese marco constitucional y democrático es la garantía de nuestra convivencia en libertad. Es la garantía necesaria para que todos los españoles puedan ejercer sus derechos, para que las instituciones y los ciudadanos cumplan con sus deberes y asuman sus responsabilidades, y para que funcione ordenadamente nuestra vida colectiva.
Pero debemos también cuidar y favorecer nuestra vida en común.
Miremos a nuestra historia con serenidad, objetividad y sabiduría. Reconozcamos sus luces y sus sombras, y aprendamos de todas ellas para no cometer ─para no repetir─ los errores del pasado. Porque el caudal de progreso que hemos conseguido con el empuje de todos, especialmente en las últimas décadas, jamás lo había alcanzado España en tantos ámbitos. Sintámonos pues orgullosos de lo mucho y bueno que juntos hemos hecho.
Pero no sólo compartimos historia. Compartimos intereses y valores comunes; tenemos una misma voluntad de pertenecer a Europa, de ser Europa. Y sobre todo, compartimos sentimientos. Los españoles ya no somos rivales los unos de los otros. Somos protagonistas de un mismo camino. Y estoy convencido de que la comprensión, la consideración, el afecto y el respeto mutuos son sentimientos arraigados en el corazón de los españoles y compartidos de norte a sur y de este a oeste de nuestro territorio. Y todos esos sentimientos, ni los debemos olvidar nunca, ni mucho menos perder. Al contrario, los tenemos que preservar y alimentar.
Valoremos también lo que estamos haciendo, -con un enorme sacrificio y esfuerzo por parte de muchos españoles-, para superar todos juntos una de las crisis económicas más profundas de nuestra historia reciente.
Y seamos conscientes de que, como cualquier sociedad avanzada, debemos afrontar nuestro futuro con la fortaleza que nos exige un mundo distinto al que hemos conocido; un mundo que camina hacia una mayor integración y no al contrario. Es un futuro complejo, claro que sí; pero lleno de nuevas oportunidades. Ese es uno de los grandes retos que tenemos como país. Trabajemos pues ─como también señale el pasado 19 de junio─, cada uno con su propia personalidad, en un proyecto integrador, sentido y compartido por todos, y que mire siempre hacia adelante.
Sigamos, en fin, el viejo consejo de Unamuno. “Haced riqueza, haced patria, haced arte, haced ciencia, haced ética”. Palabras sabias que deben resonar con esa fuerza con la que han resistido, sin envejecer, el paso del tiempo.
Señoras y Señores,
Nuestros premiados son el mayor patrimonio de nuestra fundación. Son personas e instituciones convencidas de que con valentía, con honradez y con generosidad, se pueden alcanzar las metas más difíciles. Son, en fin, personas e instituciones que viven entregadas a los demás, a todos nosotros. Hoy les reconocemos sus méritos y el valor de sus obras.
Pues, como afirmaba nuestro querido Vicente Ferrer, hacer el bien sirve para llenar una vida. Hacer el bien a los demás, señoras y señores, sirve para darle sentido a una vida.
Muchas gracias.