En el mes de marzo de 1925 se instaló una exposición de pinturas con fines benéficos en la Asociación Valenciana de Caridad. Comenzó el Campeonato de Fútbol de Levante y, paralelamente, el Concurso de Tiro y Pichón. En el puerto se recibía a una expedición de soldados repatriados de África. Las fallas de ese año tuvieron lluvia. La de la plaza de Calatrava alcanzó el primer premio y la de las calles Troya-Cervantes desapareció sin dejar rastro la noche del día 18 al 19.
La fotografía que se reproduce refleja el instante de un puesto de bunyols que quedó inmortalizado por un anónimo fotógrafo. La imagen nos deja unos datos apenas imperceptibles que tan sólo se dejan ver ampliando la instantánea.
Todo ocurre en la horchatería de Adrián Alamar de la calle de Pí y Margall (actual de Ruzafa)
Todo ocurre en la horchatería de Adrián Alamar de la calle de Pí y Margall (actual de Ruzafa). En la parte superior izquierda apenas se aprecia el letrero indicador de la mítica farmacia Royo, esquina a la calle de Cirilo Amorós. Tras la “huevería”, la gorristería Bellvis y la “litografía” de José Ortega pegada a la horchatería.
Los personajes miran al objetivo y se convierten así en inmortales. Han tenido que esperar más de ocho décadas para que describamos nuevamente su existencia
Los personajes miran al objetivo y se convierten así en inmortales. Han tenido que esperar más de ocho décadas para que describamos nuevamente su existencia. Hábiles buñoleras ataviadas con blanquísimo delantal reflejan dorados buñuelos que iluminan el entorno. Un empleado del establecimiento -también de riguroso blanco- junto a la señora que sostiene una bolsa de papel con restos aceitosos del manjar autóctono. De la imprenta surgen dos personajes, uno de ellos -quizá Ortega- con guardapolvo y gorra. Las señoras llevan peinado a la moda. Una mujer, parece acaparar el protagonismo. Va tocada con un gorro y en su vestido un cuello-piel de esponjoso pelo. Sonríe abrigada en su preponderancia.
Otras dos mujeres ignoran al fotógrafo. Su mirada está puesta en los lebrillos repletos debunyols, su deseado objetivo
Otras dos mujeres ignoran al fotógrafo. Su mirada está puesta en los lebrillos repletos de bunyols, su deseado objetivo. Un niño embutido en el grupo ofrece un posado forzoso, quizá de fastidio. Al militar se le nota que es asistente de otro de más mando. Ha dejado como encargo final las dos docenas de buñuelos para llevarlos aún calientes.
Sociedad ciudadana ataviada de gorra, piel, guardapolvo y delantal. Bolsas de papel empapadas de aceite y humo desprenden aromas de harina y calabaza. Una sola fotografía al sol convertida en perfume de vidas y recuerdos.