José Luis Barrera, Párroco de la Iglesia de Ntra. Sra. de los Ángeles del Cabanyal, Valencia
El domingo pasado, por motivos muy particulares, estuve en una Primera Comunión fuera de mi parroquia. Me fijé grandemente en cómo se desarrolló la ceremonia: farragosa, larga, kistch, infantiloide, descafeinada. Igualito, igualito que yo hago también en mi parroquia de los Angeles del Cabanyal.
Pues sí, no estoy a gusto con el modo cómo celebramos en muchas parroquias las Misas de Primera Comunión.
Montamos un teatrillo de gestos solemnes, donde los niños siguen interpretando sus marciales papeles de a almirantes y y las niñas sueñan con ser princesas.
Portan flores en las manos que entregan tiernamente a sus mamás, hacen reverencias aquí y allá, se mueven con movimientos simétricos en plan ballet “Lago de los cisnes”… en algunas ceremonias a los niños les falta el fusil para desfilar aun más rotundamente.
Cantos blandos e infantilizados en exceso… Todo un montaje teatral que está lejos del espíritu de la verdadera liturgia. ¡Pasen y vean, es todo un espectáculo!
La eucaristía a y la comunión quedan eclipsadas y trasformadas en una ceremonia blanca en donde los niños tiene que estar pendientes de un guión para la ejecución de la puesta en escena y seguirán sin enterarse qué es y a qué compromete acercarse al altar para recibir la comunión.
Si revisamos constantemente y somos críticos con padres, que se empeñan en vestir a los niños con toda suerte de trajes curiosos y lujosos también las parroquias debería contrarrestar esa tendencia ampulosa buscando una realización del entrañable acto de la Primera comunión, en la sencillez y la eficacia real del Sacramento de la entrega y la solidaridad.